¡Forjemos un partido bolchevique!

Ósip Piátniski

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En los tiempos que corren, es ya un mantra el señalamiento de la desorientación y descomposición que afligen al comunismo a escala mundial. Pareciera que el camino a seguir fuera más difuso que nunca; que las posibilidades para llevar a buen puerto la Revolución Proletaria Mundial se hubieran extinguido hace ya largo tiempo. El proletariado dormita mientras la burguesía se prepara para la guerra, mientras pone a punto su aparato represivo y desata la más eficaz propaganda. En el momento en que escribimos estas líneas, el exterminio continúa en Palestina a pesar de las vagas promesas de alto al fuego, la cleptocracia estadounidense eleva a la quinta potencia su proyecto imperialista, y el orden mundial colapsa sobre sí mismo.

Camaradas, la situación exige de nosotros el más elevado desarrollo de nuestras capacidades organizativas. La situación exige, en suma, la reorganización de la fuerza del comunismo. Esta senda, a su vez, obliga a «examinar el pasado». Consigna, por otro lado, que hoy en día se esgrime de forma vacía, a tenor de los resultados. Al fin y al cabo, este examen suele radicar en las superficialidades, en la alteración de los hechos históricos en defensa de una línea particular, o, lo que es peor, en una defensa solvente de una línea que no se aplica. Es en este «examen» que se inscriben los últimos debates que se suceden en el seno del movimiento comunista en España, que hoy descansan, y no es para menos, en la fórmula organizativa que debe desarrollar y desplegar el Partido Comunista.

Pero, ¿qué es lo que se debate aquí realmente? ¿Cuáles son las posiciones en liza? Por un lado tenemos la negación del Partido de Nuevo Tipo bolchevique, el intento de desvincular la gran obra de Lenin de su creador y su reemplazo por una lectura delirante que asevera que los bolcheviques mostraban, en realidad, una continuidad casi indistinguible con el Partido Socialdemócrata Alemán de preguerra.  Esta posición, claro, parte no solo de la «manipulación estalinista» hábilmente sazonada con una buena dosis de escolástica, sino de una elusiva contraposición entre el Partido de Nuevo Tipo, que, o eso dicen, sería poco más que un círculo conspirativo reservado a unos pocos miembros selectos, y el «verdadero» Partido de Masas, único garante de la revolución. Por el otro lado, y nosotros nos posicionamos como firmes defensores de esta línea, está la tesis revolucionaria, la que afirma que la Revolución exige la profesionalización de los comunistas, la que plantea que la democracia interna solo se puede dar mediante la igualdad efectiva –y no formal– de sus miembros, la que comprende que el desarrollo de la conciencia revolucionaria entre las masas obreras no es inmediato ni innato, y la que entiende que la jerarquización no sustituye, sino que posibilita el liderazgo colectivo y verdaderamente democrático. En suma, la que defiende que el verdadero partido de las más amplias masas obreras, tal y como demuestra la historia, no se erige sobre vaguedades organizativas ni nebulosas teóricas.

Lo que hoy medra en su lugar es la conciencia política del pequeñoburgués radicalizado, del intelectual zozobrante y del aristócrata obrero temeroso y la forma organizativa que le corresponde a todos ellos: el activismo. Porque la forma de «aproximarse al obrero» que se defiende hoy es la de construir organizaciones políticas cuya y fuerza reside en la inyección de las capas militantes externas, y no en el peso y la fuerza de las masas organizadas. Muy al contrario, si las «masas» movilizadas están vinculadas entre sí por su carácter como peticionarios, y nunca en calidad de camaradas. Y es que, a ojos de estos «comunistas», el obrero solo aparece como un tótem a pasear por redes sociales, no como un agente político vivo. No es más que un reclamo, una herramienta para engrosar y nutrir la verdadera fuerza social que imprime su carácter y marca el desenlace y el curso de la lucha, los componentes –y especialmente los más jóvenes– de las clases sociales anteriormente señaladas. Así es que todas ellas huyen del trabajo político en el puesto de trabajo como de la peste, buscando siempre la justificación en los novísimos «descubrimientos» que aparecen y desaparecen sin pena ni gloria. Porque enfrentarse al obrero, golpearlos a él y a su reducido mundo, es una ardua tarea, una que reclama profesionalidad. Es mucho más placentero, sencillo y eficaz para reproducir el artificio militante acudir en calidad de salvadores ante los estratos más depauperados del proletariado. La praxis, camaradas, está dada; dada por el carácter de clase de estas organizaciones, dada por las aspiraciones particulares de sus camarillas. La teoría aparece después, siempre como herramienta para justificar una «militancia» útil solo para calmar la conciencia y engordar el ego. Y los hay de veras que creen que se puede llegar a la concordia con el primer enemigo a batir, que sus errores son fruto de la ignorancia, que las desviaciones se pueden corregir mediante el debate –teórico– y el enfrentamiento –escrito o verbal– de las tesis en liza.

Pero nosotros sabemos que este debate solo se aclarará en la práctica, cuando un modelo se imponga irremediablemente al otro. Sin embargo, y precisamente porque los comunistas han olvidado qué fue lo que proporcionó el triunfo a los bolcheviques, creemos pertinente que nuestra primera salva no sea un sesudo artículo que dimane sobre la abstracción y la generalidad, sino que se base en el rescate de la sencillez y de la fina pluma de un bolchevique.

El texto que presentamos hoy aquí, camaradas, no es otro que «Bolchevizar los Partidos Comunistas de los países capitalistas eliminando las tradiciones socialdemócratas», de Ósip Piátniski (1882-1938). Originalmente una intervención ante la reunión de instructores de la Internacional Comunista del año 1932, el discurso fue transformado en libelo y distribuido en España, primero, en los dos números del órgano de expresión de la I.C. y, luego, en forma de libreto.

Este escrito, decíamos, rezuma sencillez y desborda por su honestidad. A lo largo de sus escasas cuarenta páginas el viejo bolchevique ilustra con precisión cuáles son las tareas a acometer por los partidos comunistas de Europa occidental en un momento crucial para la historia de la Revolución Proletaria Mundial. Con la sobriedad y la precisión que le son tan características, Piátniski traza un recorrido por los aspectos organizativos fundamentales bajo una premisa tan obvia como eficaz: la concatenación de tareas va de lo general a lo particular, y en cada una de sus secciones se da un repaso, primero, de las facilidades y dificultades que afrontaron los bolcheviques; segundo, se lleva a cabo una universalización de sus propuestas prácticas y de los aspectos generales de su estrategia, después, y, finalmente, una aguda crítica propositiva de los aspectos en los que los partidos occidentales deberían trabajar.

Huelga decir que la asimilación de los principios rectores de la doctrina del bolchevismo en Europa fue incompleta, y que no es de extrañar que muchos de ellos presenten una continuidad incluso hasta nuestros días. De tal modo, y por citar el ejemplo más flagrante, la confusión impera hasta el punto que los comunistas –sea consciente o inconscientemente, práctica o teóricamente– plantean el centro de trabajo como una otredad a la organización partidista cuando no niegan la totalidad de sus potencialidades, mientras que ésta, y no otra, es la base sobre la que el Partido se apoya en las masas obreras; la pieza fundante de cualquier organización comunista y revolucionaria. Piátniski nos dice:

Las organizaciones básicas del partido bolchevique estuvieron siempre EN LOS LUGARES DE TRABAJO DE LOS MIEMBROS DEL PARTIDO.

Principio elemental que permitió a los bolcheviques sobrevivir, medrar y desarrollarse en la más profunda clandestinidad. Principio que los comunistas del Estado ya aprendieron tras la intentona revolucionaria de octubre del 1934:

Si… se organizara a los trabajadores en sus fábricas y en los talleres, en los comercios y en las oficinas… si hubieran estado constituidos los comités de fábrica y de taller… la medida represiva hubiera sido impotente, inútil. Porque es en los lugares de trabajo donde la burguesía asienta su fuerza, su economía, donde nosotros debemos oponerle nuestra fuerza. Y el día que suene la hora de la batalla, el triunfo nos costará poco esfuerzo conseguirlo, porque habremos logrado levantar las barricadas de la revolución en el corazón de las fortalezas del enemigo.1

Sin más que añadir, damos paso al viejo camarada Piátniski, que tras cien años acumulando polvo tiene mucho que decir. Para el texto que presentamos aquí hemos transcrito la versión española de la revista de la Internacional Comunista, publicado en sus números 3 y 4 del año 1932. Hemos sustituido algunos arcaísmos y corregido algunos errores tipográficos, pero el texto, por lo demás, permanece inalterado. Hemos agregado, además, la traducción de un pequeño folleto de Piátniski: «Reorganización de los núcleos en las fábricas», publicado para el The Daily Worker en su número del 11 de febrero de 1925, en aras de complementar algunas de las posiciones clave que el autor defiende en la obra.

¡Saludos comunistas!
Kursant

  1. «Un discurso, pleno de doctrina revolucionaria y de afirmación comunista en la lucha por el frente único, pronunciado por el camarada Jesús Hernández». Mundo Obrero, 15 de septiembre de 1934. ↩︎