
Introducción
Hace poco más de 175 años, Marx y Engels abrieron el Manifiesto Comunista amenazando con que «Un espectro se cernía sobre Europa: el espectro del comunismo». El tono jocoso, incluso sarcástico, dirigido a la conjura de la «santa jauría» reaccionaria es apenas el reverso metafórico y oscurantista de la constatación del despertar político de una clase destinada a enterrar el viejo mundo y abrir un nuevo periodo en la historia de la humanidad. Hoy, tras un siglo de revoluciones cerrado con una derrota estrepitosa, la ocurrencia de los padres del socialismo científico se gira contra nosotros inquisitorialmente. Lejos de la ciencia que nos legaron, ejercida y templada en el terreno de la lucha de clases, el movimiento comunista nada entre espectros que parecen imposibles de desterrar. A lo largo de nuestros artículos y contribuciones hemos hecho mención a algunos de ellos: la desaparición del proletariado, el surgimiento del precariado, las clases medias, la pérdida de la centralidad del trabajo, la teoría del derrumbe, la importancia de la lucha por la vivienda… Todos ellos lugares comunes, más o menos asentados tanto a nivel teórico como práctico, que supuestamente indican la necesidad de reinventar el comunismo o, como mínimo, la exigencia de su revisión radical.
No insistiremos en el origen de clase de estas desviaciones e impotencias, prestadas de las universidades e introducidas en el movimiento comunista por parte de los intelectuales que durante sus tiempos mozos matan sus tardes libres jugando en el barro antes de asentarse en una cátedra de nombre impronunciable. Lo que nos interesa es hacer notar que en los últimos años parece que el terreno ha empezado a desbrozarse y que el debate alrededor del trabajo en los centros productivos empieza a recobrar la relevancia que nunca debería haber perdido. A medida que las condiciones para una nueva época de combates se van gestando, los distintos destacamentos y organizaciones del movimiento comunista se ven obligados a virar hacia categorías y discusiones próximas al núcleo del conflicto si no quieren contentarse con la irrelevancia. Es en este contexto en el que ha emergido, como espectro poco menos que definitivo, el debate alrededor de la aristocracia obrera.
Decimos que poco menos que «definitivo» porque en él se dirimen tanto gran parte de los males que afectan al movimiento comunista como las condiciones para su necesaria superación. Sin querer darle una relevancia que por el momento no tiene, las reacciones a la presentación de nuestra propuesta de Programa publicada el 1 de mayo de 2025 fueron una buena muestra de ello. Por un lado, tuvimos a los que, en su lectura sesgada, hablaron en sus críticas más de ellos que de nosotros. Se nos acusó poco menos que de intentos de héroes románticos por decir que había que volver a trabajar ahí donde encontramos la contradicción fundamental de nuestra sociedad. Que primero había que ofrecer una «alternativa» antes de ponerse a currar, como si la «alternativa» no se hubiera construido, siempre, desde los centros de trabajo. Si vinculamos este intento de argumento con sus análisis de coyuntura, que concluyen, por ejemplo, que nada menos que el 41,65% de la población de Euskal Herria es aristocracia obrera, empezamos a atisbar por dónde van los tiros.
El otro bloque de respuestas fue mucho más honesto en sus críticas, aunque partieran de un profundo desacuerdo. Ante una propuesta tan expeditiva como, a priori, de perogrullo, distintos camaradas nos preguntaron por la aristocratización del proletariado del centro imperialista como obstáculo para la organización en los centros de trabajo. Desde los que planteaban una duda más general como aquellos que, herederos de ciertas tesis tercermundistas, sacaban a colación el intercambio desigual como barrera infranqueable, surgía una inquietud basada más en consensos superficiales y lugares comunes que en argumentos sólidos. Quisiéramos recalcar que esta afirmación no pretende ser irrespetuosa, antes al contrario. Partiendo de que nosotros mismos nos hemos visto largamente influenciados por estos espectros, reconocemos que por el momento no existen las condiciones para erradicarlos definitivamente. Lo que sí constatamos es que reconocer estas carencias es el punto de partida para ponerse en camino de solventarlas.
Así pues, presentamos este artículo con el objetivo, más estratégico que meramente teórico, de contribuir a seguir desbrozando el terreno; esto es, de entablar un diálogo fecundo con el resto de comunistas honestos y ver qué hay de cierto y qué de falso en el conjunto de lugares comunes alrededor de la aristocracia obrera que llevan décadas atenazándonos. Y es que si todos estamos de acuerdo con que salir del estado de derrota actual pasa porque el socialismo científico vuelva a fusionarse con el proletariado, debemos explorar hasta las últimas consecuencias esta posibilidad. La sospecha que subyace a este artículo es que el comodín de la aristocratización del proletariado nos ha servido de excusa. Una excusa, es cierto, con un fundamento material que es obligatorio reconocer. Pero una excusa al fin y al cabo, puesto que su uso consiste en elevar a norma la anécdota, abandonando por el camino las premisas metodológicas del materialismo-dialéctico para claudicar ante las apariencias burguesas.
Es en este punto donde pretendemos que nuestra aportación sea fundamental. Las conclusiones propositivas son preliminares y los argumentos sujetos a revisión y crítica. Sin embargo, el abordaje metodológico es innegociable. La gran mayoría de malentendidos y falsos debates que hoy «entretienen» a los comunistas tienen su origen en la adopción de una perspectiva contemplativa a la hora de aproximarnos a la realidad. En vez de comprometernos hasta las últimas consecuencias con ella y de generar teoría a partir de las necesidades estratégicas de nuestro avance, aspiramos a resolver definitivamente todos los debates antes de poner un pie en el barro, como si la última palabra no la tuviera la práctica. Y el caso de la aristocracia obrera resulta especialmente sangrante. Ante la degradación a marchas forzadas de las condiciones de vida del proletariado -también el del centro-, ante el alud de huelgas y protestas ahogadas por la represión o reconducidas por el sindicalismo amarillo, el movimiento comunista rechaza de plano trabajar entre las filas del proletariado allí donde está el origen de su poder porque las estadísticas dicen que muchos – cada vez menos – aún tienen una hipoteca en su nombre y una suscripción al Netflix.
Decíamos que el debate alrededor de la aristocracia obrera se erige como el espectro «definitivo». Y lo afirmamos básicamente porque si bien condensa toda la autoindulgencia en la que estamos sumidos, si mediante nuestro trabajo diario demostramos que nuestras tesis son correctas, ya no quedará donde esconderse. Si resulta que el problema no es que sobren aristócratas obreros, sino que faltan comunistas, ya no quedarán excusas. Esta apelación a la práctica no es óbice para que los argumentos aquí presentados no tengan la mayor pretensión de cientificidad, desanudando enredos categoriales y aspirando a prolongar la Crítica de la Economía Política que Marx y Engels inauguraron. Sin embargo, somos plenamente conscientes que como comunistas lo que nos incumbe es la terrenalidad de nuestro pensamiento. Solo esperamos que nuestras aportaciones y el debate que pueda surgir de ellas nos acerque más a la reconstrucción del Partido, verdadero objetivo en esta etapa.
Así pues, partiendo de este carácter «espectral» de la aristocracia obrera, planteamos en el primer apartado un recorrido por la herencia del término para aclarar algunos malentendidos persistentes originados en lecturas escolásticas. Una vez realizada esta tarea, distinguimos entre tres posicionamientos contemporáneos alrededor del objeto de estudio: la que hemos llamado la aproximación sociológica; la inversión tercermundista; y la que nos hemos permitido nombrar como la definición ortodoxa. Empezamos analizando la primera y la segunda, no solo disputando sus argumentos principales, sino remitiendo a sus orígenes y a sus consecuencias políticas como elementos indisociables a la hora de entender estos abordajes. Cerramos presentando y ahondando en la definición ortodoxa, a nuestro entender la única científicamente fundamentada, y compartimos algunas conclusiones que se desprenden del propio artículo. Esperamos haber estado a la altura de la importancia que la cuestión presenta.
Herencia terminológica
Como decíamos en la introducción, nuestro objetivo en este primer apartado no es realizar una exégesis sobre los clásicos, sino ilustrar brevemente cómo distintas definiciones presentes en textos extremadamente relevantes para la historia del movimiento comunista se han convertido en una serie de premisas estancas que conforman el concepto actual de «aristocracia obrera». Tal y como ocurre con muchas otras categorías empleadas de forma poco rigurosa, en vez de ser producto del análisis concreto de la situación concreta, han quedado fosilizadas como una serie de lugares comunes reforzados por el aura de autoridad que tienen las citas literales.
Una de las primeras menciones –sino la primera– del término en los clásicos del marxismo es en una de las introducciones de Engels en su obra «La situación de la clase obrera en Inglaterra»:
Sólo en dos sectores «protegidos» de la clase obrera hallamos un mejoramiento permanente. (…) El segundo sector de obreros «protegidos» lo integran las grandes tradeuniones. Son estas organizaciones de ramas de la producción en las que trabajan única o predominantemente hombres adultos. Ni la competencia del trabajo de las mujeres y de los niños ni la de las máquinas han podido debilitar hasta ahora su fuerza organizada. Los metalúrgicos, los carpinteros y los ebanistas y los albañiles constituyen otras tantas organizaciones, cada una de las cuales es tan fuerte que puede, como ha ocurrido con los obreros de la construcción, oponerse con éxito a la introducción de la maquinaria. No cabe duda de que la situación de estos obreros ha mejorado considerablemente desde 1848; la mejor prueba de ello nos la ofrece el que desde hace más de 15 años no sólo los patronos están muy satisfechos de ellos, sino también ellos de sus patronos. Constituyen la aristocracia de la clase obrera, han logrado una posición relativamente desahogada y la consideran definitiva.1
La descripción que se ofrece es la de un sector concreto del proletariado que durante la segunda mitad del siglo XIX vio como sus condiciones de vida inmediatas disfrutaban de cierta estabilidad o incluso mejoraron respecto al período revolucionario de 1848. Esto contrastaba con la gran masa de proletarios que fue desplazada por mano de obra más barata, por la introducción de maquinaria nueva o debido a los períodos de crisis. Estos sectores del proletariado tuvieron cierta capacidad de resistencia a la subsunción real durante el capitalismo ascendente.2
Debemos empezar haciendo énfasis en esta primera definición que responde a unas circunstancias específicas analizadas por el autor, pues esta incide en el componente coyuntural, algo fundamental para comprender las desviaciones actuales alrededor de dicha categoría. De hecho, a pesar de la alusión al término «aristocracia obrera», en la misma obra no parece haber ninguna mención más al respecto, y, siendo honestos, parece más bien un epíteto metafórico para calificar negativamente ciertos sectores del proletariado en un momento concreto –pues Engels los sigue considerando proletarios– que no una definición formal de una clase o fracción de clase. Tal es así que el término no fue utilizado de forma sistemática en las obras posteriores de Marx y Engels más allá de escritos cortos o correspondencia, y no fue hasta que la tradición socialdemócrata de la II Internacional lo recuperó que el término reapareció en la literatura comunista.
Siendo Kautsky el mayor exponente teórico de ese período, veamos una de las primeras menciones que hemos podido encontrar en una obra de 1887:
Naturalmente, en la mayoría de los casos se reduce a diez horas también el tiempo de trabajo de los hombres en las fábricas donde éstos trabajan con mujeres y niños. Cuan necesaria es sin embargo la extensión de esta ley a los hombres adultos lo demuestra la miserable situación de los obreros ingleses en las ramas del trabajo no protegido legalmente, que se hallan excluidos de aquel núcleo privilegiado de trabajadores que merced a una serie de circunstancias favorables constituyen una aristocracia del trabajo.3
El término deja poco a poco de ser un recurso esporádico y/o metafórico para empezar a cristalizarse como forma de nombrar ciertos sectores del proletariado con mejores condiciones, hecho que les otorgaría una menor propensión a organizarse junto al resto de su clase y una mayor tendencia a caer en el corporativismo, reproduciendo y agravando la competencia intraobrera. El problema principal que aparece de nuevo es que esta definición tomada como tal es difícil desprenderla de una condición estrictamente coyuntural y fluctuante. A saber, en este caso, conseguir menos horas de jornada o ciertos derechos laborales. Volviendo a Kautsky, en algunos textos el autor no parece atribuirles un papel reaccionario de forma absoluta y apunta a otra posibilidad:
En las filas de estas capas de obreros no protegidos y explotados ha surgido en los últimos años un poderoso movimiento que se propaga también a los obreros de mejor posición y domina a todo el movimiento obrero inglés. Su primera aspiración es la reducción legal de la jornada de trabajo a ocho horas, sosteniendo que la protección de la ley no debe abarcar como en el pasado sólo a las mujeres y a los niños, sino que debe hacerse extensiva también a los hombres adultos.4
Centrándonos ya en el ala revolucionaria, Lenin, en Imperialismo fase superior del capitalismo, recoge una definición en principio similar, pero ahora relacionada de forma nuclear con la cuestión del imperialismo y la coyuntura internacional de inicios del siglo XX. Lenin retoma la definición de aristocracia obrera que se manejaba en la II Internacional para descubrir en ella el sustrato material sobre el que se erige el desviacionismo de la corriente reformista a la que se opusieron los bolcheviques:
Es evidente que una súper-ganancia tan gigantesca –ya que los capitalistas se apropian de ella, además de la que exprimen a los obreros de su «propio» país– permite corromper a los dirigentes obreros y a la capa superior de la aristocracia obrera. Los capitalistas de los países «avanzados» los corrompen, y lo hacen de mil maneras, directas e indirectas, abiertas y ocultas.
Esta capa de obreros aburguesados o de «aristocracia obrera», completamente pequeños burgueses en cuanto a su manera de vivir, por la cuantía de sus emolumentos y por toda su mentalidad, es el apoyo principal de la II Internacional, y, hoy día, el principal apoyo social –no militar– de la burguesía. Pues éstos son los verdaderos agentes de la burguesía en el seno del movimiento obrero, los lugartenientes obreros de la clase capitalista, los verdaderos portadores del reformismo y del chovinismo. En la guerra civil entre el proletariado y la burguesía se colocarán inevitablemente, en número no despreciable, del lado de la burguesía, del lado de los «versalleses» contra los «comuneros».5
Una definición que resuena a otra de Engels recogida en el texto Inglaterra en 1845 y en 1885:
[D]urante el período del monopolio industrial inglés, la clase obrera inglesa, hasta cierto punto, compartió los beneficios del monopolio. Estos beneficios se repartieron de forma muy desigual entre ellos; la minoría privilegiada se llevó la mayor parte, pero incluso la gran masa tuvo, al menos, una participación temporal ocasional. (…) Con el colapso de ese monopolio, la clase obrera inglesa perderá esa posición privilegiada; se encontrará, en general —sin excepción de la minoría privilegiada y dirigente— al mismo nivel que sus compañeros trabajadores del extranjero.6
Esta participación temporal del monopolio que Engels menciona, Lenin la asocia a los países imperialistas porque es donde la burguesía sería más capaz de destinar una mayor cantidad de plusvalía adquirida gracias a las «superganancias» acumuladas. La burguesía podría permitirse un gasto en estos sectores para mantenerlos como correas de transmisión de su ideología y su política, ejerciendo un control más «velado» sobre el proletariado.
La obtención de elevadas ganancias monopolistas por los capitalistas de una de las numerosas ramas de la industria de uno de los numerosos países, etc., da a los mismos la posibilidad económica de sobornar a ciertos sectores obreros y, temporalmente, a una minoría bastante considerable de los mismos, atrayéndolos al lado de la burguesía de una determinada rama industrial o de una determinada nación contra todas las demás. El antagonismo cada día más intenso de las naciones imperialistas, provocado por el reparto del mundo, refuerza esta tendencia.7
La diferencia principal entre la definición de Lenin y las anteriores, y eso es algo que nos servirá más adelante para empezar a desarrollar una definición de aristocracia obrera en positivo, es que este estrato social obtiene una centralidad especialmente relevante para comprender el despliegue de categorías del análisis de la fase imperialista del capital. La aparición de este estrato social supuso una diferencia cualitativa en términos económicos y estratégico-políticos e implicó en consecuencia un punto de ruptura entre comunistas y socialdemócratas. Es especialmente relevante también que Lenin emplee los términos de «posibilidad» y «temporalmente», haciendo referencia al factor coyuntural y temporal de las mejores condiciones de distintos estratos sociales dentro de la clase obrera. Esto es algo que Engels y Kautsky ya apreciaban en las citas que hemos ido mencionando. Todas las citas emplean descripciones coyunturales y no una definición abstracta y categóricamente estructural de una nueva clase social claramente diferenciada.
Como decimos, las exposiciones de los autores anteriores apuntan a un hecho circunstancial concreto que se corresponde con la expansión de prebendas entre el proletariado, prebendas que fomentarían su docilidad pero que tienen su raíz en un factor asociado a unas condiciones específicas dentro de un momento histórico, una región o una rama de la producción: véase el caso del capitalismo ascendente en Alemania o Inglaterra con la resistencia de ciertos sectores del proletariado a la subsunción real del capitalismo; o bien, en el contexto de Lenin, los estratos sociales que se beneficiaron de ciertas prebendas otorgadas por la expansión mundial del capital, cosa que les llevó a alinearse con sus respectivas burguesías ante un conflicto bélico interimperialista.
La cuestión es que las distintas aportaciones a la conceptualización del término culminaron en una definición que pone el foco en una fracción de clase que existe en una relación con los medios de producción determinada y claramente diferenciada de la del resto del proletariado, independientemente de sus condiciones laborales o sus mayores o menores tendencias revolucionarias. Esto es, cristalizó en la identificación de un estrato de clase en base a su relación con los medios de producción y no en base a epifenómenos asociados a ella como una mayor capacidad de consumo o prebendas en forma de derechos laborales. Años más tarde, el Manual de Economía Política soviético ofrecería una definición siguiendo esta aproximación:
La burguesía proporciona condiciones privilegiadas a un sector relativamente reducido, que forma la aristocracia obrera. Lo integran toda clase de contramaestres y capataces y los elementos de la burocracia sindical y cooperativista. La burguesía se vale de esta aristocracia obrera, bien pagada, para escindir el movimiento obrero y envenenar la conciencia de la gran masa proletaria con prédicas sobre la paz de clases y la armonía de intereses de explotadores y explotados.8
En ese sentido, ninguna de las citas que hemos mencionado es errónea. El problema es la aproximación o el método desde los cuales las analizamos. El uso fuera de contexto de estas citas, utilizando únicamente las conclusiones sin aplicar un método correcto, puede conducir fácilmente a una desviación. La cuestión es, como veníamos diciendo, que el término ha derivado en una serie de convencionalismos enquistados dentro del corpus ideológico comunista, convencionalismos que son una muestra en el plano ideológico de la derrota que sufrió el movimiento a escala internacional, pero que a la vez sirven para mantener y revolcarse todavía más en ella, impidiendo su superación. La lectura superficial y fetichizada de los clásicos se inscribe en un momento de reflujo revolucionario y aislacionismo respecto los centros de trabajo, situación que ha separado la ideología comunista de su clase y la ha acercado a academicismos burgueses, convirtiendo al comunismo en una aproximación contemplativa de la realidad, separado de cualquier práctica real y sustituyendo con ello la vinculación orgánica con las masas desde una perspectiva revolucionaria con investigaciones abstractas que reproducen todos los vicios epistemológicos positivistas y empiristas de la academia burguesa.
Una vez realizado este breve repaso de la herencia y de la evolución del término, nada desdeñable puesto que separa nociones y atribuciones habitualmente entremezcladas, es momento de confrontar su uso actual. De entre todas las definiciones que se manejan en los distintos destacamentos comunistas y que reconocen la existencia de la aristocracia obrera, hemos decidido realizar una división en tres posicionamientos principales. No asociamos ninguno de ellos a uno o varios destacamentos en concreto. De hecho, algunos se dan de forma incluso simultánea en el ideario general del movimiento comunista. Sin embargo, consideramos que esta distinción puede contribuir al esclarecimiento ya que expone posicionamientos más o menos autocontenidos:
1. El primero es el que denominaremos como aproximación sociológica. Se trata del que se sirve de la simple observación empírica y cuantitativa de fenómenos asociados a la aristocracia obrera en base a la lectura superficial de los clásicos y sus conclusiones. En este caso, el factor para describir a esa aristocracia obrera no sería a partir de un despliegue lógico de categorías que expliquen su rol en la producción, sino en base a la observación empírica de un mayor salario que la media en un sector determinado, unas mejores condiciones laborales, etc. Este método llevado hasta las últimas consecuencias nos lleva a la conclusión de la sociología burguesa que afirma que el proletariado «ha pasado a mejor vida» en el centro imperialista, pues quien más quien menos puede tener unas circunstancias que le alejan de la manida definición estanca y superficial de clase obrera. Los autores clásicos realizaron todas esas definiciones que hemos citado porque la aproximación práctica a la realidad reclamaba una definición concreta que permitiera trazar una estrategia revolucionaria real. La aproximación sociológica renuncia justamente a este carácter estratégico y práctico.
2. El segundo, que denominaremos como inversión tercermundista, supone sin lugar a dudas un paso más allá respecto de la aproximación sociológica. Lo supone porque trasciende la superficialidad positivista e intenta remitir los epifenómenos mencionados a una posición específica en el seno de las relaciones de producción actuales. Sin embargo, llega a una conclusión parecida a la primera: la mayor parte del proletariado del centro imperialista forma parte de la aristocracia obrera y/o vive a costa del proletariado de la periferia.
3. El tercero, al que denominaremos como definición ortodoxa, es el que consideramos como el más consecuente con la Crítica de la Economía Política, pues define a la aristocracia obrera en relación a su rol objetivo en la producción, deduciendo de él sus condiciones materiales más inmediatas y comprendiéndolas como epifenómenos del papel que juegan en las formaciones sociales del capitalismo avanzado. Todo ello, por lo tanto, «recuperando» el esfuerzo científico tercermundista, pero sin dejarse condicionar por apriorismos derivados de la percepción que el proletariado del centro es demasiado dócil y que vive «demasiado bien» como para estar dispuesto a hacer la revolución.
La aproximación sociológica
La primera de las definiciones es perfectamente ilustrativa de la ausencia de una verdadera vinculación con las masas. Dicha desvinculación orgánica se manifiesta ideológicamente en muchas de las tesis actuales del movimiento comunista, las cuales terminan formulándose como un ejercicio academicista completamente ajeno al objeto de su estudio. Hemos decidido denominar esta desviación como «aproximación sociológica» porque sus métodos son más cercanos a los de la ciencia burguesa que a los del marxismo. En el caso de la aristocracia obrera, esta desviación se revela en primera instancia en un uso de la categoría de «aristocracia obrera» que la entiende como un cajón de sastre que puede incluir a muchos sectores de la población, convirtiendo su definición en una de peligrosamente similar a la de la sociología burguesa que habla de «clases medias», «precariado» u otras categorías pseudocientíficas.
A pesar de que esta aproximación parta de estadísticas, fenómenos o datos observables y objetivos, como por ejemplo un mayor sueldo o mejores condiciones laborales, como el problema es de método, la definición termina cayendo en una medición cuantitativa y empirista que depende del cherry picking que queramos hacer. Está claro que casi toda la población de España podría cumplir o no con ciertas mediciones cuantitativas asociadas a una definición de aristocracia obrera basada en la conjunción de distintas características tomadas en abstracto. Sí, es cierto, existen sectores del proletariado que tienen mayores salarios, una sindicación fuerte, y/o roles críticos en la producción. Pero una clase o fracción de clase no puede ser definida a través de fenómenos más o menos contingentes. Además, no todo aristócrata obrero tiene que cumplir todas estas características y cumplir una o varias de ellas no tiene por qué calificar automáticamente como miembro de la aristocracia obrera. De nuevo, llegamos al problema del método. Si unas mejores condiciones de trabajo pueden determinar la pertenencia o no a la aristocracia obrera, únicamente aquellos sectores más depauperados y más perjudicados por el imperialismo, en el país más destruido por la guerra, en la rama de la producción con más tasa de explotación, serían los únicos sectores que conformarían el «verdadero» proletariado. La realidad es que las diferencias salariales y de condiciones son fluctuantes y presentes en todas las capas obreras, dentro de un mismo país y a nivel internacional, por lo que quien hoy es aristócrata obrero mañana podría dejar de serlo debido a la inflación o a la firma de un convenio draconiano.
Entonces, en vez de definir a la aristocracia obrera a partir de las categorías de la Crítica de la Economía Política, la aproximación sociológica usa una definición estanca formulada a partir de unas circunstancias muy concretas. En lugar de entender que los ingresos vienen determinados por un rol concreto en la producción, el análisis se produce a la inversa: todo sector que pueda tener ciertas condiciones –determinadas a priori– es susceptible de ser tachado de aristocracia obrera. Claudicando ante la conciencia espontánea, en la mayoría de casos reformista y corporativista y, en los peores, directamente reaccionaria. Esta aproximación académica y alejada de una organización comunista real contribuye a la falta de comprensión del rol de los comunistas, rol que únicamente se puede comprender en el ejercicio práctico de nuestro cometido.
Una clase o estrato se define principalmente por el lugar que ocupa en la producción independientemente de su voluntad o de sus condiciones inmediatas. Sus circunstancias laborales por sí solas no pueden ser factores definitorios de esa aristocracia obrera. Engels, analizando la situación del proletariado en Inglaterra explicaba:
La clase obrera de las grandes ciudades nos presenta así una serie de modos de existencia diferentes; en el mejor de los casos, una existencia temporalmente soportable: por un trabajo esforzado, buen salario, buen alojamiento y alimentación no precisamente mala -evidentemente, desde el punto de vista del obrero todo ello es bueno y soportable-; en el caso peor, una miseria cruel que puede ir hasta carecer de techo y morir de hambre. De ambos casos, el que prevalece por término medio es el peor. Y no vayamos a creer que esta gama de obreros comprende simplemente clases fijas que nos permitirían decir: esta fracción de la clase obrera vive bien, aquella mal, siempre es y ha sido así. Muy al contrario, si bien ese es el caso todavía, si ciertos sectores aislados aún disfrutan de alguna ventaja sobre los demás, la situación de los obreros en cada rama es tan inestable, que cualquier trabajador puede ser llevado a recorrer todos los grados de la escala, desde la comodidad relativa hasta la necesidad extrema, incluso hasta estar en peligro de morir de hambre; y, por otra parte, casi no hay proletario inglés que no tenga mucho que decir sobre sus numerosos reveses de fortuna. (…)
Los trabajadores se hacen la competencia lo mismo que los burgueses. El tejedor que trabaja en un telar entra en liza contra el tejedor manual, el tejedor manual, que está mal pagado o desempleado, contra aquel que tiene empleo y es mejor pagado, y trata de apartarlo de su camino. Ahora bien, esa competencia de los trabajadores entre sí es para el trabajador la peor parte de las relaciones actuales, el arma más acerada de la burguesía en su lucha contra el proletariado. De ahí los esfuerzos de los trabajadores por suprimir esa competencia al asociarse; de ahí la rabia de la burguesía contra esas asociaciones y sus gritos de triunfo por cada derrota que les ocasiona.9
Un salario más elevado que la media puede suponer un factor que afecte a cierto estrato social proletario y que elimine su solidaridad de clase –sobre todo sin una organización comunista–, pero su condición proletaria se sigue manteniendo. Al mismo tiempo, habrá miembros de la aristocracia obrera en los que su salario no excederá con creces el de un proletario medio, pero su relación con los medios de producción seguirá siendo objetivamente la de un agente cualitativamente diferenciado.
La simple medición empírica de datos podría significar que un euro más o un euro menos en el sueldo distinguiera entre un proletario y un aristobrero. Únicamente desde un ordenador con acceso a los innumerables datos estadísticos no se puede ofrecer un análisis definitivo sobre de qué forma existe la aristocracia obrera en la actualidad. La aproximación sociológica solo sirve para reproducir y ampliar ciertos sesgos absurdos, como es el caso del ISI (Ikerketa Sozialisten Institutua) que, tras hacer un «análisis estadístico» de factores cuantitativos respecto al salario nominal, llega a la conclusión de que en Euskadi un 41,65% de la población pertenece a la aristocracia obrera. Cayendo en la misma trampa ideológica burguesa que insiste en que en países como España, la mayor parte de la población «es clase media» y que el proletariado y la burguesía han desaparecido o se han diluido en ese estrato social vaporoso que se superpone con «la sociedad».
Ciertamente, estos análisis emanan de una evolución del modo de producción capitalista y de una coyuntura histórica tan específica como excepcional – el ensueño bienestarista que lleva casi 50 años en derrumbe permanente–. Sin embargo, la mayor responsabilidad de las desviaciones del movimiento comunista no la tienen las condiciones actuales del modo de producción ni tampoco los autores clásicos mencionados, los mayores responsables somos los comunistas mismos en tanto que nuestra condición presupone la capacidad de trascender el espejismo que muestra la superficie de la totalidad burguesa.
Estas desviaciones aparecen en un contexto de recuperación tras la Segunda Guerra Mundial, principalmente en los países más ricos, en los que se introdujeron enormes avances en las fuerzas productivas propiciados por el esfuerzo industrial bélico y la liberación de nuevos mercados y por políticas expansivas keynesianas cuyo acicate principal fue la amenaza que suponía que un tercio de la población mundial viviera en países encaminados de forma más o menos acertada hacia el socialismo10. Algunos de estos avances consiguieron aumentar drásticamente la productividad: la computación, internet, la robotización, nuevas formas de producción de acero, extracción de petróleo y mantenimiento y control de cosechas con los avances en biotecnología, la apertura de nuevas tierras cultivables, el monocultivo y procesos de crecimiento controlados, una infraestructura de transporte y logística en todo el planeta, etc. Además de una enorme especialización del trabajo en cadenas de montaje y nuevos métodos de organización de la producción. Todos estos avances potenciaron el trabajo y aumentaron drásticamente la cantidad de productos por unidad de tiempo. Las estadísticas de aporte al PIB por hora trabajada reflejan esta realidad11:

Según los datos de Growth rate of productivity 1934-2015 de Our World in Data12, se puede observar un rápido crecimiento en la productividad durante los años 70-90 después de la recuperación tras la guerra, que posteriormente experimenta un descenso del crecimiento hasta nuestros días13. Por ende, los famosos «milagros económicos» que se dieron en muchos países a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, como fue el caso de EEUU, Japón o España, resulta que nunca fueron milagros, sino los avances en las mismas fuerzas productivas que hoy se han topado con nuevas limitaciones técnicas a superar.

El aumento de la productividad, pero, no ha representado una subida proporcional en los sueldos de los trabajadores14:

Este enorme incremento en la productividad generó un abaratamiento de la fuerza de trabajo. Al aumentar la productividad y reducir la cantidad de trabajo necesario para la producción de una mercancía, la fuerza de trabajo puede estar, en términos relativos, más explotada que antes a la vez que goza de una mayor cantidad de bienes a consumir y una mayor «comodidad relativa». Es decir, el proletariado de hoy, principalmente el del centro imperialista, suele vivir mejor que hace cien años: más variedad de mercancías a su alcance, mejor alimentación, vivienda15 y descanso, entretenimiento y servicios sociales, etc. Pero esto ocurre únicamente porque a la burguesía del centro imperialista le sale más barato poder fabricar toda esa plétora de mercancías de lo que costaba antes producir una ínfima parte de estas. Esto existe gracias a una red de distribución internacional del trabajo con una industria altamente tecnificada en conglomerados industriales de los centros imperialistas y una producción extractiva e intensiva en mano de obra en la periferia. Este aumento de la productividad, hoy, se está empezando a devorar a sí mismo, pues la tasa de explotación debe seguir subiendo para compensar la sobreproducción y la caída de precios, y esta efímera opulencia de la que ha disfrutado el centro imperialista se empieza a desmoronar. Este aumento de la capacidad de consumo, ha permitido a diferentes corrientes desviacionistas vaticinar la desaparición de las clases, agrupándolas en la famosa «clase media».
Justamente uno de los descubrimientos más importantes de Marx, respaldado por estos datos de productividad, entra en clara contradicción con esta aproximación sociológica. Hablamos de la plusvalía relativa. La extracción de plusvalía relativa significa que el proletariado, a pesar de poder aumentar el número de mercancías que consume, a pesar de mejorar sus condiciones de vida, puede estar más explotado que antes en términos relativos, manteniendo su condición de proletario. Esta concepción bienestarista no da cuenta de que esta relativa bonanza es de orden coyuntural y responde a un momento histórico especifico determinado por el súbito desarrollo de las fuerzas productivas y por las políticas expansivas durante la segunda mitad del siglo XX.
Si la introducción del «Estado del Bienestar» fue posibilitada por ese desarrollo de las fuerzas productivas, los motivos políticos por los que fue aplicado por la burguesía internacional eran para que actuase como contramedida del factor político que suponía la Unión Soviética y todos los movimientos comunistas ascendentes a nivel internacional. Es decir, la vinculación efectiva de los comunistas enfrentó un esfuerzo bélico, económico e ideológico sin parangón por parte de la burguesía, únicamente posibilitado por ese aumento de la productividad. A medida que ese poder contrahegemónico se fue debilitando, las medidas bienestaristas también han podido ir desapareciendo, proceso acelerado por las sucesivas crisis económicas. Aunque pueda hacerlo, la burguesía no tiene por qué distribuir permanentemente una parte de la ganancia al proletariado, ni siquiera existe tal cosa como una definición de clase en base al soborno permanente de un estrato social. Esto presupondría a la burguesía una capacidad de obrar conscientemente como clase que no tiene, pues tendría que sobreponerse a su forma fundamental de relacionarse bajo el capital, la competencia, y además hacerlo a largo plazo. En periodos de recesión como el actual, todas estas concesiones se han mostrado como lo que realmente eran, un espejismo. La piedra de toque para los comunistas del centro imperialista es si ver más allá de la apariencia, o aferrarse a ella como hace la socialdemocracia.
Por lo tanto, no nos oponemos simplemente a realizar «listas» de las características de esa supuesta aristocracia obrera: mayores salarios, sindicatos de concertación más fuertes, etc., por el contrario, entendemos que estos epifenómenos deben ser explicados a través del estudio de la lógica de despliegue del modo de producción mediante la Crítica de la Economía Política. Una tarea que es indisociable de un compromiso efectivo con la transformación práctica de la realidad. Y es por eso que nosotros ponemos estos límites prácticos a la definición que queremos poner sobre la mesa. Esta crítica en negativo que estamos haciendo solo podrá completarse «en positivo» en la medida en que el movimiento comunista se vincule de una vez con el resto de su clase organizándose en los centros de trabajo, despejando la niebla de guerra en la que andamos a tientas respecto a la realidad de la producción nacional e internacional.
Ahora mismo, como ya señalábamos en la introducción, la aristocracia obrera sirve como receptáculo de toda carencia que presente el movimiento comunista: no se organiza la revolución en el centro imperialista porque la aristocracia obrera es una clase mayoritaria, el proletariado es completamente ajeno al movimiento comunista porque es «sobornado» por la burguesía, no se reconstituye el Partido Comunista porque la aristocracia obrera corrompe el movimiento comunista. Es hora de que asumamos nuestras responsabilidades y carencias y reconstituyamos nuestras fuerzas. Una de las incongruencias más flagrantes tanto de la aproximación sociológica como de la desviación tercermundista es que a la vez se considere como aristocracia obrera a la mayor parte del proletariado del centro imperialista y a la vez, de forma oportunista, se muestre apoyo incondicional a todas las huelgas que recientemente se han dado en Cádiz, Cartagena o Euskal Herria. Y es que el sector metalúrgico es el típico sector que un día se le acusa de tener grandes salarios y prebendas, pero al siguiente se hace imposible negar el hecho de que es goza de una amplia consciencia de clase y que está compuesto por proletarios.
La inversión tercermundista
La obra de referencia de los que defienden análisis de corte tercermundista16 es Imperialismo, fase superior del capitalismo de Lenin, una de las obras fundamentales para el movimiento comunista. Un texto primordial en la formación de la mayor parte de quienes se consideran herederos de la tradición revolucionaria. Ocurre que la obra tiene más de ensayo propagandístico orientado a aproximar al proletariado al estudio de las condiciones del capitalismo contemporáneo que no de análisis exhaustivo del gran número de temas que se desarrollan en él. Esto se debe a que se trata de una conclusión resumida de un trabajo de décadas, plasmado en muchas otras de las obras del líder bolchevique. Esto no lo invalida como aportación decisiva al movimiento comunista, al contrario. Pero debemos recordar que tiene más de un siglo de antigüedad, y que su vigencia se halla en el método y no en la acumulación de datos ni en las frases sacadas de contexto. Entonces, varias de las tesis que se manejan en la obra, quedaron lamentablemente anquilosadas en ciertas premisas que han sido utilizadas para justificar el inmovilismo y la pasividad que ha caracterizado a los comunistas en España –y en otros muchos países– durante más de medio siglo.
Una de las partes fundamentales del texto, y la que sitúa a las demás dentro del nuevo contexto internacional de ese momento, es la cuestión de los monopolios. Lenin, analizando el desarrollo del capitalismo a finales del siglo XIX e inicios del XX, acertó en que buena parte de las ganancias de la burguesía ascendente provenían del expolio y el pillaje a las colonias por parte de grandes empresas que aplicaban un monopolio comercial y productivo en las zonas donde se establecían. Pillaje en el sentido más literal de la palabra y diferenciado de la extracción capitalista de plusvalía. Repitiendo lo aprendido durante la acumulación originaria en sus propios territorios, donde la burguesía usó la violencia y el robo para constituirse como clase, durante el asentamiento del imperialismo, esto es, la ampliación del capital a escala mundial a partir de su movimiento inmanente, la burguesía de los países adelantados usó los mismos métodos contra los países coloniales, desplegando o continuando la ocupación militar en las antiguas colonias, saqueando recursos, asesinando a la población local, apropiándose de tierras, etc. Esto, sumado a la posición de atraso constituida históricamente por el colonialismo feudal en esos territorios de ultramar, terminó por generar una situación de disparidad entre el crecimiento de unos países respecto al de otros. Esto fue posible debido a la convivencia en nuevos territorios entre la explotación capitalista y formas sociales todavía precapitalistas subsumidas formalmente, que no realmente, a las lógicas del capital. Es en ese contexto donde Lenin habla de una distribución de ganancias entre unas capas privilegiadas de proletarios.
El problema aparece cuando una interpretación mecanicista del texto convierte un momento histórico en tendencia general, pues el robo y el pillaje no son una forma constante y permanente del movimiento lógico del capital, ni siquiera en su fase imperialista. Simplemente constituyen su forma primigenia de romper con las relaciones de producción anteriores e instalar unas nuevas. Ciertamente los procesos de acumulación originaria no terminan de un día para otro, y estas formas de violencia siguen enormemente presentes en la periferia, donde la subsunción de remanentes precapitalistas impone «la sangre y el lodo». No obstante, confundir estos procesos, sin lugar a dudas terribles e infames, con el funcionamiento «normalizado» de la reproducción ampliada del capital es un error analítico de gran calado.
Las formas de extracción de plusvalía deben distinguirse de los métodos extraeconómicos del capital en términos históricos. Si las ganancias son, igual que en su fase expansiva, fruto de la voluntad de los monopolios al manipular los precios y a través del robo a otros países, no hay forma objetiva de medir el valor y el capitalismo sería insostenible siquiera en el corto plazo. Es innegable la capacidad de los oligopolios de estabilizar sus ganancias frente a la competencia más débil, o de los tejemanejes que la oligarquía puede realizar a nivel político, pero todo esto, existe a posteriori de la ley objetiva del valor, que se impuso y sigue imponiendo a base de asesinatos y destrucción a lo largo y ancho del planeta.17
Lamentablemente Lenin falleció antes de poder observar siquiera el asentamiento de las relaciones capitalistas en todo el mundo y sus brillantes análisis requieren de una continuidad. Este hueco ha sido llenado a partir de múltiples explicaciones, a veces más a veces menos acertadas. Lejos de una metodología consecuente con la ortodoxia comunista, se han intentado explicar las relaciones económicas imperialistas a través de una eterna expansión predatoria de los capitales monopolistas a zonas todavía no subsumidas al capitalismo. La versión más burda de esta tesis es la que intenta atribuir un poder omnipotente a los oligopolios o trusts que, supuestamente, actuarían por encima de la ley objetiva del valor y a través de simplemente su voluntad y su poder se perpetuarían en el tiempo. El problema es que, si la mayor parte de los sectores de la producción se hallan monopolizados, la voluntad de unos se impondría sobre la de otros, las superganancias que se le asumen a cada capital monopolista, serían propias de todos los capitales, y entonces nadie obtendría esa «superganancia».
Si el capitalismo sólo podía reproducirse a través del expolio y una «acumulación originaria» permanente, la conclusión lógica era que simplemente colapsaría tal y como vaticinaban los teóricos del Derrumbe como Luxemburgo o Grossman. Esta concepción catastrofista y antidialéctica establece un deus ex machina gracias al cual la humanidad se desplaza inevitablemente a un punto de no retorno en el que se hará imposible la reproducción ampliada del capital, dando lugar a «las condiciones idóneas» para la revolución, otorgando un papel pasivo a la acción consciente de los comunistas. Esta premisa, aunque evolucionada, sigue vigente en buena parte del movimiento comunista y sus propuestas estratégicas.
Es en este punto donde apareció la teoría del Intercambio Desigual. Puesto que el capitalismo, tras múltiples vaticinios de su derrumbe, no había colapsado, al contrario, había conseguido nuevos relanzamientos de desarrollo de las fuerzas productivas imponiéndose hegemónicamente sobre el bloque socialista, a partir de los años 60 y 70, y al calor de las luchas de liberación colonial, los teóricos del intercambio desigual fueron los que intentaron retomar una explicación metódica de las relaciones capitalistas, con tal de llenar ese vacío teórico dentro del movimiento comunista. Y es que este debate que enfrenta la posición tercermundista con la definición ortodoxa de aristocracia obrera es un debate fundamental tanto a nivel científico como en sus implicaciones políticas.
No se podría considerar la tesis del Intercambio Desigual como una corriente completamente homogénea. El autor más relevante quizás es Emmanuel Arghiri, pero esta corriente ha tenido influencia en muchos otros autores que podrían autodefinirse o no como afines a esta tesis, como por ejemplo Samir Amin, Anwar Shaikh, etc., cada uno con sus diferencias. A pesar de las distinciones existe un factor común, y este es que de alguna forma los países ricos extraerían una plusvalía extraordinaria de los proletarios de la periferia –los cuales serían «plus-explotados»– creando una relación de explotación entre países además de la explotación de clase. Dependiendo del autor, esta «plusganancia» sería destinada al proletariado de las naciones más ricas, dando una explicación estrictamente económica a esa aristocracia obrera en el centro imperialista. La explicación para esa redirección del plusvalor al centro se hallaría en que la fuerza de trabajo en la periferia estaría infravalorada y por lo tanto el proletariado más explotado que en el centro.
La sucesión lógica del Intercambio Desigual procedería de la siguiente forma:
I. Los monopolios, una vez constituidos, obtienen unas «ganancias extraordinarias» o «superganancias», diferenciadas de lo que serían las ganancias «normales» en base a la extracción corriente de plusvalía, ya que estas no pueden explicarse como un expolio y robo directo ad aeternum. Se entiende que esto se daría por mejores métodos de explotación, pero sobre todo a través del expolio a otros países de donde se extraería un mayor plusvalor, que sería dirigido entonces a los países más ricos. Esto daría lugar a una relación de explotación de unos países respecto a otros, relación que, dependiendo del autor, estaría a veces por encima, a veces en paralelo, de la explotación de clase.
II. Estas superganancias permiten a la burguesía del centro asignar un mayor salario a amplios sectores de su proletariado autóctono. Entonces, las mejores condiciones de vida del proletariado que vive en los países más adelantados se dan gracias a la extracción de plusvalía de la periferia al centro, concretamente la parte de esta que se destina a ampliar su capacidad de consumo y tener mejores servicios sociales, mejores sueldos, etc., manteniendo así su complicidad.
Esta explicación no es exclusiva de autores individuales, cualquiera que haya militado en una organización comunista probablemente se reconocerá en estas tesis, incluso le parecerán lógicas, pues es algo que la tradición marxista-leninista lleva décadas arrastrando -incluyéndonos a nosotros mismos-. Creemos que la popularidad de estas premisas, a pesar de que, como veremos, entren en contradicción con los fundamentos de la Crítica de la Economía Política, se trata de un problema más político que teórico, pues han servido como justificación de la incapacidad de los comunistas de vincularnos con el resto de nuestra clase. Entonces, como venimos diciendo, la resolución de este debate no pasa por una discusión epistolar, sino por organizarnos políticamente allá donde realmente se da la lucha de clases en su forma primordial y más acendrada. A pesar de ello, con tal de debatir con otras organizaciones que creemos que tienen los mismos objetivos que nosotros, hemos considerado necesario realizar una crítica a estos posicionamientos con tal de contribuir a la superación del estancamiento actual de la vanguardia.
Primero pondremos sobre la mesa aquello en lo que seguramente todos estamos de acuerdo: existe de forma manifiesta una disparidad entre regiones del mundo y se dan innumerables situaciones de saqueo, violencia y empleo de métodos «extraeconómicos» para enriquecerse o mantener el poder por parte de los distintos países del mundo y generalmente una mayor acumulación de capital viene acompañada de un mayor empleo de la barbarie. Las relaciones internacionales se han asentado como una distribución mundial del trabajo repartida en regiones con menor tecnificación en la periferia, que realizan trabajos más manuales, extractivistas y de procesos productivos intermedios y por otro lado trabajos con una mayor tecnificación y alta productividad localizados en el centro. Esta situación, evidentemente, se ha podido dar gracias a esa «acumulación originaria imperialista» que otorgó una base para la acumulación de capital para una burguesía con proyección internacional, permitiendo la aplicación de nuevas tecnologías y métodos de trabajo a lo largo del siglo XX, estableciendo circuitos de producción a escala internacional con más y mejores materias primas. Al mismo tiempo, los avances en las fuerzas productivas han permitido que, en los países más ricos, el proletariado, de media, tenga unas mejores condiciones de vida inmediatas que el proletariado de la periferia. Y esta situación se mantiene a través del refuerzo de las cadenas de producción a escala internacional. Esto, como decíamos, genera un sufrimiento terrible al proletariado de los países más pobres, que padecen las peores condiciones laborales y sociales imaginables. En ningún momento negamos los conflictos bélicos, la violencia, el racismo y las terribles condiciones a las que están sometidos nuestros camaradas de otros países. Pero todas estas cuestiones se deben analizar como formas superficiales que toma la explotación capitalista y por ende hay que dar un paso previo para situarlas donde les corresponde en un análisis científico.
De lo contrario, a partir de la observación superficial de un fenómeno como la desigualdad de condiciones de vida entre regiones del mundo, esta se relaciona directamente con una mayor explotación del proletariado de la periferia y una participación de esta por parte del proletariado de los países más avanzados. El problema de partida del Intercambio Desigual es considerar que, tanto en el centro como en la periferia, la fuerza de trabajo media genera la misma cantidad de valor por unidad de tiempo. De ser así la tasa de explotación en la periferia sería superior a la del centro, pero ya en Marx encontramos una explicación a la formación de los precios medios y en ningún momento califica esa igualación como un intercambio desigual entre ramas, algo que nos puede ayudar a analizarlo en una escala internacional. Cuando en Inglaterra se empezó a introducir la máquina de vapor o el telar industrial, aquellos obreros que trabajaban con métodos más manuales empezaron a generar menos valor por unidad de tiempo. Su fuerza de trabajo no estaba siendo infravalorada, y desde luego que el proletariado que trabajaba en las fábricas no se beneficiaba de que los obreros manuales generaran menos valor por unidad de tiempo.
Tomemos, por ejemplo, 3 países distintos: A, B y C. Todos producen la misma mercancía y obtienen la misma tasa de ganancia del 100%, pero con inversiones en capital constante y variable muy distintas. El país A usa una tecnología más adelantada que permite invertir una menor cantidad de mano de obra para producir el mismo bien de consumo, el país B es el que representa una posición más estándar en el mercado y el C posee la producción más intensiva en mano de obra:
| C | V | P | Valor individual | Valor total | Plusvalía total | Ganancia media (G) | |
| País A | 100 | 10 | 10 | 120 | 360 | 80 | 0.29 |
| País B | 70 | 20 | 20 | 110 | |||
| País C | 30 | 50 | 50 | 130 |
Los precios de venta, quedarían de la siguiente forma en función de la ganancia media:
Precio de venta = (Ci + Vi) * (1 + G):
| Precio de venta (redondeado) | Precio total | Variación (respecto a su valor individual) | Ganancia individual | Ganancia total | |
| País A | 141 | 360 | 21 | 31 | 80 |
| País B | 116 | 6 | 26 | ||
| País C | 103 | -27 | 23 |
La plusvalía total es la misma que la ganancia total, pero esta queda distribuida en relación a la aportación de Ci + Vi de cada país. Cada una genera una cantidad de plusvalía distinta a la que obtendría tomado «de forma individual», pero al oponerse en un mercado común, las diferentes empresas obtienen su ganancia en función de su contribución al capital total. Esto ocurre porque, al competir los distintos capitalistas entre ellos, aunque individualmente los que aplican el método más eficiente, apartados de las condiciones de competencia, generarían una menor plusvalía, en realidad están produciendo mercancías por un tiempo de trabajo menor en relación a las demás, es decir, están aplicando un trabajo potenciado.
Hay que recordar, que estos valores que hemos expuesto existen en un espacio lógico, no cronológico. Es decir, no se están realizando las plusvalías individuales primero y luego estas son enajenadas o distribuidas, esta tabla en realidad ocurre bajo el movimiento del capital y aparece bajo la ganancia final, indistinguible de los valores individuales de la tabla. Lo que ocurre aquí entonces, es que la burguesía del país C, con una producción más intensiva en mano de obra, debe aplicar en mayor medida formas de extracción de plusvalía absoluta para poder mantenerse a flote y competir con mayor o menor desigualdad contra los capitales más avanzados. Pero no pierde plusvalía a través de un robo o un intercambio desigual, sino porque requiere de una mayor fuerza de trabajo individual, es decir, necesita aplicar más tiempo de trabajo para generar el mismo valor social que las demás.
Si una empresa tarda 20 horas en fabricar un producto cuyo trabajo socialmente necesario es de 15 horas, no se está perdiendo valor, se está generando menos valor socialmente necesario por unidad de tiempo. Aunque en los países más atrasados se apliquen mayormente métodos de extracción de plusvalía absoluta y esto suele significar jornadas más largas y peores condiciones –cosa que evidentemente genera un sufrimiento extra a la población–, no implica una mayor explotación en términos relativos. Pues más horas individuales aplicadas en una mercancía no aumentan su valor por encima de la media social. El valor de una mercancía se mide a través del trabajo socialmente necesario medio, no en el trabajo individual aplicado.
Para ejemplificar esto, primero tomaremos una rama industrial clave tanto en EEUU como en India, hemos decidido comparar estos dos países porque tienen una mayor cantidad de datos publicados, pues por norma general, la economía burguesa contabiliza –si es que lo hace– la producción en términos monetarios o de PIB en vez de output total de insumos, dificultando la medición. La comparación entre estos países nos permite ver la diferencia entre la mayor superpotencia mundial y una potencia regional llena de trabajadores que difícilmente podrían ser sospechosos de ser «privilegiados» según el criterio tercermundista. Como primer ejemplo analizaremos la agricultura. En el caso concreto de la recolección de maíz en 2024, obtenemos los siguientes resultados18:
| Producción anual aproximada (T) | Trabajadores aproximados en agricultura | Toneladas per cápita | |
| EEUU | 380.000.000 | 22.000.000 | 17 |
| India | 40.000.000 | 148.000.000 | 0,25 |
A pesar de tener una mayor capacidad de consumo, los trabajadores americanos son 70 veces más productivos en la extracción de maíz, mientras el salario no sigue la misma correlación. Si miramos ahora la producción anual por hectárea en distintas regiones del mundo tomando la media quinquenal, obtenemos:
| Trigo | Maíz | Arroz | Soja | Colza | Cebada | Media | |
| EEUU | 3,23 | 11,03 | 8,54 | 3,41 | 1,93 | 3,86 | 6,40 |
| UE | 5,53 | 7,06 | 6,40 | 2,62 | 3,18 | 4,90 | 4,65 |
| China | 5,83 | 6,43 | 7,11 | 1,98 | 2,12 | 3,97 | 4,58 |
| Corea del Sur | 4,15 | 5,76 | 6,85 | 1,95 | 1,00 | 4,52 | 4,64 |
| Bangladesh | 3,52 | 8,68 | 4,68 | 1,77 | 1,31 | 0,90 | 4,17 |
| India | 3,49 | 3,45 | 4,25 | 0,91 | 1,30 | 2,97 | 3,27 |
Vemos que el proletariado de EEUU es mucho más productivo que el de las otras regiones en la mayoría de cultivos. Esto se explica en gran parte porqué la mecanización de la agricultura se aplica de forma más intensiva en el país, aumentando la productividad per cápita. La Unión Europea, China o Corea del Sur presentan productividades bastante similares, seguidas de Bangladesh y luego la India. Obviamente la agricultura no puede ser el único indicador, veamos el caso de otras actividades económicas:
En el caso del acero durante el mismo año:
| Producción anual (T) | Trabajadores aproximados | Toneladas per cápita | |
| EEUU | 81.000.000 | 85.700 | 945 |
| India | 144.300.000 | 600.000 | 240 |
En este caso, a pesar de que el output total de India sea mayor, la productividad por trabajador es muy inferior. La cuestión reside en que trabajos realizados usando formas distintas de producción nunca podrán generar la misma cantidad de valor social, y esto se manifiesta claramente en los datos de las industrias clave.
Otro ejemplo con el cemento:
| Producción anual (T) | Trabajadores aproximados | Toneladas per cápita | |
| EEUU | 91.000.000 | 205.000 | 443 |
| India | 410.000.000 | 1.400.000 | 293 |
El petróleo:
| Producción (barriles/día) | Trabajadores aproximados | Barriles per cápita | |
| EEUU | 20.100.000 | 2.055.500 | 10 |
| India | 735.000 | 800.000 | 1 |
Y los fertilizantes:
| Producción anual (T) | Población19 | Toneladas per cápita | |
| EEUU | 53.000.000 | 340.000.000 | 0,15 |
| India | 48.700.000 | 1.451.000.000 | 0,03 |
Nótese que se han escogido industrias que, además de ser fundamentales para el ciclo de producción completo de cada país, cada región las produce principalmente por su cuenta, es decir, el output no está calculado en base a recibir fases intermedias del producto venidas de otros países y ensamblarlas, cosa que podría falsear la medición, aun así, productos que requieren de tecnología avanzada también se producirán de forma más eficiente en países más ricos. Los datos que se pueden encontrar que cumplan estos factores son relativamente escasos y se topan fácilmente con la limitación que imponíamos en este documento: que los comunistas debemos dejar de hacer cuantificaciones sociológicas sin una vinculación real con el objeto que estamos estudiando.
Aun así, el ejemplo que hemos puesto tiene otra limitación. Qué ocurre cuando no se producen las mismas mercancías en distintos países, cómo se compara la producción en un país y otro a partir de esta distribución internacional del trabajo en la que debemos analizar ramas de producción distintas. Hay mercancías que únicamente se producen en ciertos países, algunas se producen con productividades muy dispares, y todas ellas deben poder compararse de alguna forma. Para ello, resumiremos muy brevemente un ejemplo que se puede encontrar en la obra de Rolando Astarita, concretamente en Valor, mercado mundial y globalización y en Monopolio, Imperialismo e Intercambio desigual.
El ejemplo de Astarita parte de dar cuenta del error de muchos teóricos del intercambio desigual de comparar trabajos de distintos espacios de valor20 directamente sin las mediaciones que existen al comparar divisas de distinto valor internacional y trabajos inscritos en países con productividades medias distintas, ignorando la diferencia manifiesta en el desarrollo de las fuerzas productivas en cada región. Más allá del output total, el trabajo individual de un agricultor en EEUU no se puede comparar con el de otro agricultor en la India simplemente a través de comparar los salarios en dólares, porque ambos se producen, como ya hemos visto, en regiones distintas con productividades y desarrollos de las FFPP distintas, cosa que afecta a cada trabajo individual. Para explicarlo usaremos la misma nomenclatura empleada por Astarita en el ejemplo contenido en Monopolio, Imperialismo e intercambio desigual.
El ejemplo consiste en:
1. Un país adelantado A, con tecnología adelantada y una mayor productividad media.
2. Un país de la periferia B, con una tecnología más atrasada y una menor productividad media.
En el país A se producen 4 mercancías:
Qc: Un bien de consumo, producido con tecnología del país A.
Qs: Un servicio intensivo en mano de obra –véase defensa, sanidad, etc.– que no se exportan internacionalmente como sí lo puede hacer Qc.
Qp: Un medio de producción de alta tecnología imprescindible para el ciclo completo de producción de todas las mercancías producidas, por ejemplo, equipos de producción eléctrica.
Qr: Otra maquinaria intermedia necesaria para la producción de Qc
En el país B, en cambio, se producen 3 mercancías:
Qc: El mismo bien de consumo que en A, pero confeccionado con tecnología más atrasada.
Qs: Igual que en A, producido con tecnología muy similar.
Q’r: Bien similar al de A utilizado para Qc pero con una tecnología inferior.
| País | Producto | Tiempo de trabajo necesario | Precio individual | Producción total | Valor total |
| A | Qc | 2h | 10$a | 4 | 40$a |
| Qs | 4h | 20$a | 2 | 40$a | |
| Qp | 5h | 25$a | 1,6 | 40$a | |
| Qr | 5h | 25$a | 1,6 | 40$a | |
| B | Qc | 8h | 80$b | 1 | 80$b |
| Qs | 4h | 40$b | 2 | 80$b | |
| Q’r | 5h | 50$b | 1,6 | 80$b |
Cada mercancía tiene su valor expresado en su divisa nacional en función de las horas de trabajo que requiere su producción en su respectivo país. Qs, al estar producido con tecnología similar requiere de las mismas horas de producción. Qr y Q’r también requieren de las mismas horas de trabajo, solo que al estar Qr fabricada a partir de tecnología superior, ofrece una mayor productividad que Q’r a la hora de producir Qc.
El país B necesita importar Qp para poder garantizar la producción del resto de sus mercancías, para ello debe obtener divisas $a con las que comprarla. Por lo tanto, debe intentar colocar su producción de Qc en el mercado de A, pues es la única mercancía con posibilidad de exportar al otro país, Qs es difícil de comercializar y Q’r tiene una tecnología inferior a Qr y, por lo tanto, es difícil su colocación en el país A.
Con tal de poder realizar el intercambio, se deben equiparar las dos monedas a través de un tipo de cambio real, no basta con hacerlo con el tipo de cambio nominal. Para ello debemos calcular el poder de compra de cada divisa en su respectivo país. Asumiendo que el valor de la fuerza de trabajo en A y B es Qc + Qs y las monedas nacionales se expresan en $a y $b, obtenemos que el coste de la fuerza de trabajo en A es 30$a y en B son 120$b. Entonces el tipo de cambio E será 4$b – 1$a. Es decir que $a tendría un poder de compra de cuatro veces $b en el país B. Tal y como se explica en el mismo ejemplo, se van a ignorar los costes de transporte, aduanas u otros impuestos pues se asume que serían similares para todos los intercambios y no ofrecen información relevante.
Si los tipos de cambio se mantienen igual, 1 unidad de Qc producida en B por 80$b en A tiene un valor de 20$a. Es decir, se estarían cambiando 4h de trabajo en B por 1h de trabajo en A. Aquí no existe intercambio desigual ninguno, pues, igual que en el ejemplo anterior, se están intercambiando las mismas horas de trabajo socialmente necesarias, aunque los tiempos de trabajo individuales cambien. Existe otro paso intermedio para la colocación de Qc en A, esa mercancía de 20$a no sería competitiva comparada con los 10$a que cuesta Qc producida en dicho país. Los espacios de valor no pueden unificarse sin más. Por lo tanto, B, antes de introducir Qc al mercado de A, debe devaluar su moneda en el intercambio, que ahora tendrá un tipo de cambio de 8$b- 1$a. Únicamente de esta forma una unidad de Qc producida en B de coste 80$b ahora puede intercambiarse por 10$a en A. Esta brecha entre países, aparentemente realizada en el intercambio, se explica en la producción, concretamente en la productividad del trabajo, ya que 2h de trabajo destinado a Qc en A equivalen a 8 en B. No hay tal intercambio desigual, pues justamente los distintos trabajos se igualan de esta forma. Aunque este intercambio sea desfavorable para B, el país requiere de Qp para su producción. La inserción de B en el mercado internacional parte de una desventaja heredada históricamente. Esta situación desfavorable suele venir acompañada de endeudamientos para cubrir esta diferencia de tipo de cambio, lo cual fomenta todavía más esa relación de dependencia mutua. Pero en ningún momento del ejemplo existe una ganancia surgida de un engaño, un robo o una transferencia de valor que luego pueda destinarse a la aristocracia obrera de forma sistemática.
Algo importante de este ejemplo es que por mucho que 4h de trabajo en B se intercambien por 1 en A y esto genere una situación de disparidad, la capacidad de consumo del proletariado de A sigue siendo Qc + Qs, la única forma de que su capacidad de consumo aumente es si su productividad aumenta y por el mismo valor de antes ahora pueda consumir Qc + Qs + otra mercancía Qb. En el supuesto caso de que B produzca mercancías tan baratas en A y que cada una costase 5$a y que ahora, por ejemplo, la fuerza de trabajo pueda ser 2Qc + Qs, esto seguiría significando que la fuerza de trabajo en A sigue produciendo el mismo valor que antes, y el intercambio seguiría siendo entre equivalentes. No explicaría ninguna explotación del centro a la periferia más que la explotación de clase.
La burguesía del país B puede incluso ver sus ganancias incrementadas en el caso de que hubiera otras mercancías producidas en B además de Qc que requieran de su venta en A, y estas requieran que el tipo de cambio aumentase todavía más, por ejemplo, a 10$b- 1$a. Si se mantienen las condiciones de producción anteriores, ahora en B, Qc tendría un coste de 100$b en vez de 80, aumentando las ganancias del productor de Qc en B. Siempre que la inflación no erosione su propia producción, puede obtener mayores ganancias a costa de su población. China es un claro ejemplo de esto. En 1994 hubo una devaluación del 33% del yuan respecto al dólar, cosa que permitió insertar una enorme cantidad de mercancías chinas en Estados Unidos. En 2015 el Banco Popular de China bajó el valor del yuan un 2% en un solo día, reduciendo el poder de compra del yuan, pero permitiendo a la burguesía china obtener enormes ganancias. La amenaza o la imposición de la devaluación ha sido usada también en las numerosas guerras comerciales y arancelarias que llevan dándose entre ambos países los últimos años. Esto no ha impedido a China el desarrollo, de hecho, ha sido una estrategia que ha asentado al país asiático como una de las mayores potencias mundiales. En la tabla se usa un caso genérico, es decir que el producto Qc se vende al precio de A, pero por norma general lo que ocurrirá es que se venderá todavía más barato con tal de poder colocarlo en el país y tener la ventaja de precios respecto a otros capitales, fomentando esa misma distribución internacional del trabajo. Creando regiones destinadas a la producción de insumos muy concretos: véase Bangladesh con el sector textil, zonas de Latinoamérica y África destinadas a la extracción de materias primas como el Litio, Cobre, Diamantes, etc.
Existe un segundo caso derivado de este ejemplo: cuando un país adelantado traslada la producción a un país más atrasado, pudiendo mantener la misma productividad que en su país de origen, pero debido al desarrollo de las fuerzas productivas en el país de destino le sale mucho más barato pagar la fuerza de trabajo externa, pues su moneda $a tiene una gran capacidad de compra en B. De igual forma los burgueses de los países más ricos obtienen una mayor ganancia cuando trabajadores de países más pobres van a trabajar a cambio de salarios mucho más bajos que los del proletariado del país de acogida, pero que al enviar parte de ese salario al país de origen se traduce en un mayor poder de compra para la familia del inmigrante. Pero en todo momento, la clase beneficiaria es la burguesía, no aparece en ningún momento una explotación del proletariado del centro hacia el de la periferia. Pero lo mismo ocurre si un país más pobre envía sus fábricas o inversiones a un país más rico, la ganancia es obtenida por la burguesía de un lado u otro del planeta. Los capitalistas indios que invierten en Inglaterra participan de la explotación de su proletariado y el proletariado inglés, lo mismo con los capitalistas ingleses que invierten a otros países. En 2024 había más de 250 empresas chinas en EEUU, con trabajadores americanos en nómina, con una capitalización de 848.000 millones de dólares. Brasil, Sudáfrica, Indonesia o México, Nigeria, etc., invierten en otros países –sean más o menos pobres– y abren sucursales en ellos. La movilidad del capital permite tejer una red de producción a escala internacional que tiene un beneficiario: la burguesía de todos los países.
Como ya hemos dicho, no venimos a desmentir que exista una desigualdad entre países, el mayor excedente en el centro puede reinvertirse en mayor capital constante, potenciando el trabajo, invertir en I+D, mejorando las fuerzas productivas nacionales, reproduciendo y ensanchando la brecha con los países de la periferia. Pero esta situación se da a través de un cumplimiento de la ley del valor y no de una explotación extraeconómica. Y desde luego que el proletariado de las naciones más ricas no participa de dicha explotación, pues la mayor productividad del centro significa una mayor tasa de explotación también. Al mismo tiempo que existe esta brecha entre países, el flujo de capital privado a países en desarrollo contribuye a la creación de una clase burguesa con proyección internacional en los países considerados como «El Sur global», donde también existen burguesías con ganancias multimillonarias que explotan a su población y a la de otros países. Por lo tanto, la división entre el campo «imperialista» y el «antiimperialista» carece de sentido para confeccionar una estrategia verdaderamente internacionalista.
La estabilización de las relaciones de producción burguesas en todo el planeta, esto es, la era del imperialismo, donde la forma mercancía domina casi toda la producción y donde la sociedad se halla dividida casi en su totalidad entre proletariado y burguesía, genera centros de acumulación de plusvalía y diferencias enormes de productividad y riqueza entre naciones y regiones de un mundo subsumido al capital de forma casi absoluta. Esta situación culminó cuando la reproducción ampliada inherente al movimiento del capital alcanzó definitivamente toda la zona exsoviética, de China y de zonas coloniales, así como la subsunción real de casi todas las zonas del mundo en el proceso conocido como «globalización». Esto engendró una clase burguesa perfectamente asentada en todas esas zonas, que explota a su proletariado y, en la medida en que es capaz de hacerlo, al proletariado de otras naciones, igual que otras naciones explotan el suyo.
Puesto que hemos descartado un intercambio desigual en el salario -pues la capacidad de consumo depende de la productividad media- ni en la igualación de la tasa de ganancia en intercambios entre regiones económicas distintas, ni cuando tratamos con la misma mercancía ni en una distribución internacional del trabajo, solo nos quedaría la posibilidad de que ese traspaso de valor se dé a través de la Inversión Extranjera Directa y la externalización de la producción en otros países, pues aunque el proletariado del centro no explote directamente al de la periferia, este podría llegar a percibir un mayor salario gracias a las ganancias de su burguesía en otros países o incluso a través del salario indirecto en forma de servicios, pagados a través de los impuestos que pagarían las empresas que han externalizado su producción.
Lo que ocurre es que los datos no refuerzan esta última posibilidad de la extracción de plusvalor por parte del proletariado del centro, más bien al contrario. En el artículo titulado «Explorando la consciencia de la clase obrera», Charles Post21 hace también un repaso a varias de los sesgos que se suelen tener por una lectura mecanicista de los clásicos. En el artículo, a partir de las estadísticas de ganancias extranjeras en EEUU en relación a los salarios domésticos, se muestra que no aparece una correlación significativa entre salarios y ganancias en el extranjero. Se puede observar que a pesar del aumento de las ganancias en el extranjero los salarios nunca incrementan de forma proporcional.22

Además, el total de ganancias extranjeras en relación al salario de los trabajadores autóctonos representa, de media, entre un 2 y un 4 % del monto total de salarios, superando el 5 o el 6 % algún año. Una cantidad casi anecdótica como para suponer un soborno dirigido al proletariado del centro. Esto, además, sin tener en cuenta tres cuestiones:
– Que las empresas que exteriorizan la producción a otros países, también deben pagar impuestos ahí, estos no van únicamente al centro.
– Que las ganancias en el extranjero suponen un 30% del total de ganancias de la burguesía americana y, por lo tanto, la mayor parte de ellas son generadas en su propio territorio a partir de la explotación del proletariado autóctono o inmigrante.
– Que estas ganancias incluyen tanto las realizadas en países del centro como de la periferia. Es decir, las cifras contabilizadas como «ganancias extranjeras» incluirían también las generadas en Canadá, Europa, y otros países considerados como zonas del centro imperialista.
Analicemos un ejemplo similar con el caso de España. Mediante los datos de la cifra de negocios resultante de las 5.090 empresas contabilizadas en el extranjero en 2022, obtenemos que el reflujo de capital es de 234.53023 millones. Si luego restamos la inversión material bruta –equivalente a capital constante– para el siguiente ciclo de producción, que asumiremos que podría ser similar a los 65.621 millones del ciclo anterior, nos queda un total de 168.909 millones. Deberíamos entonces restar las ganancias obtenidas en los países igual o más ricos que España, nada sospechosos de estar «explotados» por el país ibérico. Es decir, deberíamos quitar de la ecuación las ganancias obtenidas en, por ejemplo, Alemania, Austria, Bélgica, Francia, Italia, Países Bajos, Portugal, Reino Unido, Suiza, Estados Unidos y China. Asumiendo que la mayoría de los otros países son «más pobres» o «menos imperialistas» que España, nos queda una cifra aproximada de 45.800 millones.
Este dinero no responde a un beneficio neto, todavía falta descontarle los impuestos -aunque parte de estos sean reinvertidos en servicios sociales a la población- junto a otros costes, y, evidentemente, la mayor parte de la ganancia, que es repartida entre los distintos capitalistas. Calcular esta cifra es casi imposible mediante las escasas fuentes que proporciona la estadística burguesa. Lo que sí sabemos que las 142 mayores empresas con filiales en el extranjero pagaron 19.685 millones de euros en impuesto de sociedades24 en 2022, una cifra un poco más tangible. Si asumiésemos que la mitad de estos millones fueran reinvertidos en beneficios para la población española –cosa que no es así de forma más que evidente, pero aceptaremos esa cifra para este ejemplo–, representaría unos 200 euros por español al año, aproximadamente un 1 o un 2% del salario mediano anual. De nuevo, una cifra anecdótica como para suponer un «soborno» o una forma sistemática de la burguesía para «desorganizar» al proletariado. Esto significaría, de nuevo, que la mayor parte de las ganancias serían generadas con la explotación del proletariado en el territorio nacional.
Las condiciones del centro y de la periferia imperialista generan una enorme escisión entre la clase obrera internacional, una frontera física y psicológica entre sus consciencias. Pero de ahí a que una parte expropie valor a otra hay un salto lógico que vemos que es incompatible con un análisis de la realidad efectuado a partir de la Crítica de la Economía Política. Resultaría falaz presentar este análisis con la mera pretensión de conjurar las consecuencias nítidamente liquidacionistas que de él emanan para la lucha internacionalista. Es por ello que nos hemos ceñido estrictamente a un análisis científico que pretende dar cuenta de la concreción histórica de las leyes del capital en un mundo que presenta un desarrollo desigual y combinado. No obstante, si esta operación sería tan tentadora como ilegítima, la posición de quienes defienden la existencia del intercambio desigual y, a la vez, de la posibilidad del comunismo en tanto que intrínsecamente internacionalista no es menos peregrina. Si los «países» y, por ende, sus respectivos proletariados, son respectivamente explotador y explotado, el llamado a la solidaridad internacionalista pierde su raigambre material para convertirse en una apelación moralista sin más fundamento que las buenas intenciones de cada cual.
Puesto que no existe un intercambio desigual, pues hemos visto que los intercambios a escala internacional siguen la ley del valor, ni tampoco existe una explotación del proletariado del centro a la periferia, pues hemos visto que la distribución internacional del trabajo se sustenta con la explotación de la clase trabajadora internacional, el único argumento que le queda a la inversión tercermundista es que una mayor capacidad de consumo puede ser una barrera a la hora de organizar el proletariado de un país, es decir, las mejores condiciones de vida –en términos relativos– pueden adormecer la organización consciente.
Como ya hemos visto en el apartado anterior, el Estado del Bienestar nació sobre una base económica y política que hoy ya no existe, y, por ende, la burguesía no puede ni necesita mantenerlo. Como hemos dicho en el caso de la aproximación sociológica, creer que no se es proletario por tener una hipoteca, una sanidad pública o acceso a más servicios –y cualquiera de estas tres cosas ya se pone en duda para buena parte del proletariado español– no te convierte en aristócrata obrero. Ocurre que la conciencia espontánea del proletariado es algo mediado por una plétora de determinaciones, sea el consumo, la cultura o cualquier circunstancia contingente. El acceso a más mercancías de las que podía acceder el proletariado de hace un siglo puede afectar a la conciencia espontánea. Vivir bajo una teocracia anticomunista o en un país con una tasa de analfabetismo muy alta o en una región dominada por una camarilla militar fascista también suponen barreras a la conciencia comunista. Pero todas estas explicaciones apelan a factores coyunturales que no se explican a partir de un intercambio desigual o un soborno ni una explotación entre proletarios. Y son dificultades que no pueden establecerse a priori sin una organización comunista en los centros productivos, que es el factor principal que explica la falta de voluntad revolucionaria de las masas. Esta mejora de las condiciones del proletariado del centro imperialista no puede darse hoy con carácter permanente, pues no existe una capacidad permanente del capital de ampliar constantemente su productividad ni una necesidad de la burguesía de hacerlo ante la completa ausencia de los comunistas a nivel internacional.
La falta de una vinculación orgánica con las masas puede llevar a cierto moralismo revolucionario, tan comprensible como estéril. La inversión tercermundista, tanto por sus orígenes como por su desarrollo, presenta un compromiso superior al de la aproximación sociológica, y creemos que en la práctica no plantean nada irreconciliable con nuestras posiciones. Sin embargo, no pueden hacerlo de forma consecuente debido a las ataduras ideológicas que lleva arrastrando el movimiento comunista desde hace décadas. Como el movimiento comunista existe en paralelo a su clase, el proletariado no eleva su nivel de consciencia, y como no eleva su nivel de consciencia, esto se debe a una serie de condiciones objetivas a las que los comunistas no podemos enfrentarnos, y por eso debe seguir en paralelo el movimiento comunista y centrar la mirada en una revolución en la periferia que nunca llega. La inversión tercermundista, llevada hasta sus últimas consecuencias teóricas, tiene más de voluntarista que de revolucionario y termina apoyando una emancipación nacional de distintos países de la periferia junto a una imposibilidad –de nuevo, dependiendo del autor– de organización comunista en el centro.
La definición ortodoxa
Hemos descartado entonces una definición de aristocracia obrera que parta de la manifestación de uno o de varios de los epifenómenos asociados a ella, forma típica de la aproximación sociológica; hemos descartado también la tesis tercermundista porque su premisa fundacional invierte el proceder lógico de toda ciencia materialista. Tras todo este recorrido crítico, queda pendiente formular una definición de aristocracia obrera que, si bien no constituye un análisis definitivo sobre esta, –pues este solo se podrá completar en el marco de una práctica revolucionaria real–, debe permitir establecer una posición que supere a las anteriores en sus limitaciones.
Llegados a este punto podría parecer que la única alternativa es simplemente negar la existencia de la aristocracia obrera. Sin embargo, esto implicaría también quedarse estancado en esas mismas apariencias sin penetrar en la esencia del fenómeno. La posición de una clase social, o, en este caso, una fracción de clase, no viene dada por sus condiciones inmediatas sino por su relación con los medios de producción y su papel dentro del modo de producción capitalista. Por lo tanto, su existencia no se da por unos mayores ingresos, ni es producto de un soborno, sino por una relación de clase que debe ser más permanente.
Recuperando nuevamente la definición del Manual de Economía soviético, se trata de un sector relativamente reducido y que integra toda la clase de contramaestres y capataces y los elementos de la burocracia sindical y cooperativista. La aristocracia obrera es, según la definición ortodoxa, aquel estrato social dentro del proletariado cuya función principal no es la de generar valor mediante el trabajo –o en el caso de que sea un trabajo no productivo, la de participar de los procesos técnicamente necesarios para confeccionar un bien o un servicio–, sino asegurarse de que efectivamente se produce una extracción de plusvalía relativa -o absoluta- y se mantiene el flujo de ésta hacia un capital en concreto o hacia el capital en general. Es únicamente después de cumplir su papel como facilitador que luego pueden aparecer varias de las características asociadas a ella: mayores ingresos, mayor poder político en condiciones de pasividad revolucionaria, mayor control sobre los sindicatos de concertación, etc. Características que, en este caso sí, observan una estabilidad manifiesta asociada a la función desempeñada.
Para poder definir qué sectores compondrían a la aristocracia obrera es fundamental entender que este estrato social forma parte del proletariado tal y como la pequeña burguesía forma parte de burguesía en general. Si esa pequeña burguesía cumple un papel concreto dentro de su clase y tiene una categorización cualitativa respecto al resto, ocurre algo similar con la aristocracia obrera. Este sector de la población no tiene más que su fuerza de trabajo, pero su rol dentro del sistema de clases es distinto al del resto del proletariado. Su papel como garantes inmediatos de la preservación de la extracción de plusvalía y, por ende, del correcto funcionamiento del modo de producción da lugar a formas de consciencia significativamente distintas de las del resto del proletariado. No obstante, no se debe caer tampoco en el error de hablar de una clase diferenciada, puesto que tanto la pequeña burguesía como la aristocracia obrera son estratos sociales incluidos dentro de la clase burguesa o proletaria.
Dicho esto, como bien introduce la definición del Manual de Economía, una primera capa fácilmente clasificable como aristocracia obrera son todos esos contramaestres, capataces y mandos intermedios. El control de la producción se socializa en una serie de trabajos destinados a ello, a empresas o secciones subalternas especializadas en esta parte del proceso de encuadramiento en la producción burguesa. En la medida en que un capitalista acumula plusvalor, puede desviar una parte de éste para controlar a sus trabajadores mediante la contratación de personal destinado a coaccionar la mano de obra: capataces, supervisores, encargados, etc. Muchos de ellos sin nada más que su fuerza de trabajo, pero que ejercen sobre el resto de proletarios el «trabajo sucio» de la violencia capitalista. El proletariado, bajo amenaza del despido, multas o directamente los golpes o la muerte, se somete a trabajar para el burgués y la aristocracia obrera se encarga de que así sea. El disponer de más trabajadores y someterlos a ciertos métodos de trabajo, supone, a su vez, la generación de nuevos costes, pero el capitalista los asume pues a la vez le garantizan que se efectúe la producción bajo sus intereses. Marx hace un símil con el funcionamiento de los ejércitos regulares: el ejército necesita tenientes, coroneles y otros rangos para dirigir a los soldados rasos. Al capitalista, el «mariscal de la producción», le sale más a cuenta invertir parte de la ganancia en el control del proletariado, pues con ello logra aumentar la plusvalía reunida.
Allí donde es más difícil aplicar la vara o el látigo, se alcanza un incremento de la productividad mediante la introducción de nuevos métodos de división y organización del trabajo. A los contramaestres y encargados se les ha sumado, en los últimos años, un ejército de coaches, equipos de propaganda y recursos humanos. Este disciplinamiento provoca el mismo efecto que la coerción más clara y directa. Las relaciones «amistosas» entre patronos y obreros, facilitadas por los grados intermedios encuentran una nueva forma de circunvalar las fricciones entre las clases sociales en los centros de trabajo. Si todo se reduce a problemas de calado personal, a falta de actitud y a conflictos de comunicación, en realidad el problema no reposa sobre la existencia misma de la producción en la forma como la conocemos actualmente. Ni siquiera hace falta la acción de los sindicatos corporativistas para diluir las huelgas, ya se encarga este ejército de mamporreros del capital de dirigir el problema hacia cada uno de nosotros de forma individual. Actúan como la representación corpórea de los intereses del capital, a diferencia de la burguesía como clase, que ha relegado todas las tareas de control de mano de obra, represión –dentro y fuera del trabajo–, etc., a empresas enteras, que a su vez delegan esta responsabilidad a esta aristocracia obrera. Esta posición es cualitativamente distinta de la competencia interna a la que es sometida el resto del proletariado.
Cuando no se aplica la represión directa, este poder «blando» ahoga la crítica y el conflicto de una forma que, por más que evidente, no es poco eficaz: haciéndolo desaparecer, ocultándolo bajo un manto de responsabilidades personales y aspiraciones manufacturadas, si la práctica social dentro del entorno de trabajo se basa en enmascarar los conflictos de clase, estos se diluyen política e ideológicamente en el centro de trabajo. Si el problema no existe, no se manifiesta, ni siquiera la más moderada de las críticas puede existir. El entorno laboral, lejos de dejar de ser un entorno hostil, ahora lo cubre una máscara a veces más a veces menos amable, pero detrás de ella siempre se esconden todos los horrores de la producción capitalista. Horrores que el nuevo entorno de trabajo y sus aristobreros más dedicados al control de la mano de obra luchan con todas sus fuerzas para ocultar. Y cuando el trabajador no lo soporta, la ideología burguesa y el adoctrinamiento se encargan de someterle a la autoflagelación constante, al sentimiento de culpa y a la depresión y la ansiedad. Si la clase obrera sale de la fábrica con amputaciones y heridas, la mutilación es también a veces más sutil, las más de las veces sale de la fábrica o la oficina con una enajenación que no intuye el motivo ni nada contra lo que revolverse, enajenación que queda diagnosticada como una enfermedad mental como depresión, ansiedad o cualquier otra patología, para terminar, resolviéndose a través de una lobotomía química para soportar las condiciones laborales.
Esto no significa que cualquier trabajo de dirección u organización de la producción sea propio de la aristocracia obrera. La tragedia del modo de producción capitalista es justamente que la labor «estrictamente técnica» se entremezcla muchas veces con la necesidad de la coerción de la mano de obra para que actúe bajo los intereses del capital, hecho que a veces incluso actúa en contra de esas tareas técnicas. Algo que explica muy bien Marx en el siguiente fragmento:
El trabajo de supervisión y dirección se origina necesariamente en todos aquellos lugares en los que el proceso directo de la producción tiene la figura de un proceso socialmente combinado, y no se manifiesta como trabajo aislado de los productores autónomos (dueños de sus propios medios de producción). Pero su naturaleza es dual. Por una parte, en todos aquellos trabajos en los cuales cooperan muchos individuos, la cohesión y unidad del proceso se representan necesariamente en una voluntad dirigente, y en funciones que no afectan a las labores parciales sino a la actividad global de ese lugar de trabajo, como es el caso del director de una orquesta. Este es un trabajo productivo, que debe efectuarse en cualquier modo de producción combinado. Por otra parte -y con total prescindencia del sector comercial- este trabajo de supervisión se origina necesariamente en todos los modos de producción que se basan en el antagonismo entre el trabajador, en cuanto productor directo, y el propietario de los medios de producción. cuanto mayor sea este antagonismo, tanto mayor será el papel que desempeña este trabajo de supervisión. Por eso alcanza su máximo en el sistema esclavista. Pero también es imprescindible en el modo capitalista de producción, puesto que, en él, el proceso de producción es, al mismo tiempo, proceso de consumo de la fuerza de trabajo (creación de plusvalor) por parte del capitalista.25
Con la llegada del imperialismo y una mayor distribución social del trabajo, en ausencia de la dirección personal del burgués, muchas de las tareas de supervisión, control y coerción de la mano de obra han quedado socialmente repartidas. El hecho de que la extracción de plusvalía relativa como forma de incrementar la explotación esté más extendida en el centro imperialista que en la periferia es lo que permite explicar la mayor cantidad de aristocracia obrera en economías más desarrolladas. Contando también con que una mayor distribución del trabajo permite liberar fuerza de trabajo para realizar todas estas funciones.
El segundo sector más obvio es la burocracia sindical amarillista, aquellos aparatos que se encargan de redirigir las aspiraciones del proletariado hacia los cauces legalistas, a lo sumo reformistas. Esta burocracia sindical se esconde perfectamente entre las filas del proletariado y fue la fuerza política que durante la segunda mitad del siglo XX en España, aprovechándose de la voluntad genuina de las masas de terminar con la dictadura franquista, abanderó las manifestaciones políticas proletarias, liquidando desde dentro las aspiraciones revolucionarias, pactando con la burguesía un «reformado» régimen democrático –como fue el caso del PCE o los sindicatos de UGT y CCOO–, utilizando el chantaje y el miedo que generaba el todavía preparado aparato estatal fascista si no se aplicaba la democracia bajo sus términos.
No se trata pues de una corrupción en tanto que algo temporal, a un sector de la población «sobornado» -aunque muchos de ellos participen de redes clientelares burguesas-, sino a que la actividad de ciertos estratos sociales, en condiciones normales, ya se halla alineada con la voluntad del capital. En el caso de los sindicatos de concertación, aparte de suplantar y destruir la organización independiente de los trabajadores, también realiza la labor de desarticular los conflictos de clase hacia casos tratados de forma individual, amparadas únicamente por los ínfimos recursos que otorga la legalidad burguesa al trabajador.
Cuando todo esto no funciona, encontramos el tercer sector que conforma esa aristocracia obrera, mucho más entremezclado con el brazo armado del capital y que se dedica a actuar cuando todas las demás formas de control fallan: rompehuelgas, matones de la patronal, policías –así como grupos paramilitares con funciones similares–, militares e incluso asesinos a sueldo. El último recurso que tiene la burguesía para actuar contra el proletariado cuando su organización colectiva supera la coerción, el chantaje y el aparato judicial y legal es la dictadura descarnada, sirviéndose del ya existente aparato destinado a esta función, sea dentro o fuera del lugar de trabajo.
Conclusión
Si empezábamos el artículo insistiendo en que la ciencia proletaria no se comprende sin su orientación práctica, sin una vocación estratégica que la avale, es de recibo cerrar aprovechando para poner encima de la mesa las concreciones políticas tanto de las posiciones criticadas respecto de la aristocracia obrera como de la que nos hacemos propia. Si bien ya las hemos dado a entender someramente, su exposición explícita nos permitirá deslindar campos en cuanto a qué hacer, objetivo último de este estudio preliminar que ponemos encima de la mesa.
Empezaremos por remitirnos al recorrido que hemos realizado respecto de la herencia terminológica, punto de partida escolástico de las posiciones que hemos catalogado como erróneas por unilaterales. Si consultamos las obras de Marx, Engels e incluso de Kautsky, observamos que la aristocracia obrera no se define como una fracción de clase plenamente cristalizada con unos intereses propios claramente diferenciados de los del resto del proletariado. Las aportaciones tanto de los padres del socialismo científico como del que fue, durante un tiempo, su discípulo aventajado, insisten en la dimensión circunstancial, coyuntural de las mejores condiciones de las que disfrutaba una parte de la clase obrera. Si bien con el camarada Lenin y el análisis del Imperialismo como fase superior del capitalismo la categoría adquiere una mayor centralidad para explicar las desviaciones socialdemócratas, reformistas y chovinistas de los obreros de los países imperialistas, palabras como posibilidad, temporal o minoría no dejan de tener un papel destacado sin el cual no se puede comprender esta conceptualización. Finalmente, llegamos a la definición del Manual de Economía Política, que consigue ofrecer una descripción que, más allá de metáforas y epítetos, identifica claramente una fracción del proletariado no por sus emolumentos o por sus mejores condiciones de vida, fenómenos derivados, sino por una inscripción específica diferencial en el seno de las relaciones de producción. Esta definición, a nuestro entender, establece una distinción fundamental entre la vertiente coyuntural y la que, si da cuenta de una porción de clase que, con el imperialismo, puede y debe ser alimentada a toda costa para sostener la dominación burguesa.
Al girar la mirada hacia la actualidad, nos hemos topado primero con la que hemos denominado la aproximación sociológica. Esta, claudicando explícitamente ante las apariencias más superficiales de la sociedad burguesa, toma una imagen estática y a partir de ella extrae las conclusiones positivistas más peregrinas posibles. Ignorando las aportaciones más básicas del Capital, entre las cuales se cuenta la clara constatación de que el valor de la fuerza de trabajo no refiere a un mínimo biológico sino a un estándar social fluctuante, establecen que la pertenencia a la aristocracia obrera depende de un euro. La consideración de la plusvalía relativa brilla por su ausencia y el desarrollo de las fuerzas productivas, junto con el consiguiente aumento de la productividad, quedan fuera de la ecuación. Suponemos que han olvidado que esa promesa «eterna» del Estado del Bienestar, que han visto derrumbarse ante sus ojos aspiracionistas, tenía su reverso necesario en la amenaza demasiado ortodoxa y anquilosada del comunismo del siglo pasado.
Sin embargo, lo absurdo de su análisis no debe impedir ver el bosque. Tras afirmaciones de esta naturaleza se esconden una desviación academicista innegable y hasta nos atreveríamos a decir que un cierto complejo. Incapaces de trabajar con ciertas capas del proletariado y entregados al activismo asistencialista, romantizan las capas más profundas del proletariado porque son las únicas que se pliegan a su movimentismo ante una situación de miseria. El origen de su odio a las clases medias – categoría cuyo fundamento científico aún está por descubrir y en la que incluyen a ese proletariado que no se deja embaucar tras 50 años de embustes- no es más que la voluntad de matar al padre y presentarse como la enésima repetición de la novedad. Es por ello que un día hablan de aristocracia obrera para al siguiente señalar la pérdida de la centralidad del trabajo. Si ellos no pueden es porque no existe, y es cierto que el papel lo aguanta todo.
El otro posicionamiento que hemos examinado críticamente es el de la inversión tercermundista. Este, con una pretensión científica incomparable a la de la aproximación sociológica, pretende dar cuenta de las diferencias entre el centro y la periferia imperialista a través del Intercambio Desigual. De este análisis se extrae la categorización de una parte amplia del proletariado del centro como aristocracia obrera por el soborno financiado a través de las plusganancias extraídas de la periferia. Este abordaje, pese a su complejidad, atenta contra las premisas básicas de la Crítica de la Economía Política. Confundiendo miseria con explotación, ignora el desarrollo desigual y combinado del capitalismo realmente existente y obvia el concepto fundamental de los espacios de valor. Si el proletariado del centro disfruta de unas condiciones de vida mejores es porque es mucho más productivo y por lo tanto la enorme extracción de plusvalía relativa compensa un salario que permite cierto acceso al consumo. Esto no implica, bajo ningún concepto, obviar la enorme violencia que sufren nuestros camaradas de la periferia, donde la subsunción aun en proceso y el bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas imponen unas condiciones cuanto menos inenarrables que los países del centro se encargan de mantener. No obstante, conviene no perder de vista que los principales beneficiados, aunque en proporciones distintas, son siempre los burgueses, y que el proletariado del centro no vive a costa de sus camaradas de la periferia.
Este posicionamiento, que parte de una honestidad política que nos hacemos propia, tiene su origen en el sentimiento de odio completamente legítimo que embarga a cualquier comunista al ver las enormes diferencias que separan al proletariado alrededor del globo, así como también en las dificultades manifiestas que ha presentado en las últimas décadas la organización en el centro imperialista. Sin embargo, la rabia y la impotencia no pueden sustituir la aproximación científica, porque de lo contrario se incurre en una inversión en la que el posicionamiento político precede al análisis concienzudo. La conclusión final de esta aproximación es que la revolución en el centro sería harto difícil, sino directamente imposible, y la solidaridad internacionalista, una entelequia. Por eso sorprende que, en un salto incomprensible, estas organizaciones sean las que más encarecidamente llaman al internacionalismo, cuando en sus análisis minan sus fundamentos materiales más básicos. Pese a que podamos descubrir cierto moralismo o voluntarismo en esta inversión tercermundista, todos los comunistas tenemos el deber de reconocer el inmenso valor que han tenido sus aportaciones a la hora de poner encima de la mesa las grandes diferencias de condiciones dentro del proletariado mundial, un desafío mayúsculo a la hora de construir una unidad de clase efectiva que trascienda las meras consignas.
Finalmente hemos concluido exponiendo la que a nuestro entender es la definición ortodoxa. Recogiendo la conceptualización del Manual de Economía Política, hemos expandido su contenido y hemos ahondado en la cientificidad de su aproximación. Lejos de detenerse en las apariencias que señalan unas mejores condiciones de trabajo o unos salarios más elevados que los del resto de proletarios como factores determinantes, esta definición trata de remitir la existencia fija de una fracción de clase con estas prebendas a una función específica en el seno de las relaciones de producción propias de la fase imperialista del capitalismo. Esta función no sería otra que la de garantizar la estable y constante extracción de la plusvalía generada por el resto de proletarios para que termine plácidamente en los bolsillos del burgués. Lo acotado de esta definición permite dar razón de formas de consciencia específicas y superar la confusión de este sector con aquellos que, en unas condiciones históricas y coyunturales concretas, puede disfrutar de unas condiciones de vida superiores a las de la media de la clase. Esta aristocracia obrera la conformarían tanto los capataces y los mandos intermedios como la burocracia sindical y, en última instancia, las Fuerzas y Cuerpos de «Seguridad» del Estado como empleadores de la fuerza nuda cuando no quedan alternativas «conciliadoras».
Las consecuencias políticas de este último abordaje no son difíciles de deducir. En primer lugar, permiten dar cuenta de la más que evidente degradación de las condiciones de vida del proletariado del centro imperialista en los últimos años. Al entender que las condiciones inusualmente «buenas» de las que han disfrutado algunos sectores del proletariado del centro tienen su origen en factores coyunturales como el periodo de relativa bonanza tras la II guerra mundial y/o la existencia de una alternativa comunista, permite comprender el rápido derrumbamiento de estas condiciones en periodos de crisis en los que la burguesía, liberada de su gran amenaza, saquea impunemente las pocas victorias – o concesiones- arrancadas en combate.
En segundo lugar, pone la pelota en el tejado de los comunistas. Ciertamente este argumento, de índole política, debe deducirse del análisis científico de la realidad, y no a la inversa. No obstante, tras décadas de silenciosa impotencia, no parece descabellado plantear nuevas – viejas – vías de acción que pasen por el compromiso práctico con la realidad. Si la mayoría del proletariado del centro no debe su docilidad a unas condiciones buenas que ya no existen, sino a la ausencia de trabajo de los comunistas, tenemos un punto de partido a través del cual empezar a discutir qué hacer. Como decíamos en la introducción, las conclusiones son preliminares y sujetas tanto a debate como a crítica. Pero su piedra de toque no será el enésimo intercambio epistolar que concluye con palmaditas en la espalda o con la lamentable performance de acordar estar en desacuerdo para continuar alimentando un espectro ya moribundo.
Así pues, va siendo hora que, de nuevo, un espectro se cierna, ya no sobre Europa, sino sobre todo el mundo. Y para que esto ocurra, es imprescindible que recordemos la máxima materialista de que Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases.Sería bueno no olvidar, también, que las luchas no se libran solo sobre el papel.
- Friedrich Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra. ↩︎
- Esta resistencia a la subsunción real expresa la doble vertiente de la organización obrera. Cuando esta es corporativa y no apela al conjunto de la clase manifiesta una deriva más o menos reaccionaria basada en sus mejores condiciones para competir en el mercado de fuerza de trabajo y en su resistencia a la subsunción real del capital, conjurando con ello el empeoramiento inmediato de sus condiciones de vida que estos procesos implican. ↩︎
- La doctrina económica de Karl Marx – Karl Kautsky ↩︎
- Íbid. ↩︎
- Vladimir Lenin – Imperialismo, fase superior del capitalismo ↩︎
- Friedrich Engels – Inglaterra en 1845 y en 1885 ↩︎
- Vladimir Lenin – Imperialismo, fase superior del capitalismo ↩︎
- ACURSS – Manual de Economía Política. 1ª Edición. ↩︎
- Friedrich Engels – La situación de la clase obrera en Inglaterra ↩︎
- Autores tan poco sospechosos de ser «estalinistas» como Josep Fontana defienden esta tesis en libros como El siglo de la revolución. ↩︎
- Fuente: https://www.statista.com/statistics/1072844/labor-productivity-western-europe-1913-1998/#:~:text=Overall%2C%20Western%20Europe’s%20productivity%20per,to%2028.53%20dollars%20in%201998. ↩︎
- https://ourworldindata.org/grapher/the-growth-rate-of-productivity-over-the-long-run-14002009?time=1934..latest ↩︎
- Estos datos no indican que la productividad baje en términos absolutos, sino que lo que baja es el indice de crecimiento de esa productividad, es decir, que cada vez hay menos margen de mejora. ↩︎
- Fuente: https://www.epi.org/productivity-pay-gap/ ↩︎
- A pesar de que exista una enorme disponibilidad de mercancías aptas para el consumo, la inflación y la reducción del salario real hace que ni siquiera en los centros imperialistas buena parte del proletariado –una parte cada vez mayor– tenga un salario que alcance a poder costearlas. ↩︎
- Debemos aclarar que la denominación «tercermundista» la empleamos en un sentido relativamente laxo para hacer referencia a aquellas organizaciones que defienden que la revolución en el centro imperialista es muy difícil o imposible justamente por la existencia del intercambio desigual que este apartado desarrolla. De más está decir que no tiene una connotación peyorativa, sino que tiene una vocación meramente descriptiva. ↩︎
- En ese sentido, negamos que haya una nula agencia de los distintos capitales respecto a una supuesta fuerza autónoma que los relega a simples ejecutores de una voluntad impersonal, y a la vez negamos la agencia omnipotente que algunos sectores comunistas pretenden inculcarle a ciertos capitales que supuestamente dominan todo el planeta a su voluntad. Algo más cercano a una teoría conspirativa que no a una explicación científica de la realidad. ↩︎
- Datos extraídos de https://ipad.fas.usda.gov/countrysummary/?id=US ↩︎
- Al no encontrar datos de trabajadores del sector se ha usado la población en general en este caso. ↩︎
- Con espacio de valor nos referimos a la categoría marxista que refiere a que el capital en general, en su desarrollo concreto y manifestado en distintos capitales en competencia mutua, subsume bajo su movimiento los territorios y fuerzas productivas delimitados por fronteras nacionales o regionales. Estos espacios de valor representan desarrollos de las fuerzas productivas concretas que entran en competencia con otros. ↩︎
- https://marxismocritico.com/wp-content/uploads/2014/05/126-503-1-pb.pdf ↩︎
- Charles Post. Ganancias extranjeras como porcentaje del total de las ganancias y de los salarios domésticos, EEUU (1948-2003). Explorando la conciencia de la clase trabajadora: una crítica a la teoría de la «aristocracia obrera». ↩︎
- https://www.ine.es/dyngs/Prensa/es/FILEXT2022.htm ↩︎
- https://elpais.com/economia/2025-04-10/la-tributacion-de-las-multinacionales-espanolas-supera-el-20-seis-puntos-mas-que-un-ano-antes.html ↩︎
- El capital – Libro III – Vol 7 ↩︎
