SEXO GÉNERO Y FAMILIA Apuntes para una fundamentación materialista de la cuestión de la familia

Kursant
28 de Junio de 2024


INTRODUCCIÓN: LOS CONFINES DEL REDIL

A lo largo de los últimos 15 años hemos asistido en España al auge y consolidación del feminismo como uno de los puntales que han venido a robustecer la endeble y maltrecha legitimidad del Estado burgués. Antaño movimiento de masas pseudoespontáneo y progresista –si bien innegablemente reformista-, la fragilidad de su pretendida radicalidad transformadora se hizo evidente cuando la nueva izquierda populista fue capaz de apoderarse de él a su antojo para establecerse como un actor institucional más dentro del circo parlamentario. Raso y corto, el feminismo fue el significante privilegiado que permitió a la pequeña burguesía y a la aristocracia obrera «progresistas» aunar las demandas del proletariado movilizado a raíz de la crisis de 2008 y vertebrarlas en un proyecto socio-liberal destinado a ser la pata izquierda del Partido del Orden1. Este empuje, materialmente arraigado en las transformaciones experimentadas por la institución familiar en el centro imperialista debido al desarrollo de las fuerzas productivas y a la subsunción real del capital de todas las esferas de la sociedad – proceso que tiende a barrer, en abstracto y pese a la existencia de contratendencias, las diferencias entre la fuerza de trabajo para reducirla a mero trabajo vivo – ha arrastrado al resto de formaciones políticas hasta dar una centralidad históricamente inaudita a la cuestión de la igualdad de género dentro de la política burguesa.

Semejante proceso de fagocitación y hegemonización llevado a cabo por la nueva izquierda populista ha puesto encima de la mesa de todas las organizaciones autodenominadas revolucionarias la necesidad ineludible de combatir el feminismo como ideología del nuevo orden burgués sin renunciar a la pugna por la mal llamada «emancipación de género» como momento particular de la universalidad del proyecto comunista. Es en este sentido que se han vertido ingentes ríos de tinta en aras de dividir los campos y conjurar la innegable influencia que ha tenido el feminismo – en sus distintas vertientes – como vector de ideologización de muchos militantes que hoy se cuentan entre las filas comunistas. Sin embargo, la hegemonía ideológica burguesa y la ausencia de un Partido Comunista reconstituido como baluarte de la independencia política, organizativa e ideológica del proletariado tiene como consecuencia que las tesis feministas continúan determinando, de forma más o menos explícita, los planteamientos de organizaciones pretendidamente comunistas alrededor de esta cuestión.

La prueba fehaciente de nuestro aserto es fácilmente rastreable en los documentos publicados por los distintos destacamentos que hoy conforman la miríada de siglas del movimiento comunista español. Desde rehabilitaciones de tapadillo de la Teoría de la Reproducción Social TRS, pasando por aproximaciones eclécticas y moralistas influenciadas por la interseccionalidad, hasta posiciones abiertamente reaccionarias y biologicistas amparadas en el más burdo de los «materialismos», y todo ello sin olvidar la resistencia de algunos a desasirse del sempiterno comodín del patriarcado, encontramos vestigios de feminismo ahí donde giremos la mirada. El origen de estas desviaciones es evidente: después de la derrota inapelable del comunismo en el siglo pasado y ante la orfandad evidente de los comunistas del presente, demasiadas organizaciones y grupos han considerado que la independencia proletaria podía decretarse performativamente, enunciación machacona mediante, a través del aglutinamiento «masivo» alrededor de consignas de mínimos.

Nosotros, como ya aseveramos en nuestro documento fundacional, no podemos estar más lejos de semejantes planteamientos. Humildemente entendemos que la tarea inmediata de nuestro tiempo consiste en la restitución del materialismo dialéctico como cosmovisión comunista capaz de escrutar científicamente la coyuntura para dar luz a una línea política que consiga aglutinar a los elementos más avanzados de nuestra clase. Es en este sentido en el que planteamos todas nuestras aportaciones y, más concretamente, en el que se ampara el artículo que desarrollamos a continuación. No obstante, estamos lejos de plantearnos esta tarea en términos idealistamente etapistas. No pretendemos que sea posible concretar hasta sus últimas consecuencias esta tarea de restitución sin que esto vaya acompañado de procesos de confluencia organizativa y despliegue estratégico. Con todo, sí que afirmamos la necesidad de una ruptura radical con la espontaneidad impotentemente practicista como punto de partida para el relanzamiento de un nuevo ciclo revolucionario.

Las vías para adentrarnos en esta tarea de fundamentación científica de la – a nuestro parecer – mal llamada «cuestión de género»2 son múltiples. La aproximación dialéctica a la realidad que nos es propia como marxistas permite llegar al universal desde la concreción de cualquier problemática particular. De las innumerables muestras de dependencia ideológica del feminismo que hoy proliferan en nuestra bancada, hemos seleccionado la polémica alrededor del «sexo» y el «género» como punto de partida por dos razones principales. En primer lugar, por su radical actualidad tras la promulgación de la llamada «Ley trans» en 2023, que ha puesto sobre la mesa del debate público la cuestión con una fuerza inusitada. En segundo lugar, y como motivo principal, porque constituye un debate que, por su propia lógica, conduce directamente a disputar los fundamentos mismos del materialismo dialéctico, por lo que se aparece como un punto de conflicto privilegiado para la tarea de restitución que hemos enunciado y para señalar, abiertamente, las desviaciones feministas hoy todavía imperantes en los argumentarios de tantas organizaciones.

CONSTRUCTIVISMO Y MORALISMO: LOS LÍMITES DE LA SOCIALDEMOCRACIA

Arrancaremos, pues, exponiendo los lineamientos fundamentales de las dos ramas del feminismo que hoy en día pugnan por establecerse como hegemónicas, dos ramas cuya confrontación más directa en nuestro territorio se escenificó, como ya hemos apuntado, a lo largo de las negociaciones entre Podemos y PSOE por la promulgación de la «Ley Trans». El somero repaso de ambas, anverso y reverso del mismo anhelo idealista de conseguir una abstracta «emancipación de género», nos permitirá constatar que el debate en el seno del movimiento comunista español se reproduce, en sus argumentos fundamentales, en unos términos casi idénticos, con la sola – y gran, suponemos – diferencia del intensivo empleo inconsecuente de vacua fraseología marxista. Este apartado, pues, tiene que permitirnos demostrar la tesis que justifica la redacción de este artículo, la determinación por parte del feminismo de los posicionamientos y argumentario del movimiento comunista y, por ende, la ausencia de una postura netamente comunista lo suficientemente desarrollada como para poder considerarse libre del influjo burgués.

En primer lugar, por haber situado, con su auge, el debate en el centro de la arena pública y por haberse convertido en el representante del «feminismo» contra el cual se ha levantado la reacción más desacomplejada3, presentaremos sucintamente los preceptos principales del feminismo interseccional transinclusivo. Este bebe, principalmente, de dos vertientes del pensamiento «radical»4 de finales del siglo pasado: del feminismo queer, por un lado, y de la teoría de la interseccionalidad, por el otro. A continuación trazaremos un breve esbozo de cada uno de ellos y de sus, nunca mejor dicho, intersecciones.

La teoría queer se empezó a desarrollar en los años 90 del siglo pasado por parte de académicas militantes del movimiento LGTBI que no se sentían representadas por las categorías que hasta entonces habían sido hegemónicas dentro de la comunidad. La figura fundamental de esta vertiente teórica es, sin lugar a dudas, Judith Butler. Este feminismo queer, que se nutre de las influencias del psicoanálisis y de autores postestructuralistas como Foucault o Derrida, tenía – y conserva – un enfoque profundamente constructivista en términos discursivos del género. Tanto el «sexo» como el «género» sería constructos sociales más o menos «históricos» – la historización de estos no pasa de la mera superficialidad – que configurarían una identidad que haría inteligibles los cuerpos, una identidad fruto de una socialización disciplinadora que pretendería hacer encajar estos cuerpos en determinados estándares normativos asociados a conductas, intereses y roles. La performación del género consistiría en la iteración de la norma en pos de un ideal regulativo que tendría que existir como tal – como regulativo – en tanto que iteración permanentemente frustrada por una desviación ínsita en la irredención de estos cuerpos. Esta norma sería una «cisheternorma» impuesta como regla social destinada a subyugar y, en última instancia, excluir ciertas identidades. La mujer viviría subyugada al hombre, pero las personas homosexuales, asexuales y bisexuales lo estarían a las personas heterosexuales, a la vez que las personas no-binarias y trans lo estarían a las cis.

Pese a que la teoría, en su pureza expositiva, establezca estos preceptos, su proliferación social y consolidación como ideología de movimientos e, incluso, de ciertas fracciones de la institucionalidad burguesa, tiene derroteros propios. Por ejemplo, en referencia al caso que aquí nos ocupa, la distinción entre «sexo» y «género» que Butler intenta disolver en obras como «Cuerpos que importan», se ha erigido, a su pesar, como una distinción clave para permitir introducir en el discurso burgués hegemónico la existencia de las personas trans de forma inteligible desde un esencialismo reproductor del férreo binarismo más tradicional. Esto es, en el discurso más popular las personas trans «serían» mujeres o hombres nacidas o nacidos en «cuerpos equivocados» o que se «sentirían» más cómodos con otra identidad. Por mucho que semejantes  aproximaciones puedan tener su momento de verdad, la superficial unilateralidad de la que hacen gala, que convierte una cuestión de relaciones sociales en algo que atañe puramente al individuo desde un esencialismo metafísico, resultan a todas luces idealistas y en tanto que tales deben ser superadas por una aproximación netamente materialista de la cuestión.

Pese a lo expuesto, los eclécticos derroteros del feminismo como ideología burguesa en auge no se resumen en el feminismo queer y es por ello que precisamos de la exposición del otro ingrediente imprescindible para entender su configuración actual. Las propias contradicciones que determinan el feminismo como movimiento incapaz de trascender el modo de producción imperante, raíz de la «opresión de género» existente, lo conducen a toparse con otras «problemáticas» que, en la superficie de la sociedad burguesa, aparecen como tangencialmente «vinculadas» a la «problemática de género». Es en este momento lógico de su desenvolvimiento en el que la teoría de la interseccionalidad se presenta como eventual solución epistémica para solventar las limitaciones detectadas. El enfoque interseccional proviene de la tradición del feminismo negro, uno de los primeros movimientos en discutir las premisas del feminismo blanco burgués más reaccionariamente desacomplejado dentro de los límites del propio feminismo, y fue acuñado como término por la abogada afroestadounidense Kimberlé Crenshaw del Combahee River Collective para dar cuenta de las múltiples «opresiones» que sufrían las mujeres afroamericanas trabajadoras. Este planteamiento epistémico defiende que existe una pluralidad de opresiones que se superponen de formas variables en personas y colectivos. Teniendo en cuenta que en el MCE existen ya aportaciones excelentes que dan cuenta de las características principales de la interseccionalidad así como de una crítica marxista a estas5, nos centraremos brevemente en su proyección política. Como no puede ser de otra manera, la teoría de la interseccionalidad hipostasia la experiencia singular, por lo que su concreción «militante» resulta intrínsecamente individualista, comunitaria a lo sumo, y moralista. Sin embargo, en tanto que ideología pequeño burguesa, la impotencia de su vertiente «radical» tiene su necesario reverso en la fagocitación institucional. Sus preceptos individualistas y moralistas constituyen un punto de partida inmejorable para que la sola salida política viable sea su vehiculación parlamentaria a manos de la pequeña burguesía y de la aristocracia obrera «progresistas».

La enmarañada combinación de ambas «teorías», teoría queer e interseccionalidad, se ha erigido en el barniz progresista del que se ha embadurnado la internacional socio-liberal para seguir atentando contra el proletariado enmascarándose bajo un rostro amable. Si bien es cierto que, por ejemplo, en España han sido capaces de de promulgar medidas como la «Ley Trans» que mejoran las condiciones del proletariado LGBTI , hecho que sin duda reconocemos como positivo, su horizonte reformista los deja en mera – y gustosamente consciente – muleta izquierdosa del Partido del Orden, puesto que en última instancia estos partidos defienden los intereses de las clases a las que pertenecen, pequeña burguesía y aristocracia obrera, fracciones subalternas y serviles al proyecto gran-burgués.

Una vez realizado este breve recorrido, es preceptivo rastrear bajo qué forma y en qué términos entendemos que dentro del MCE se reproducen este tipo de aproximaciones. Es obligado constatar, en primer lugar, que ninguna organización defiende abiertamente los postulados descritos. Las continuidades aparecen, más bien, veladas bajo la forma de la ausencia de un análisis siempre pendiente que desemboca en una praxis y posicionamientos que reproducen vicios propios del feminismo anteriormente descrito y que muchos camaradas no tendrán grandes dificultades en reconocer. Más concretamente, estas desviaciones de índole pequeño burguesa se manifiestan bajo la forma de una dupla indisociable: el constructivismo metafísico a nivel epistémico y el moralismo como inevitable proyección política.

 Al analizar los posicionamientos de estas organizaciones sobre, por ejemplo, el transfobismo, vemos que este constituye para ellas una actitud reaccionaria. Sin embargo, cuando uno busca profundizar en las bases que sustentan esta toma de posición, se echa rápidamente en falta una justificación científica de este aserto. A lo sumo, cuando los voceros de la reacción fascista renovada apelan a la existencia del «sexo biológico» escudándose bajo un materialismo ridículamente burdo – es decir, bajo una forma camuflada de idealismo-, no pocos destacamentos responden afirmando que tanto el «sexo» como el «género» son constructos sociales surgidos «históricamente» y que la institución familiar debe ser abolida. Evidentemente, nosotros suscribimos estas premisas, pero defendemos que su enunciación abstracta y ahistórica, tal y como lo hace la teoría queer, resulta en una impotencia que redunda en la polarización moralista ya existente en la política burguesa, dándole alas a la reacción. Hablar de que la «opresión de género» se trata de una entre tantas formas de competencia interproletaria funcionales al sistema y apelar, como solución, a la vacía consigna de la «unidad de clase» como noche en la que todos los gatos son pardos resulta a todas luces insuficiente. La pobreza del análisis descrito incide, por más que se empeñe en negarlo, en los preceptos metafísicos del feminismo interseccional. Se sanciona su aproximación epistémica al hablar de una multiplicidad de opresiones cuya máxima vinculación es que tienen un origen «histórico» y que todas ellas resultan funcionales, así, en abstracto, al capital al dificultar la organización proletaria por fomentar la competencia en sus filas.

Esta posición, que cae en un evidente constructivismo al ser incapaz de dar cuenta con profundidad del rol que ha desarrollado históricamente la familia como institución fundamental de las sociedades de clases y, sobre todo,  que es incapaz de esbozar en qué sentido las tendencias ínsitas en el modo de producción capitalista permiten vislumbrar, de forma embrionaria, la superación de la familia como momento particular de la totalidad que representa el proyecto comunista, termina, en su oquedad, teniendo que recurrir al moralismo pequeño burgués para articular su respuesta política, reproduciendo veladamente el mismo movimiento que hemos descrito en la teoría interseccional. Sin embargo, en organizaciones con vocación pretendidamente masista y proletaria, la inanidad de este planteamiento se muestra en toda su impotencia cuando choca con el inclemente límite de la realidad. El proletariado no necesita ni quiere caritativos misioneros que desde sus altares de sapiencia académica pregonen una nueva bondad. El proletariado precisa de un programa y de una estrategia que, arraigados en la inmanencia de su potencial revolucionario, puedan conducirlo a la destrucción de todas las cadenas que lo oprimen. Hoy, más que nunca, las concesiones son fatales. Y es que, en la oscuridad del interregno que habitamos, la reacción se metastatiza hasta en las esquinas más insospechadas, como veremos a continuación.

EL HETEROGÉNEO EJÉRCITO DE LA «RAZÓN»

En este segundo apartado inventariaremos brevemente los argumentos de la fracción pretendidamente opuesta del debate. Como es bien sabido, una parte nada desdeñable del PSOE, con Carmen Calvo como cabeza visible, puso enormes dificultades a la promulgación de la «Ley Trans» esgrimiendo un feminismo de la igualdad heredero de la segunda – o tercera, según la periodización que uno consulte – ola feminista del siglo XX. Un feminismo que, llevado hasta sus últimas consecuencias, revela un reaccionarismo que no tememos en afirmar que conduce, en la actualidad, a posiciones cuanto menos filofascistas, como a continuación nos proponemos constatar. Sin embargo, esta deriva reaccionaria no resultaría tan alarmante si el eco de sus argumentos más burdos no hallara una límpida reverberación entre la bancada que a priori nos es propia. El objetivo de este apartado consiste, precisamente, en su desenmascaramiento. Nos proponemos desvelar la verdadera índole de ciertas argumentaciones que, escudándose tras un materialismo impostado y bajo la premisa de conjurar el idealismo propio de la teoría queer, empujan en la misma dirección que la fracción burguesa más furibundamente reaccionaria reproduciendo la falsa dicotomía que mantiene cautiva la posición comunista. La meta final, el punto de llegada, debe ser la constatación de que semejante oposición es tan solo una contradicción de la caduca ideología imperante alrededor de la cuestión que solo puede ser superada mediante un abordaje materialista dialéctico.

En las siguientes líneas no nos detendremos a exponer extensamente las premisas ideológicas y la evolución de «este feminismo» puesto que estas resultan tan meridianas e instaladas en el sentido común burgués que una breve relación será suficiente. El feminismo de la igualdad, que empieza con protofeministas como Olympe de Gouges o Mary Wollstonecraft y, pasando por las sufragistas, se interna hasta el último tercio del siglo XX con una miríada de figuras tan dispares entre sí como Simone de Beauvoir, Clara Campoamor, Betty Friedan, Kate Millet o Shulamith Firestone , tiene como objetivo principal la igualdad abstracta de hombres y mujeres en todas las facetas de la sociedad. Las reclamaciones que, en el movimiento feminista más embrionario, pasaron por la reivindicación de derechos civiles como el sufragio femenino y la pugna por la igualdad y autonomía legal, se extendieron a lo largo del siglo XX a una multitud de dimensiones de la vida social, incidiendo en aspectos como la liberación sexual o la autonomía reproductiva que, pese a encontrarse de forma germinal en la matriz del movimiento, se desplegaron con fuerza a partir de un análisis cada vez más minucioso de las diferentes «relaciones de poder» que atravesaban la relación entre ambos «sexos».

El feminismo de la igualdad, de raigambre abiertamente ilustrada, aboga, pues, por la destrucción de los roles de género hegemónicos bajo los preceptos ideológicos de racionalidad y objetividad abstractos propios de la burguesía en su período ascensional. Esto es, el feminismo de la igualdad es el movimiento que, haciendo una proyección conceptual anacrónica, reconoce por primera vez la existencia de los roles de género como socialmente impuestos y no como causal y biológica o esencialmente vinculados a una fisiología específica. La famosa sentencia de Simone de Beauvoir en su celebérrimo El segundo sexo, uno de los máximos exponentes de esta vertiente del feminismo, resulta diáfana en este sentido: «No se nace mujer, se llega a serlo». No obstante, el feminismo de la igualdad sí defiende que determinadas personas han sido históricamente oprimidas y subyugadas por poseer unas capacidades biológicas concretas -Léase esencialmente la capacidad reproductiva-. Y defiende que estas capacidades «biológicamente» distintas provienen de una distinción cualitativa que constituye binarismo sexual. Es decir, este feminismo defiende la existencia del binarismo sexual como matriz insoslayable de la opresión histórica de las mujeres bajo los hombres concretada en el sistema de dominación transhistórico denominado patriarcado.

Es innegable la exigencia de reconocer que, en los albores de la fase burguesa ascensional, las reivindicaciones de las mujeres por participar de la sociedad civil en las mismas condiciones que lo hacían los hombres poseían un carácter progresista. Sin embargo, la emergencia y consolidación del proletariado como clase social destinada a la superación de las sociedades de clases y, con ellas, de todas las instituciones que forman parte de su orden, siendo la familia una de las fundamentales, es decir, con el surgimiento de la posibilidad histórica del comunismo, se cifra la caducidad histórica de estas reivindicaciones, que paulatinamente pasaron a engrosar las filas de la reacción. El carácter intrínsecamente burgués del movimiento feminista ha tenido, como meta última, el anhelo de participación en igualdad de condiciones de las burguesas de la explotación de la clase proletaria. Ni más ni menos. Las conquistas adquiridas por el camino, algunas de las cuales, como ya hemos reconocido, parcialmente progresistas, se orientaban meramente a este objetivo. El desarrollo de las fuerzas productivas y la consiguiente subsunción de cada vez más esferas de la sociedad civil por parte del capital han constituido el fundamento infraestructural de semejante despliegue histórico.

Hoy en día, con el grado de consolidación del orden capitalista alcanzado, el feminismo revela en toda su magnitud su naturaleza última como ideología burguesa. Pese a que las manifestaciones de rampante reaccionarismo son un continuo en la historia del movimiento feminista – Sin ir más lejos podemos recordar las lindezas que la sufragista americana Elizabeth Cady Stanton dedicó a sus «compañeros de lucha» cuando, tras la alianza con la población afroamericana para la conquista del derecho a voto, este fue concedido a los hombres afroamericanos y no a las mujeres blancas con las decimocuarta  y decimoquinta enmiendas – la connivencia actual con el ala más abiertamente reaccionaria de la burguesía  podemos concluir que constituye el último eslabón de un recorrido que, a la vez que revela su carácter histórico como movimiento burgués en todo su esplendor, confirma indiscutiblemente su caducidad. Un buen ejemplo de esta «estrecha colaboración» entre feminismo y fascismo es la participación de figuras como Lídia Falcón, referente del feminismo patrio, en actos de VOX contra la «Ley Trans».

Una vez desplegada esta breve digresión sobre la historia y el carácter del feminismo más «tradicional», nos orientamos a ahondar en su concepción de la distinción entre «sexo» y «género», objeto primordial de nuestro interés en el presente artículo. Para ello, puesto que ya hemos mencionado su posición fundamental al respecto, visitaremos algunos de los argumentarios que hoy manejan los partidos que defienden esta posición. El objetivo de este recurso meramente expositivo es, mediante el recorrido comentado, alumbrar las continuidades entre lo que son las posiciones de organizaciones a priori tan «dispares» como el Partido Feminista, la fracción TERF del PSOE o el Frente Obrero. En un primer momento nos interesará ver como el programa de un partido abiertamente fascista como el FO, el de un partido «meramente» feminista y el de un partido que abandera el progresismo en nuestro estado como es el PSOE convergen de forma cuanto menos «sorprendente» para los menos avezados. En un segundo momento, y sin olvidar que este constituye el objetivo último de este apartado, veremos, a través de la mera cita de fragmentos de sus respectivos programas, publicaciones o artículos, como organizaciones pretendidamente comunistas del estado como el PCTE o el Grupo Barbaria, por mencionar dos organizaciones que, a priori, se encuentran en extremos «opuestos» del «espectro comunista», reproducen, fraseología marxista mediante, los mismos argumentos que los paladines de la reacción burguesa.

Detengámonos pues, en primer lugar, en la recuperación de los sesudos argumentos que ofrece el Frente Obrero, organización que ya hemos categorizado extensamente como fascista, respecto a la cuestión. Si consultamos su «programa» – recurrimos a las comillas como intento de rescatar la seriedad y relevancia que debería tener un verdadero programa político – leemos lo siguiente:

Además, estos últimos años el feminismo “clásico” ha desvariado hasta el punto de negar la existencia material de la propia. El feminismo queer, no sabe definir qué es ser una mujer, porque ha dejado de ser algo biológico, para ser algo sentido, asignado… Y esto ha provocado que las propias mujeres se vean apartadas por ejemplo de algunas categorías deportivas. Sus líderes son varones biológicos con vestido y peluca y algunas mujeres han sido expulsadas de su propio movimiento.

(…)

Las mujeres de verdad tienen problemas que son ignorados por las feministas, no solo la conciliación familiar. Nosotros nos posicionamos en contra de las mafias de la prostitución y de los vientres de alquiler. La mujer no es un objeto de usar y tirar por parte de los ricos, la mujer ha de ser respetada.6

Si el lector nos lo permite, haremos el ejercicio de tratar seriamente el fragmento de «programa» expuesto y obviaremos gazapos como la elisión en la primera línea del término «mujer», que suponemos que es la palabra que falta para que la frase cobre un mínimo de sentido. El FO, pues, denuncia que el feminismo queer nos ha sumido en una confusión en la que ya no sabemos lo que es «una mujer». Bajo sus parámetros, evidentemente, ser mujer se trata de un hecho puramente biológico, aunque sin ningún tipo de justificación científica que lo avale. Más allá de la honda preocupación que le despierta el FO el hecho de que mujeres trans participen en competiciones deportivas femeninas – una preocupación sin lugar a dudas de primer orden para «los trabajadores»– prosigue relacionando los problemas «de verdad» de las mujeres. Estos, como no puede ser de otra forma, se relacionan íntimamente con su históricamente atribuida función reproductivo-sexual, refiriendo exclusivamente la conciliación familiar, la prostitución y los vientres de alquiler. Con la sentencia final de que la mujer «ha de ser respetada», este fragmento culmina una vacía apología de la moralidad burguesa más retrógada en la que la mujer debe ser respetada principalmente en su condición de madre y esposa. Hay que preservar su pureza sexual y hay que garantizarle unas condiciones que le permitan ser una paridera decorosa.

Reducir las posiciones del feminismo tradicional a semejante despliegue de hedor a naftalina sería, sin lugar a dudas, un muñeco de paja difícilmente sostenible. No obstante, esta primera cita deberá ser la piedra de toque que nos permita calibrar si, tanto los partidos burgueses pretendidamente progresistas y feministas como, sobre todo, las organizaciones supuestamente comunistas que mencionaremos, se alejan tanto de las posiciones de una organización netamente fascista. Sin más dilación, prosigamos comentando un fragmento del artículo «La ideología queer y la ley trans» que encontramos en la página web del Partido Feminista de Lídia Falcón:

La invisibilización del sexo biológico como condición fundamental de la clasificación de los seres humanos en hombres y mujeres y que justifica la preeminencia de unos y el sometimiento de las otras, como haya tanto tiempo escribió Engels en El origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado: “La primera división de clase fue la del hombre y la mujer para la procreación de los hijos” ha dado lugar al agrio debate sobre lo que ahora llaman el transgénero y a la peligrosa ofensiva desencadenada por los lobbies gays y trans contra la racionalidad, que deriva inevitablemente contra las mujeres. De aquellos polvos vienen estos lodos.

Ya no es condición sine qua non para clasificarnos como mujer la construcción anatómica del cuerpo con los órganos precisos para poder realizar la reproducción en los complicados procesos del embarazo, del parto y de la lactancia, mientras el cuerpo masculino posee los genitales preparados para la inseminación. La base material de la división sexual del trabajo entre hombres y mujeres para la reproducción queda oculta por un discurso simbólico. Del materialismo al idealismo. El triunfo de la ideología capitalista.7

Algún incauto se verá sorprendido por el recurso del Partido Feminista a citas del camarada Engels y por sus apelaciones vacuas al «materialismo» y a «la base material de la división sexual». Recordaremos, pues, que este Partido se reivindica, parcialmente, como heredero de la tradición marxista o en general de «izquierdas». Como más adelante discutiremos extensamente el recurso al materialismo marxista pervertido como barniz de posturas reaccionarias, aquí nos detendremos meramente en señalar cual es la concepción del sexo y el género que manejan en el Partido Feminista.

Vemos que defienden, al igual que lo hace el Frente Obrero, que ser mujer es un hecho puramente biológico íntimamente asociado a la capacidad reproductivo-sexual, origen de la opresión social de la mujer bajo el yugo del «hombre» – Evidentemente del «Hombre» así, en abstracto y en mayúscula-. Los lobbies gays y trans habrían venido a discutir la «racionalidad» de este materialismo indiscutible, concretando la victoria de la irracionalidad de la ideología capitalista sobre la racionalidad emancipatoria del discurso feminista. Esto es, en definitiva, el lobby trans ha venido a invisibilizar, una vez más, los verdaderos problemas de las mujeres, discutiendo el sacrosanto binarismo sexual, matriz de la opresión de las mujeres en tanto que tales. No nos detendremos a preguntarnos, en este punto, como es posible la emancipación de «la mujer» cuando el binarismo y por consiguiente su subyugación están vinculados a un hecho biológico y, por ende, intrínsecamente inamovible. Tampoco pondremos encima de la mesa, no aún, como el mismo binarismo sexual como distinción cualitativa entre «sexos» es un invento de la modernidad que responde a un propósito de disciplinamiento y subyugación de la fuerza de trabajo que el Partido – muy – Feminista se dedica con su ilustrado argumentario a anquilosar. Simplemente, en este primerizo ejercicio de contrapunto, nos proponemos revelar las continuidades evidentes entre los discursos de distintas fracciones burguesas.

En este punto ya hemos tomado al pulso del feminismo de algunas de las manifestaciones más abiertamente reaccionarias del ala burguesa. En este sentido, es importante no olvidar que en 2020 el PF fue expulsado de IU, en donde se hallaba integrado, por comparar a las personas trans con «proxenetas, puteros y compradores de mujeres y niños»8, momento desde el cual empezó su flirteo con las organizaciones «políticamente incorrectas» y dejó de asociársele a cualquier tipo de izquierdismo. Sin embargo, quien sí se ha destacado en los últimos años como adalid del progresismo patrio, a rebufo oportunista de la polarización de la política burguesa, ha sido el sempiterno partido de Estado, el PSOE. Su «gobierno más progresista de la historia» en coalición con la muleta de turno – Podemos antes, ahora Sumar – se ha erigido como uno de los indiscutibles referentes de la internacional socio-liberal. Si embargo, la promulgación de leyes tan polémicas como la «Ley Trans» o la «Ley del solo sí es sí» no estuvieron exentas de conflictos internos debido a la existencia en las filas «socialistas» de un ala radfem capitaneada por Carmen Calvo que comprometió seriamente sus visos de prosperar.

En el verano de 2020, durante los encarnizados debates internos alrededor de la cuestión, se filtró un argumentario interno del PSOE promovido por este ala «feminista tradicional». Así pues, en este punto nos proponemos recuperar alguno de sus asertos más destacados como punto de llegada de esta primera parte del ejercicio de comparación en que nos hallamos inmersos. El argumentario, incluye razonamientos como los siguientes:

El sexo es un hecho biológico. Se refiere a las características corporales, biológicas y fisiológicas, que definen y diferencian a los humanos como hombres y mujeres. El sexo con el que nacen las mujeres determina su lugar en el mundo, a partir del mismo se construye y delimita el espacio que ocupan y cómo lo hacen.

(…)

A las mujeres las matan por ser mujeres, a las niñas les mutilan los genitales, por nacer mujeres les asignan socialmente la responsabilidad de los cuidados…

(…)

Si se niega el sexo, se niega la desigualdad que se mide y se construye en base a este hecho biológico.9

Nos detendremos en estos extractos de la primera página del argumentario, en las que se aboga por un enfoque «descriptivo», sentencias categóricas mediante. Vemos, una vez más, como las feministas del PSOE defienden la realidad biológica del sexo y como esta diferencia cualitativa es la fuente de la opresión de las mujeres. Evidentemente, ninguna de estas afirmaciones viene avalada por ningún tipo de evidencia científica que pueda sostenerlas. De esta petición de principio basada en una torticera movilización del sentido común, el argumentario prosigue hasta la falaz conclusión de que la «negación del sexo» – sea lo que sea lo que eso signifique, puesto que tampoco se especifica – implica la negación de la desigualdad. Las razones aducidas son exactamente las mismas que las recogidas en los programas y artículos anteriores. Negar la existencia del sexo biológico implica negar la existencia de una opresión específica sobre las mujeres, por lo que ante la agresión idealista del activismo queer, el feminismo tradicional se ve abocado a cerrar filas, incluso contra los preceptos más progresivos de su propia tradición, blindándose alrededor de la realidad biológica del sexo.

Estaremos de acuerdo en que estos párrafos, más allá de permitir descubrir similitudes evidentes, no aportan elementos nuevos a discusión. Sin embargo, hemos querido dejar para este momento la concreción política capital que se deriva de esta toma de posición, puesto que entendemos que resume, de manera inmejorable, la tendencia última del feminismo como movimiento burgués. Si proseguimos hasta la última página del argumentario, las conclusiones no pueden ser más meridianas:

El activismo queer desdibuja a las mujeres como sujeto político y jurídico, poniendo en riesgo los derechos, las políticas públicas de igualdad entre mujeres y hombres y los logros del movimiento feminista10

He aquí el verdadero problema del movimiento queer. Este, al asociar la condición de mujer – y de hombre, no lo olvidemos – a una identidad social más o menos maleable y movible y, por lo tanto, desdibujando por ampliación o «confusión» los límites de la masculinidad y la feminidad de forma más o menos superficial, amenaza la integridad del sujeto político «mujer» y, por ende, sus visos de medrar como colectivo dentro de la sociedad burguesa. Como ya hemos señalado, en última instancia el feminismo ha sido el movimiento de las mujeres burguesas que anhelaban – y anhelan – una participación igual en la explotación de la clase obrera. Es decir, siempre han querido seguir siendo mujeres puesto que sobre la mayoría de ellas no recaían de forma tan cruenta las consecuencias más duras de la división sexual del trabajo – las mujeres burguesas siempre han tenido criadas y niñeras que limpiaban la casa y cuidaban a sus hijos, siempre han tenido un acceso mayor a controlar su salud reproductiva pudiendo viajar al extranjero para abortar cuando en España aun estaba prohibido y un largo etcétera -. Por lo tanto, la familia como institución fundamental del capitalismo y de cualquier sociedad de clases nunca ha estado en duda, simplemente lo ha estado su remodelación para que las mujeres burguesas disfrutaran del mismo acceso a la riqueza y autonomía que les proporciona la explotación a los hombres burgueses. La sacrosanta institución familiar y su matriz «biológica» binaria en la que enraiza la heterosexualidad normativa con fines reproductivos no deben ser tocadas. Por eso el activismo queer resulta una amenaza – aunque a nuestro parecer harto sobredimensionada por las razones que hemos aducido en el apartado anterior -.

Exploradas algunas de las posiciones en liza por parte de distintos partidos de la burguesía, y constatadas sus continuidades más que evidentes, nos proponemos realizar el mismo ejercicio con los posicionamientos de dos de las organizaciones del movimiento comunista español que se han manifestado en una línea que deberemos probar como profundamente cercana, y por ello cómplice, a la de las fracciones de la burguesía analizadas. La nota dominante será la ya señalada al inicio de este apartado: bajo la bandera de un muy militante «materialismo» y contra el «idealismo» de negación de la «materia» que perpetra el activismo queer, estas organizaciones se inflaman de verborrea pretendidamente marxista para defender posiciones reaccionarias que en poco o en nada se diferencian de las del feminismo. Esto es, una vez más, miraremos de demostrar nuestra tesis de que el debate en el seno del movimiento comunista español se da en términos emulables a los de la arena pública burguesa, con la diferencia del revestimiento rojo.

Empecemos pues con la breve relación de uno de los partidos cuya cúpula se ha significado más abiertamente contra la «Ley trans» y contra el fenómeno queer en general, valiéndole todo ello el escarnio público por su transfobismo desacomplejado. Hablamos, sin lugar a dudas, del PCTE. A modo de acotación relevante diremos que señalamos directamente a la cúpula porque nos consta que hay ciertos estratos de militancia que, como mínimo, no comulgan «firmemente» con un posicionamiento tan tajantemente anticomunista. Sin embargo, esto no constituye justificación alguna para enmarañar el debate y recurrir al noble arte del escapismo y la gambeta cuando se vierten críticas, algo que de forma demasiado habitual presenciamos. Para sortear los conatos de sofistería que pudieran surgir, nos ceñiremos, simplemente, a escrutar uno de los comunicados centrales del PCTE, aquél fechado en 29 de junio de 2021 y que reza por título: «Contra el retroceso en derechos que supone la Ley Trans». Vayamos, pues, a ello:

La realidad objetiva no se debe confundir con la autopercepción subjetiva. El sexo biológico es un hecho objetivo. Y con la sustitución del “sexo” por el “género” se perpetúan los roles de género. Las sociedades presentes y pasadas han ido asentando, de forma milenaria, toda una serie de consideraciones, comportamientos, roles y divisiones del trabajo que supuestamente estarían vinculadas con el sexo para definir lo que sería una “buena mujer” y un “buen hombre”. Esta construcción social ha tenido, y sigue teniendo, un carácter opresivo, sobre todo para la mujer y por encima de todo para la mujer obrera. También han sufrido penurias y discriminaciones a lo largo de la historia todos aquellos hombres y mujeres que no se han adaptado a los roles que socialmente se les había asignado, y por encima de todos ellos los homosexuales.

Confundir el sexo con el género, para acabar dictaminando la autodeterminación del sexo, viene a negar la base material de la opresión que sufren las mujeres trabajadoras. Si esta opresión ya no es debida a las consecuencias destructivas del sistema, sino que es simplemente una elección individual, el capitalismo queda exonerado de cualquier responsabilidad.

El individualismo avanza a pasos agigantados. Se busca la negación de los conceptos de hombre y mujer y la consecuencia puede ser arrasar con todas las políticas de protección a las mujeres y dificultar aún más las luchas de la mujer trabajadora.11

La verdad es que nos resulta harto difícil acometer el análisis de este fragmento porque la cantidad de imprecisiones y ambigüedades esgrimidas desde las filas de «el Partido» resultan cuanto menos sorprendentes. Apoyados en el principio de caridad, vamos a rellenar oportunamente los huecos que deja el comunicado para mirar de entresacar alguna conclusión relevante. Una vez más, nos reencontramos con la reivindicación de la realidad objetiva. Desde ciertas filas pretendidamente marxistas ha sido un recurso continuo contra el burgués idealismo queer. La realidad objetiva existe, es evidente e inmutable. Pese a resultar este el punto de partida, abstracto, del materialismo dialéctico, la verdad es que semejante realismo ingenuo no puede ser más ajeno a una tradición científica que ha periclitado ampliamente semejantes planteamientos. La verdad es que nos resulta difícil discriminar este aserto y su fundamentación de los del argumentario socialista, o de los del Partido Feminista. Partimos de una petición de principio, fruto del sentido común burgués más inane, para acto seguido desarrollar toda una argumentación sentada sobre una premisa falaz. Como veremos más adelante, esta realidad biológica del sexo como distinción cualitativa entre cuerpos tiene su nacimiento en la modernidad y bajo la égida del auge y consolidación del capitalismo como modo de producción. Los avances recientes en biología y neuroendocrionología, por poner algunos ejemplos, desballestan hasta sus fundamentos estos asertos infundados.

Sin embargo, no es el momento de detenerse en ellos, sino en mirar de proseguir el hilo de la argumentación. Negar el sexo – hasta el punto nadie ha sido capaz de describir quién niega la realidad del sexo como categoría burguesa operativa en el modo de producción que habitamos, y menos capaz se ha sido desde las filas marxistas, donde se supone que los muñecos de paja de los argumentarios queer más superficiales no debería ser una piedra de toque seria – vendría a negar la base material de la opresión de las mujeres. Aquí lo tenemos. Los términos pueden no ser exactamente los mismos, pero reclamaremos al lector más avezado que nos descubra, si las hay, las diferencias significativas entre este posicionamiento y el del PSOE de Carmen Calvo. Si continuamos con la lectura veremos que esta perversión es fruto del «individualismo» corruptor, y que la negación de los conceptos de hombre y mujer puede «arrasar con todas las políticas de protección a las mujeres y dificultar aún más las luchas de la mujer trabajadora.». A estas alturas ningún comunista consecuente del estado se sorprende de los «dejes» reformistas del PCTE, que alaba las virtudes de las políticas estatales de protección de las mujeres, unas conquistas que suponemos que hay que proteger contra el influjo queer. No obstante, la apostilla final, la posibilidad de que la confusión queer dificulte las luchas de la mujer trabajadora es aún más sintomática. El PCTE, igual que el PSOE, tiene miedo de que la disolución de las férreas categorías binarias del sexo diluya el sujeto feminista – sí, los planteamientos del PCTE son evidentemente feministas, aunque pintados de rojo – esto es, la mujer. Ante la máxima implacable que guía la dialéctica comunista de que «Todo lo existente merece perecer», el PCTE aboga por la defensa a ultranza de las políticas burguesas de protección de las mujeres suponemos que «conquistadas» y teme la disolución de la mujer trabajadora como sujeto político. Para nosotros, y aunque no sea aquí el punto de desarrollarlo, no hay sujetos a preservar más allá de su vigencia histórica como fuerzas revolucionarias. El proletariado, en su inconmensurable diversidad, es el único que reivindicamos como paladín de la humanidad, y siempre en vistas a su aniquilación histórica por su automovimiento superador. No hay espacio para la nostalgia.

Entendemos que el examen es breve y que nos dejamos muchísimas cuestiones en el tintero. Los límites de un artículo de estas características no dejan espacio para un análisis más minucioso de las bondades de «el Partido». Esperamos que, cuando nos propongamos, mediante la crítica de semejantes posiciones, desarrollar la que nos es propia, los campos se deslinden por sí mismos.

Es por eso que, sin más dilación, nos terminamos con este apartado recuperando una publicación del Grupo Barbaria, punta de lanza en nuestro territorio del marxismo de verdad, del puro. De sobras conocido su alineamiento dentro de la tradición izquierdista, más de uno se sorprendió cuando reapareció recientemente un documento en el que reproducían respecto a la cuestión que nos ocupa posiciones abiertamente «derechistas». Como no ha habido ninguna retractación pública, entendemos que sigue siendo su posición, la de ella y la de sus simpatizantes, y que por lo tanto resulta coherente recuperarla para analizarla como hemos hecho con la del PCTE:

La visión queer del género y el sexo tiene una serie de implicaciones graves que, en parte, son las que critican las feministas radicales y otros sectores del feminismo, digamos, más clásico. La principal se deriva del hecho de que el género sea algo que el individuo autodetermina. Esto tiene como consecuencia que la categoría mujer quede inservible. Pues es mujer quien quiere serlo, y no quien ha nacido con unas características biológicas que la sitúan en el lado femenino de la reproducción de la especie. La afirmación de que las mujeres sufrimos una violencia específica por el hecho de ser mujeres (es decir, de tener el control biológico de la reproducción) dejaría de ser válida bajo estas teorías. Si no existe la mujer, no existe el patriarcado. Esa es la principal consecuencia de esta teoría y las políticas que en ella se basan.

La teoría queer tiene una naturaleza posmoderna. Y, en este sentido, es, igual que el posmodernismo, la renuncia y negación veladas de la posibilidad de la revolución. La derrota que finge no serlo, que finge, al contrario, ser muy subversiva y muy revolucionaria.

(…)

Las diferencias materiales en cuanto al papel en la reproducción de la especie de hombres y mujeres siempre van a existir (de hecho, si no existen será porque vivimos en una absoluta distopía). Siempre habrá un correlato de los sexos en la organización de la vida humana. Esto, por supuesto y hay que decirlo alto y claro, no significa por esencia relaciones de dominación, violencia y control sobre el cuerpo de la mujer ni que no se pueda vivir el cuerpo de muchísimas formas y no, precisamente, sujeto a unas identidades estancas (poco importa que sean binarias o infinitas). No obstante, ignorarlo es, otra vez, renunciar a la materialidad y quedarse en un análisis desde el nivel simbólico que rezuma un regusto burgués.

(…)Comprendiendo, aun así, que es una trampa pretender la abolición de las diferencias entre sexos, porque siempre habrá una diferencia fundamental entre hombres y mujeres que no es por definición una diferencia que justifique la dominación: la capacidad reproductiva, que es una diferencia física, material y biológica.12

Una vez más, y con el ánimo, efectivamente, de redundar en la reiteración a riesgo de resultar cargantes para el lector, observamos la reproducción punto por punto de los mismos argumentos. Desoyendo los últimos avances de la ciencia burguesa, se sentencia como petición de principio el dimorfismo sexual sin ningún tipo de soporte científico, naturalizando una, a nuestro parecer y como justificaremos, categoría social que afianza ahistóricamente la opresión de género. Sorprende, viniendo de los baluartes más acendrados del verdadero marxismo, la reificación de una categoría histórica de forma tan desacomplejadamente vehemente y la separación absolutamente injustificada entre naturaleza y cultura, binomio predilecto de la razón ilustrada para santificar todo lo existente, atentando contra las premisas más elementales de la dialéctica. La progresión del razonamiento a partir de este punto es exactamente la misma que en los otros programas y artículos consultados: el idealismo «posmoqueer», producto del individualismo burgués, ha venido a borrar la opresión de las mujeres, que son oprimidas en tanto que tales, y en contrapartida hay que reivindicar un materialismo «militante» que esté dispuesto a combatir las perversiones del capitalismo terminal, adalid de la irracionalidad. El solo elemento que nos detendremos a destacar, aunque no ahondaremos en su crítica, es el de la pervivencia del término patriarcado como sistema de opresión «subsumido» al capital. Aunque en otros textos del mismo grupo reconocen la periclitación histórica de las premisas que constituyen la definición científica de patriarcado – reconocen la igualdad jurídica y formal entre hombres y mujeres que instaura el capitalismo, así como la disolución de las autoritarias ataduras de índole personal propias de la familia precapitalista, descartando, al menos verbalmente, la hipótesis del sistema dual – mantienen el uso del término patriarcado, remanente ineludible de la profunda penetración de las tesis feministas entre sus filas. No nos detendremos en disputar la cuestión del patriarcado, harto tratada en la literatura comunista. Baste con señalar su uso por parte del Grupo Barbaria, que tomaremos como un síntoma más que confirma nuestra hipótesis.

Tras el examen acometido en los apartados precedentes, consideramos como embrionariamente probada la hipótesis con la que arrancábamos este artículo: el debate en el seno del movimiento comunista se encuentra profundamente connotado por el influjo de los postulados feministas y es por ello que se impone un trabajo exhaustivo de depuración que pueda dar lugar a un posicionamiento netamente revolucionario alrededor de la cuestión. Sin embargo, la prueba definitiva de nuestro tino solo emergerá, precisamente, a través del ejercicio en acto de esta purga, crítica que debe alumbrar la posición dialéctico-materialista que reclamamos. Es por ello que, sin más dilación, procedemos con el cometido que alienta la segunda parte de este artículo.

LA SUPERACIÓN DEL SEXO: MATERIALISMO Y «MATERIA»

Enfrentar la labor que nos proponemos reclama, irremisiblemente, arrancar restaurando las premisas fundamentales, abstractas si se quiere, de la concepción materialista-dialéctica de la realidad. Nuestra apuesta por una crítica «externa», ajena a todas luces a los requerimientos de una crítica verdaderamente dialéctica, que solo podría ser inmanente, se debe a lo incipiente de nuestra aportación. Con las líneas que compartimos a continuación no pretendemos agotar, ni mucho menos, la tarea de una fundamentación materialista de la «cuestión de género». Simplemente buscamos a proporcionar algunas notas que aspiramos que la vanguardia reconozca como propias en aras de asumir la tarea histórica que nos interpela. Vaya esta advertencia por delante como signo de nuestra humilde voluntad.

Así pues, como decíamos, ante el sistemático recurso a un «materialismo» burdo como caballo de Troya de la reacción, y ante un idealismo constructivista que tiene en el moralismo su única proyección política, se impone restituir un materialismo verdaderamente dialéctico como condición de posibilidad para depurar las desviaciones que, como hemos demostrado,  abundan en «nuestras» filas. Este restablecimiento debe suponer una toma de posición que apunte a la disolución de la metafísica dicotomía burguesa entre «sexo biológico» y «género» comprendiéndola diacrónicamente como fruto de una praxis social históricamente concreta. La conducción de este análisis hasta sus últimas consecuencias nos remitirá, en última instancia, a la raíz material de la cuestión, esto es, a la familia como institución fundamental de las sociedades de clases.

Así pues, inauguramos este apartado poniendo encima de la mesa la pregunta cuya respuesta determinará, en su ulterior concreción, la adopción de una posición revolucionaria o reaccionaria: ¿Qué significa ser «materialista» en términos marxistas? En primer lugar, contarse entre las filas materialistas supone reconocer la primacía ontológica y epistemológica de la realidad extramental sobre el «Espíritu» y derivados. Esto es, parafraseando al camarada Engels, supone reconocer la primacía del «ser» sobre el «pensar». Sin embargo, el materialismo comunista está muy lejos de reducirse a una concepción tan ingenua.

El materialismo marxista es dialéctico y, en tanto que tal, histórico. La categoría fundamental mediante la cual supera la unilateralidad mecanicista del materialismo decimonónico es la de la praxis, entendida esta como la perenne mediación histórico-práctica con la realidad en términos de trabajo. Este trabajo, la actividad mediante la cual la humanidad lleva a cabo el metabolismo con la naturaleza y permite a las sociedades producir lo necesario para reproducirse, es el rasgo fundamental de la hominización, y constituye el punto de partida para el despliegue del modo de vida de una sociedad en todas sus manifestaciones. Es decir, la relación con esta realidad extramental es siempre y en primer lugar práctica, una práctica que a la vez transforma y configura esta propia realidad. De hecho, no solo transforma esta realidad sino que, en tanto que configura una forma organizada e históricamente concreta de producir – un modo de producción -, determina, como ya hemos dicho, el modo de vida de una sociedad en todas sus manifestaciones, entre ellas el propio reflejo teórico, ideológico, que desarrollan estas sociedades para explicarse el mundo.

En el materialismo marxista, la proyección histórica de las sociedades humanas se explica, en última instancia, por el desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, de los medios técnicos y organizativos que permiten llevar a cabo este metabolismo con la naturaleza. Llegado cierto nivel de desarrollo, las relaciones de producción – las relaciones que establecen los seres humanos entre sí en la organización de este metabolismo con la naturaleza – caducan, por lo que se impone históricamente una transformación de estas relaciones, dando paso a un nuevo modo de producción. Este nuevo modo de producción no implica, solamente, una reorganización de la dimensión meramente «productiva», sino que reconfigura todas las superestructuras, instituciones etc. que un modo de producción lleva anejas en tanto que «modo de vida». Evidentemente, estamos lejos de defender una causalidad unilateral y mecanicista. Es por ello que, para cerrar esta breve digresión introductoria, recurrimos a un fragmento del camarada Engels que resulta, a nuestro parecer, meridiano en su contundencia:

Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta (…) ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna es tan remota o tan difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella), acaba siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico. De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado.13

Una vez sentadas las premisas precedentes, urge desarrollar las concreciones ulteriores destinadas a barrer con las desviaciones señaladas en la primera parte del artículo. La superación se dará en dos momentos por la idiosincrasia propia de los posicionamientos desglosados. En primer lugar, discutiremos en qué sentido los postulados del feminismo tradicional son superados por el materialismo dialéctico como cosmovisión revolucionaria. Esta confrontación discurrirá a través de la denuncia del supuesto «materialismo» de esta posición como incompatible con el materialismo marxista verdaderamente consecuente al tratarse de una forma velada de idealismo burgués.  El objetivo principal será el de disolver la reificación biologizante del dimorfismo sexual mediante una discusión, si se quiere «filosófica», enraizada en los preceptos dialéctico-históricos de la epistemología marxista. En segundo lugar, nos propondremos enfrentar la oquedad de las posiciones vicarias del feminismo interseccional transinclusivo mediante una breve relación histórica de la trayectoria de la familia como puntal de las sociedades de clase y, sobre todo, de sus transformaciones dentro del contexto del capitalismo crepuscular. Estas notas deberán permitir esbozar una aproximación a la cuestión, ahora sí, de la familia, que no esté fundada en la vacuidad constructivista imperante y que, por ende, siente las bases de una política netamente materialista que vincule la destrucción de la familia como tarea particular a la universalidad del proyecto comunista.

Sin más dilación, procedemos a encararnos con el irredento «materialismo» esgrimido por organizaciones como el PCTE o el Grupo Barbaria. En primer lugar, observamos en sus posicionamientos la legitimación, más o menos subrepticia, de una dicotomía «naturaleza»/«cultura» intrínsecamente reaccionaria encarnada en el reconocimiento de la distinción «sexo»/«género». Plantear la existencia de una matriz biológica inmutable constituye, a todas luces, una vulneración clamorosa de los principios del materialismo dialéctico y un resquicio por el que pueden colarse – y se cuelan, efectivamente – esencialismos reaccionarios. La relación con la «naturaleza», tal y como hemos señalado anteriormente, está siempre determinada en primera instancia por la mediación práctica que establecemos con ella a través del trabajo socialmente organizado. Esto es, aquello natural nunca es accesible «tal y como es» en un sentido realista ingenuo, sino que su acceso siempre está mediado por la Weltanschauung que configura una determinada organización social de la producción y, por ende, de la vida de una sociedad en sentido amplio. La aproximación a la realidad extramental siempre es, en primer término, práctica, por lo que la aprehensión teórica de esta viene dictaminada en un segundo momento por las modalidades y necesidades de esta organización práctica. El filósofo soviético Iliénkov, en su encarnizada disputa con el positivismo burgués, insoslayable matriz de los posicionamientos que atacamos, resumía lo que señalamos de la siguiente forma:

Al elevarse a la vida consciente dentro de la sociedad, el individuo encuentra [un] “entorno espiritual” preexistente, la cultura espiritual objetivamente implementada. Esta última se opone a la conciencia individual como un objeto específico que el individuo tiene que asimilar teniendo en cuenta su naturaleza como algo bastante objetivo. Un sistema de formas de conciencia social (en el sentido más amplio posible, incluyendo las formas de la organización política de la sociedad, el derecho, la moral, la vida cotidiana, etc., así como las formas y normas de actuación en la esfera del pensamiento, las reglas sintácticas gramaticales para la expresión verbal de las nociones, los gustos estéticos, etc.) estructura desde el principio el desarrollo de la conciencia y la voluntad del individuo, moldeándolo a su propia imagen. En consecuencia, cada una de las impresiones sensuales que surgen en la conciencia individual es siempre producto de la refracción de los estímulos externos a través del complejísimo prisma de las formas de conciencia social que el individuo se ha apropiado. Este “prisma” es un producto del desarrollo social humano. Solo, cara a cara con la naturaleza, el individuo no tiene ese prisma, y éste [el prisma] no puede entenderse a partir de un análisis de la relación de un individuo aislado con la naturaleza.14

En referencia a la santificación del «sexo biológico», la genealogía del dimorfismo hoy en día hegemónico ofrece una prueba especialmente fehaciente de lo señalado. Después de la persistencia durante más de 1500 años de la teoría galénica de los humores, en el siglo XVIII se instaló el dimorfismo «cualitativo», «complementario», como nuevo dogma asociado a los avances de la ciencia y, sobre todo, a las necesidades del modo de producción en gestación – el capitalismo – de un nuevo disciplinamiento de la fuerza de trabajo. La nueva ciencia ilustrada protoburguesa, materialista y mecanicista, estableció el dimorfismo sexual mediante la proyección de sus propios sesgos en la «naturaleza» y afirmó la existencia de una causalidad biológica unidireccional entre biología – genitalidad y, sobre todo, cerebro – y conducta. La sucesión de teorías de distinta índole – craneología, frenología – desembocó, gracias al descubrimiento de las neuronas y de las hormonas, en el triunfo definitivo de la neuroendocrinología conductual imperante a día de hoy bajo su modulación organizacional/activacional (O/A). Sin embargo, los avances en determinados sectores de la ciencia burguesa están poniendo en serios aprietos el dogma del dimorfismo.15

Con lo afirmado anteriormente no pretendemos hacer apología de un constructivismo puramente idealista al estilo del feminismo queer, pero sí  señalamos las sucesivas capas de «cultura» que hacen que lo «natural» nos sea inteligible. El ser, la materia, es preexistente, sin lugar a dudas, pero la sucesión de aprehensión práctica y posterior aprehensión teórica supone que la segunda venga siempre históricamente determinada por la primera. Si no aceptamos esta tesis, corremos el riesgo de perpetuar la ficción idealista de que lo extramental es «puramente» aprehensible, ficción enraizada en la histórica disociación entre trabajo manual y trabajo intelectual, matriz de la dicotomía contemplativa e irreconciliable sujeto-objeto que se halla en el fundamento de toda filosofía burguesa. Sin embargo, tampoco negamos la posibilidad de la ciencia de asir el funcionamiento real de la «naturaleza», pero esta captación debe tener siempre como criterio de verdad, en palabras de Engels, la práctica, por lo que no puede fundamentarse en una concepción contemplativa, pasiva, de la relación con la naturaleza, mistificación persistente, aún hoy en día, en la ciencia burguesa, y que constituye el índice de su propia caducidad histórica

Así pues, las afirmaciones tajantes de la existencia de una «mujeridad» irreductiblemente material reproducen los vicios del idealismo burgués invirtiendo el orden de los factores. Es cierto, y bajo ningún concepto es nuestro objetivo negar esto, que las capacidades eminentemente reproductivas de determinadas personas, constituyen una premisa ineludible de su opresión histórica. Sin embargo, la cristalización de estos cuerpos como «mujeres» y su subyugación subsiguiente tiene su origen en la división sexual del trabajo en el seno de la familia, y, por lo tanto, la reificación de la condición de mujer como algo intrínsecamente biológico sanciona metafísicamente una condición puramente histórica destinada a ser barrida por el comunismo como proyecto emancipador que viene a superar las sociedades de clases y todas las instituciones opresivas que a ellas van anejas, incluida la familia. Es por ello que negamos la mayor y denunciamos el binomio sexo/género como una distinción que se mueve en el mismo marco que pretendemos superar de tal forma que, en este momento de nuestra argumentación, lo descartamos como de facto superado. Por consiguiente, dejamos atrás también la categorización burguesa de la «cuestión» que nos ocupa como «cuestión de género» para sustituirla por una de índole netamente científica que apunte a su matriz materialista: si tenemos que hablar de alguna «cuestión», será de la «cuestión de la familia».

Recapitulando: asociar la condición de mujer a a un factor biológico y no a la división sexual del trabajo que da lugar a la familia significa sancionar como insuperable una distinción intrínsecamente opresiva mediante argumentos vicarios del naturalismo burgués más burdo, santificando de soslayo la familia como institución matriz del dimorfismo sexual. Ya hemos discurrido sobre como estos argumentos, a nivel político, tan solo pretenden justificar y apuntalar la vigencia del feminismo como movimiento burgués. La independencia política comunista se fragua en el deslindamiento de campos con la ideología burguesa y, en este ejercicio imperativo, el restablecimiento del materialismo dialéctico como cosmovisión revolucionaria constituye el arma insoslayable. Y es que aducir argumentos naturalistas, como hemos visto que hacen todas las organizaciones feministas, conlleva la renuncia explícita al materialismo. En palabras de Iliénkov:

Algunos camaradas tienen miedo de que tal posición teórica pueda desembocar en la práctica a la subestimación de las características biológicas, genéticas e innatas particulares, o incluso a una estandarización de estas. Sus miedos no se sostienen. Para mí, por el contrario, cualquier concesión –incluso la más insignificante– a la ilusión naturalista cuando explicamos la mente humana y la actividad vital humana desembocará, tarde o temprano, a la rendición de todas las posiciones materialistas […]. Aquí podemos decir: quitad las garras y todo el pájaro habrá desaparecido. Se empieza con argumentos acerca de la genética y las variaciones individuales de origen al hablar de cualquier capacidad humana, y se termina concluyendo que esas capacidades son naturales e innatas, lo que finalmente lleva a la perpetuación de los (históricamente construidos y transmitidos) modos de división del trabajo (La negrita es nuestra)16

A nuestro parecer, resta poco más que añadir. Nosotros no estamos dispuestos a rendir ninguna posición materialista, puesto que en semejante intransigencia se aloja la posibilidad de nuestro triunfo. Con lo dicho podemos concluir, pues, que la existencia de las personas trans o no binarias no amenaza, bajo ningún concepto, el alumbramiento de una alternativa netamente revolucionaria, puesto que no implica una «invisibilización» de las problemáticas anejas a la condición de mujer cis, al menos no lo hace en el seno de una estrategia comunista. Antes al contrario, la conducción hasta sus últimas consecuencias, es decir, la ejecución en acto de la revolución, de las premisas que hoy parecen hacer temblar la familia burguesa, seno de la reproducción y anquilosamiento de los roles de género, constituye la sola posibilidad de emancipación verdadera, tanto para las personas trans como para las mujeres cis que restan enjauladas entre las violentas lindes de la familia tradicional. La abolición de la familia como fin último es el punto programático que aúna los intereses de unas y otras como momento indisociable de la destrucción del orden burgués. Y en esta lucha final, ni unas ni otras ostentan su condición revolucionaria en tanto que mujeres cis o personas trans; su posibilidad de revolucionarización consciente se cifra, como no puede ser de otra forma, en su condición proletaria, única clase cuyos intereses se orientan al derrocamiento violento de todo lo existente.

DIALÉCTICA DEL NUEVO EVANGELIO

Saldadas las cuentas con el materialismo burgués – ergo, con el idealismo enmascarado – del que hacen gala las organizaciones y partidos alojados en la bancada de la reacción, debemos ahora enfrentarnos con el feminismo interseccional transinclusivo, a priori alineado con posicionamientos más progresistas. La conjuración del constructivismo denunciado y de su concreción política en el moralismo rampante del que hace gala se cifrará en la capacidad que tengamos de dar una proyección materialista y revolucionaria a sus reivindicaciones. Es decir, defenderemos que su planteamiento adolece de una unilateralidad en última instancia estéril que le impide superar los límites de la política burguesa y que, por lo tanto, de forma más o menos voluntaria, tiende a reforzar el orden que vocalmente «aspira» a destruir. La carencia principal de estos posicionamientos es la ausencia de un análisis profundo de las transformaciones sufridas por la institución familiar en el centro imperialista en la actualidad, transformaciones cuya lectura materialista permitiría alentar una política comunista pero que, desproveídas de esta interpretación, terminan redundando en reificaciones que refuerzan el orden burgués.

La pretendida «destrucción» de la familia que vivimos en la actualidad se desprende de las lógicas inmanentes alojadas en el propio desarrollo del capitalismo. La familia, que a lo largo de la historia de las sociedades de clases ha jugado un rol fundamental como institución ordenadora de la división sexual del trabajo con el fin último de garantizar , por un lado,  la transmisión de la herencia en las clases poseedoras y, por otro, la reproducción de mano de obra en el seno de las clases subyugadas, se encuentra ante el límite de su vigencia histórica en el capitalismo terminal. La subsunción capitalista de la familia ampliada feudal, unidad de producción en sí misma, dio lugar a la hoy endeble familia monógama, unidad mínima de reproducción. Sin embargo, la tendencia igualadora del capitalismo, que sustituye paulatinamente los vínculos de dominación personal por la impersonalidad del enfrentamiento entre el capital, encarnado en el capitalista, y la fuerza de trabajo, encarnada por el proletariado, tiende a reducir paulatinamente las distinciones cualitativas dentro de la fuerza de trabajo mencionada para reducirla a su pura condición de trabajo vivo potencialmente creador de plusvalor. Al capitalista le da igual, en términos abstractos, la genitalidad de la fuerza de trabajo, siempre y cuando esta se pliegue a sus designios.

Esta tendencia inmanente es la base material que ha alumbrado y alentado tanto la posibilidad histórica de los movimientos de emancipación femenina y, posteriormente, LGTBI, como, sobre todo, sus conquistas efectivas. No obstante, estas no pueden ser bajo ningún concepto sobredimensionadas como se hace desde ambas bancadas burguesas con intereses espurios de rentabilización política. La familia, en última instancia, no se halla amenazada terminalmente. La pulsión de su descomposición, síntoma de su caducidad histórica, así como lo son todas las manifestaciones de agotamiento del modo de producción capitalista, constituye solo la premisa sobre la que los comunistas podemos plantear como tarea histórica posible su superación. Y es que vemos como esta supuesta «destrucción» que tanto teme la reacción tan solo consiste en una remodelación de la familia tradicional. Ciertamente emergen «nuevos modelos familiares», pero estos tienen un proliferación social restringida y, sobre todo, en ningún caso plantean la ruptura fundamental que establecería las bases para la extinción de la familia monógama capitalista: la superación de la apariencia que separa abstractamente los trabajos considerados como reproductivos de aquellos productivos y la asunción y distribución plenas de las tareas consideradas actualmente como «domésticas» o «estrictamente reproductivas» por parte de la totalidad social conscientemente organizada. Estos nuevos modelos mencionados, en última instancia, tienden irremediablemente al repliegue en la esfera privada, emulando el modelo tradicional bajo renovadas premisas. Es aquí donde encontramos el fundamento del empeño de la vanguardia académica y militante pequeño burguesa por «repensar» modelos familiares y por redundar en la categorización extensiva de todas las formas de diversidad de orientación sexual y de identidad de género que proliferan. Hay que repensar las masculinidades, hay que reapropiarse la feminidad, hay que replantear los modelos familiares, pero bajo ningún concepto hay que poner encima de la mesa un programa estratégico omnicomprensivo y consecuente que apunte hacia la extinción de todas estas formas de encuadramiento social innecesarias desde la perspectiva de una sociedad plenamente emancipada. Porque este programa solo puede ser el comunista, portador de la destrucción del mundo en el que ellos, aunque con aspavientos radicales, medran felizmente.

Pese a esta tendencia general hacia la descomposición familiar – con los matices postulados – , no podemos obviar las contratendencias y singularidades geográficas que operan en el capitalismo realmente existente. Mientras que en las formaciones sociales del centro imperialista la subsunción real de todas las esferas de la sociedad civil está ampliamente realizada, en la periferia persiste de modo exacerbado la subyugación arcaica de la división sexual del trabajo debido al estado de «atraso» impuesto por los países del centro mediante las relaciones de dependencia propias de la división internacional del trabajo.  Esta situación no tiene visos de ser superada hasta sus últimas consecuencias puesto que en esta desigualdad reside la posibilidad del centro de seguir siéndolo. Ciertamente, la fragilidad geopolítica del hegemón occidental históricamente indiscutido desde lo años 90 del siglo pasado augura – y de facto ya exhibe – transformaciones significativas en ciertos territorios, pero en la época del imperialismo, este medrar tiene su límite en la subyugación renovada bajo polos hoy en día ya consolidados como nuevos agentes imperialistas indiscutidos de la cadena de valor internacional. La cronicidad de esta permanencia en estados de inferior desarrollo del capitalismo tiene su correlato supraestructural en la persistencia y renovada fuerza de formas ideológicas como la religión que vienen a sancionar y reforzar semejante situación.

Estas afirmaciones que vertemos son fácilmente contrastables si traemos a colación algunas manifestaciones concretas de la división internacional del trabajo. Vemos, por ejemplo, como la marcada feminización de ciertos sectores laborales responde al anquilosamiento de la división sexual mencionada. Desde las trabajadoras de las maquilas en la frontera mexicana hasta el peso económico que tiene en Tailandia y otros países del sudeste asiático el turismo sexual occidental, pasando por los vientres de alquiler ucranianos o el rol que tiene la inmigración femenina latinoamericana en España, básicamente integrada por mujeres que vienen a limpiar casas de burgueses o a ejercer de camareras de piso en hoteles y pisos turísticos, observamos que la división sexual del trabajo tiene un rol insoslayable en el mantenimiento del orden imperialista internacional realmente existente. Recapitulando: podemos afirmar sin atisbo de duda que la «liberalización»  existente en el centro imperialista, correlato de la subsunción real del capitalismo de todas las facetas de la vida social, se cimenta, en gran parte, sobre la subyugación de los países de la periferia, con la consiguiente persistencia y reforzamiento de las instituciones de dominación, tales como la familia, que coadyuvan al mantenimiento del orden necesario para que el bombeo de valor hacia el centro no decaiga.

No obstante, este «jardín» de libertad occidental está muy lejos de ser inexpugnable. La acrecentada e insuperable crisis de valorización que viene experimentando el capital en las últimas décadas establece las bases para la implosión irremediable de la paz social conquistada mediante el Estado del Bienestar de posguerra, construido, aunque muchos tiendan a «olvidarlo», sobre los hombros de nuestros camaradas de la periferia, a través de las luchas de los camaradas «patrios» y en contraposición a la amenaza de la marea roja. Esta crisis, cuya cronicidad empieza a ser evidente hasta para los apologetas más desacomplejados, constituye la causa innegable de la reaparición en la arena histórica del perro de presa de la burguesía asustada: el fascismo. Su proliferación actual bajo el tradicional estandarte tripartito de Trabajo, Patria y Familia constituye el mejor índice de la fragilidad de las «conquistas» que algunos no se cansan de celebrar. Como en otro artículo ya nos deteníamos extensivamente en el análisis de las manifestaciones y causas de emergencia de este fascismo de nuevo cuño, a continuación nos proponemos discutir la esterilidad militante de aquellos que, ante el auge incontestable de la reacción, lo mejor que tienen para ofrecer es la hiperventilación moralizante.

No es casualidad que uno de los nichos de agitación predilectos del fascismo sea el arremetimiento sistemático contra los derechos de las mujeres cis y las personas LGTBI en su encarnación «feminista» como significante vacío y muñeco de paja al que responsabilizar de todos los desmanes perpetrados por los partidos burgueses como representantes del capital en crisis contra el proletariado y, sobre todo, contra la pequeña burguesía y la aristocracia obrera. No olvidemos que estas dos últimas son, en su fase ascensional embrionaria, las clases que aúpan al fascismo ante el temor de la pérdida de su condición privilegiada frente al proletariado raso. La amenaza de la proletarización, acrecentada por la perenne crisis en la que nos hallamos inmersos, vehicula el temor de estas clases hacia la reacción más descarnada. El programa de esta, alentado por la nostalgia de un capitalismo «menos salvaje, «menos globalista», tiene en la reivindicación de la familia uno de sus pilares maestros. Y es que la familia no es meramente una institución orientada a la reproducción de la fuerza de trabajo, no solo en su función puramente «biológica», sino que presenta una miríada de funciones derivadas orientadas a la perpetuación ideológica del orden imperante. La familia tradicional es el núcleo primero y principal de socialización en que se aprenden cuestiones como el respeto a la autoridad despótica o donde se disciplina de forma privilegiada a las personas para encuadrarse en unos roles de género específicos, todos ellos valores que el fascismo promociona y potencia.  La familia, como una de las instituciones fundamentales de las sociedades de clases por su rol «reproductor» en todas sus acepciones, es uno de los campos de batalla privilegiados del fascismo para concretar este reforzamiento del orden ante la eventual implosión de la normalidad social representada, en su concreción última, por la amenaza siempre latente del comunismo como alternativa capaz de superar revolucionariamente la crisis.

Es decir, es directamente falso que el capitalismo promocione, abstractamente, las distinciones de género y las distintas formas de violencia que conllevan en aras de fomentar la competencia intraobrera con el fin último de dificultar una eventual unidad de clase capaz de derrocarlo. Esta lectura funcionalista no resiste el primer envite de un análisis serio, aparte de que alumbra una concepción antidialéctica en cuanto a la superación de la familia se refiere. Antes al contrario, bajo la égida del capitalismo hemos experimentado, como mínimo en el centro imperialista, una apertura sin parangón de los límites de lo socialmente aceptable en cuanto a diversidad de género y orientación sexual se refiere, así como de adquisición de derechos de las mujeres cis e igualdad efectiva de estas con los hombres cis. Y esta apertura, como ya hemos desarrollado, se halla inscrita en las tendencias generales del modo de producción. Sin embargo, también es cierto que existen contratendencias que ya nos hemos detenido a desarrollar. Por un lado, tenemos el «atraso» forzoso de la periferia imperializada como reverso necesario de esta bonanza imperial y, por otro, tenemos la siempre presente amenaza del fascismo como llamada al orden del capitalismo en crisis que se cimenta sobre la tríada Trabajo, Patria y Familia, pilares del status quo burgués.

¿Y cuál es, pues, la respuesta del socio-liberalismo progresista y de las organizaciones «comunistas» que reproducen sus postulados ante la oleada fascista mencionada? La impotente moralización de la política, proyección necesaria de su naturaleza pequeño-burguesa. La defensa de las personas trans o de los derechos de las mujeres estarían avaladas por el mero hecho de ser «progresistas», y por ende mejores, más inclusivas. La fuerza política del socio-liberalismo parece reducirse, en última instancia y bajo sus parámetros, a la mayor o menor bondad del votante. La contrapartida de semejante posicionamiento no puede ser otra que la caricaturización de la reacción como barbaros retrógados, machistas y señoronas «radfems». No debería extrañarnos, pues, que ciertas capas del proletariado experimenten como ajena esta absurda evangelización proveniente de quien se puede permitir hacer política «desde el corazón» – es decir desde la solidaridad y la bondad como ideales proyecciones vacías – y no desde el estómago17 o que,  directamente, ante el menosprecio abiertamente manifestado por ciertas capas de la intelectualidad ante la «recalcitrante chusma», se lancen a los brazos del fascismo que, como mínimo, les acoge en sus perversos aunque conocidos brazos para usarlos como traidora carne de cañón contra los intereses de su propia clase. Bajo ningún concepto pretendemos condonar las barbaridades que puedan perpetrar las capas más embrutecidas de nuestra clase. Sin embargo, el materialismo consecuente implica mirar a la realidad a los ojos, tal y como es, sin romantizaciones absurdas ni elisiones oportunistas.

Semejante polarización moral es el anverso necesario de la batalla por la «civilización occidental» planteada por el fascismo, estandartes ambos igual de idealistas bajo los que la aristocracia obrera y la pequeña burguesía en decadencia dirimen la pugna por sus cada vez más estrechas prebendas incapaces, como no podría ser de otra forma, de desasirse de los dictados de las fracciones gran burguesas en pugna. No obstante, y como ya hemos repetido insistentemente, esta vehiculación política no es exclusiva de los partidos burgueses, ni tan siquiera de la miríada de grupos y colectivos militantes autónomos que proliferan en la izquierda extraparlamentaria autóctona. Si hemos tenido que detenernos extensamente en esta cuestión es porque demasiadas organizaciones supuestamente comunistas reproducen, de forma enmascarada, los mismos análisis y las mismas propuestas, aunque teñidas de rojo. A lo largo del artículo ya hemos tenido ocasión de desenmascarar estas continuidades que la vacua fraseología marxista intenta vestir de revolucionarias.

El argumento funcionalista de las opresiones como formas de quebrantar la unidad de clase ha quedado denostado, en su superficial unilateralidad, por la breve relación que hemos hecho de las tendencias inmanentes y contratendencias históricas que el capitalismo en abstracto y realmente existen implica. Para más inri, ya hemos dejado entrever que semejante funcionalismo pone encima de la mesa una concepción antidialéctica de la superación de la institución familiar por el comunismo. Si el capitalismo en abstracto tiende a reforzar, abstractamente, las distinciones de «género», ¿sobre qué fundamentos materiales, sobre qué tendencias inmanentes se erige la posibilidad de su superación?¿ A través de una mera «oposición» entre proyectos civilizatorios? Nosotros, ante semejante disyuntiva, nos alineamos con una lectura dialéctica de esta sublación, porque reconocer las tendencias progresivas del capitalismo no supone santificarlo, antes al contrario, constituye la posibilidad de comprender sus límites y la exigencia de su periclitacion histórica por el proletariado constituido en Partido revolucionario. Ventajas de no claudicar ante el hiperventilado moralismo pequeñoburgués. Una vez enmendada su fundamento argumental, la concreción agitativo-propagandística de este análisis, el brindis al sol de la «unidad de clase» como consigna, se autodescalifica, en su absoluta falta de desarrollo científico y de una línea de masas consecuente con este, como encubrimiento falaz del moralismo pequeño burgués. El fracaso palmario de la penetración masística de estas organizaciones, relativizado por estas a través de la invención de nuevos «sujetos» ante la supuesta desaparición del proletariado de la arena histórica,  es la prueba irrefutable de la impotencia de un análisis «comunista» vicario de cualquier forma de feminismo.

ABOLIR LA FAMILIA: POR UNA RESTITUCIÓN DEL MATERIALISMO DIALÉCTICO

Poco más nos resta por añadir. A modo de conclusión, consideramos como efectivamente probada la continuidad, y por lo tanto la connivencia, de los posicionamientos de distintos destacamentos y organizaciones del movimiento comunista español con los planteamientos feministas de las distintas fracciones burguesas. La reproducción uno a uno, palabrería «marxista» de por medio, de los debates sostenidos en el parlamento es un indicador más que evidente de la bancarrota ideológico-teórica en la que se encuentra, aun hoy, el movimiento comunista español. Sin embargo, sería harto injusto no reconocer que también proliferan en nuestra bancada camaradas y destacamentos honestos que trabajan en esta cuestión, como en tantas otras, con un acierto como mínimo igual de atinado que el nuestro. En la segunda parte del artículo hemos intentado, en la medida de lo posible, compartir algunas notas con las que contribuir al avance de un debate cuyas connotaciones van más allá de los estrictos límites de la «cuestión de la familia». Y es que, como dialécticos que somos, tenemos claro que en la particularidad de cada disputa se juega la íntegra totalidad de una cosmovisión que pugna por renacer entre las ruinas adormecidas pero aun humeantes de las grandiosas batallas del siglo pasado. Lejos de los delirios adanistas tan comunes hoy en día, nosotros no entendemos que nuestras aportaciones entrañen ninguna epifanía genial. Simplemente intentamos llevar hasta las últimas consecuencias los preceptos ideológico-teóricos revolucionarios que alentaron las grandes gestas de nuestra clase. Una tarea en la que somos perfectamente conscientes de que no estamos solos.


  1. Semejante lógica de articulación política se corresponde perfectamente con la teorización del populismo propuesta por Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, de los cuales los intelectuales orgánicos de Podemos son desacomplejados herederos. ↩︎
  2. Hasta que el propio desarrollo de nuestras tesis no nos conduzca a la superación de semejante nomenclatura, recurriremos a ella en aras de facilitar la comprensión aunque en términos marxistas resulte unilateral. ↩︎
  3. Evidentemente, lo que pretende presentarse como una «batalla cultural» no lo es – más preciso sería decir que no meramente, pues existe una raíz material que emerge a la superficie social bajo la forma unilateral de una batalla cultural-. Y esto es así a pesar de que el idealismo burgués – y no pocos destacamentos comunistas que se hallan plenamente imbuidos de este – se empeñe en presentarlo como tal, como un problema de hegemonía. Más adelante tendremos la oportunidad de desarrollarlo con más extensión, pero el feminismo interseccional transinclusivo simplemente codifica ideológicamente las transformaciones que viene experimentando la familia en el centro imperialista durante las últimas décadas. Añadimos esta acotación porque en este punto, en el que aún nos movemos entre las manifestaciones más superficiales de la sociedad burguesa, replicamos esta superficialidad con el único fin de terminar superándola en el desarrollo del propio artículo. ↩︎
  4. Llamamos radical, con un punto de sorna, al pensamiento que actualmente intercambia este epíteto y el de «crítico» para autodenominarse. Léase, pensamiento de condición o raigambre pequeño burguesa con tendencias izquierdistas. ↩︎
  5. En este sentido recomendamos las dos intervenciones de Adrián López Bueno en el debate que este sostuvo con defensores de la compatibilidad entre interseccionalidad y marxismo en el periódico El Salto. Aquí dejamos sus aportaciones, que han inspirado en gran medida algunos de los puntos desarrollados en el presente artículo: https://www.elsaltodiario.com/lanaren_ekonomia/la-trampa-de-la-unidad-entre-marxismo-e-interseccionalidad https://www.elsaltodiario.com/lanaren_ekonomia/comunismo-o-espontaneismo-a-proposito-de-la-interseccionalidad
    Quisiéramos concluir esta nota señalando que su mención en este artículo se hace por cuenta propia y que bajo ningún concepto ostenta ninguna responsabilidad de lo aquí desarrollado más allá de la inspiración ofrecida por la lectura de sus publicaciones. ↩︎
  6. https://frenteobrero.es/wp-content/uploads/2024/04/Programa.pdf pg 30 ↩︎
  7. https://partidofeminista.es/la-ideologia-queer-y-la-ley-trans/ ↩︎
  8. https://www.izquierdadiario.es/El-Partido-Feminista-de-Espana-equipara-a-las-personas-trans-con-puteros-proxenetas-y-compradores ↩︎
  9. En el siguiente tweet se pueden consultar, mediante capturas, las cuatro páginas del argumentario analizado: https://x.com/M_Pilar9/status/1348077215578284034 ↩︎
  10. Ídem ↩︎
  11. https://www.pcte.es/comunicados-centrales/contra-el-retroceso-en-derechos-que-supone-la-ley-trans/ ↩︎
  12. https://barbaria.net/2020/06/19/nuestro-horizonte-es-el-mundo/ ↩︎
  13. https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/e21-9-90.htm ↩︎
  14. La cita la hemos extraído del libro de David Bakhurst publicado por Ediciones Dos Cuadrados llamado Conciencia y revolución en la filosofía soviética ( páginas 181-182) pese a tratarse de un fragmento de Dialéctica de lo abstracto y lo concreto en el Capital de Marx del propio Iliénkov. ↩︎
  15. En este sentido recomendamos la lectura del libro La invención del sexo de Lu Ciccia. Pese a ser abiertamente transfeminista, a nivel neuroendocrionológico ofrece argumentos muy atinados y científicamente respaldados sobre los derroteros del dimorfismo sexual. ↩︎
  16. Este fragmento aparece mencionado en el libro ya mencionado Conciencia y revolución en la filosofía soviética en la página 20. La traducción completa del artículo, titulado «Lo biológico y lo social en el ser humano», está disponible aquí: https://marxismocritico.com/2019/04/11/lo-biologico-y-lo-social-en-el-ser-humano/ ↩︎
  17. Creemos que no hace falta detenerse excesivamente en ello, pero es evidente que aquí no estamos haciendo la burda y, en última instancia, reaccionaria distinción entre cuestiones «materiales» y cuestiones «identitarias». Simplemente recogemos, mediante una licencia poética, como pueden aparecer de hecho, en la superficie de la conciencia enajenada del proletariado, las pugnas moralmente codificadas propugnadas por la pequeña burguesía progresista. ↩︎