LOS HOMBRES DETRÁS DEL SOL

31 de octubre de 2024

EL FANTASMA DE MANCHURIA

El mes de febrero de 1905 es recordado por los acontecimientos que se desarrollaron en la tierra de los zares. El centenario Imperio convulsionaba, tocado de muerte, ante el alzamiento de las amplias masas. En el oeste de la vasta Rusia, los comunes azotaban al zar y sus verdugos tras la criminal matanza del 22 de enero. En el lejano oriente, el general Kuropatkin perdía 90.000 hombres ante el imparable avance japonés. Pero nuestra historia comienza lejos de la primera gran gesta del proletariado ruso. Nos hemos de desplazar a otro imperio, no centenario sino milenario, pero igualmente moribundo. Aquí no vuela el águila, sino el dragón; y la brisa no arrastra el olor de la pútrida carne desgarrada, sino el de la hierba humedecida. Es la madrugada del día 13 de febrero, y el suave crepitar de los ginkgos se entremezcla con los alaridos de una mujer que, en esforzada tarea, expulsa a una pequeña criatura. El jovencísimo camarada recibirá el nombre de Ma Shangde, aunque la Historia se encargará de darle otro nombre.

La criatura crece en una tierra convulsa, desarrollándose en un mundo emponzoñado. A sus siete años, el Dragón cae del cielo; y a sus diez, uno de los conspiradores que acabaron con el Mandato de los Cielos se autoproclama Emperador. Pero Ma Shangde nace de verdad en el año 1925, momento en que decide recorrer la senda de la calamidad. En 1929 es capturado por los japoneses, que se lo entregan al infame Zhang Xueliang. En 1933 le sobreviene el orgullo y, en 1934, la responsabilidad. Su vida es cada vez más brillante y su huella más profunda. Entre la pólvora y el siseo del proyectil muere y renace innumerables veces. Y ante él, con una claridad cada vez mayor, se abre la vasta infinitud del futuro…

Pero la Historia es caprichosa, y la tarde del 23 de febrero de 1940, un pequeño pelotón de soldados japoneses escamotea su propia sombra. Aterrorizadas y encolerizadas, las criaturas se encaraman contra rocas y troncos, retraídas sobre sí mismas. Es tal el terror que sienten que solo avanzan bajo la amenaza del paredón. Y allí lo encuentran, entre pinos y fresnos. La chaqueta del monstruo está cosida a balazos, pero su puño, todavía firme, sujeta el fusil Hanyang 88. Los ojos bien abiertos escudriñan el cielo, y los labios secos parecen hablar. La avanzadilla de las moscas ha hecho un excelente trabajo de reconocimiento y posa ya sus huevos en el cadáver de la bestia. Ryuichiro Kishitani, el oficial japonés, llega al cabo de un rato. Incrédulo, decapita el cadáver y ordena su autopsia. ¿Cómo es posible que un solo hombre, sin comida ni bebida, haya asediado a 40.000 de los hombres de su Majestad a lo largo de seis días? ¿Qué clase de fuego ardía en su interior? Los japoneses no encuentran respuesta aparente.

La situación de la guerra no se desarrolló necesariamente en provecho de Japón, y Kishitani, aguerrido practicante de las reaccionarias costumbres de los samuráis, se practicaría el seppuku al finalizar la contienda. En sus últimas voluntades, el japonés diría que:

Su majestad podría haberse equivocado al lanzar esta guerra. China posee aguerridos soldados, como Yang Jingyu, y no caerá.

Así concluyó la vida de Ma Shangde, que pasaría a la historia como Yang Jingyu, el comisario político, el comandante, el comunista que puso fin a su corta vida militante segando la vida de innumerables invasores y perturbando el descanso de tantos otros.

La historia de la carnicería de China está plagada de mártires y de héroes, pero el genio individual solo aflora allí donde las condiciones son propicias. Desde la muerte de Sun Yat-sen, representante del ala progresista del Kuomintang, hasta la proclamación de la República Popular China transcurren veinticuatro años, tres guerras, una Larga Marcha y no pocas tragedias. Ningún episodio, consideramos, sintetiza con tanta claridad las luces y las sombras de la estrategia desplegada por el Partido Comunista de China como la lucha contra el invasor japonés. Entre 1937 y 1945, los comunistas no solo obtienen la victoria militar contra el invasor, sino la victoria política sobre el Kuomintang. Con este artículo que nos han solicitado nuestros camaradas de Uno En Dos pretendemos esbozar, introducir si se prefiere, los elementos clave de la estrategia político-militar que le granjearon la victoria al Partido Comunista Chino. Y las respuestas a esta cuestión, nos tememos, afloran durante la guerra contra el invasor, pero sus raíces se encuentran atrás, mucho más atrás.

La invasión japonesa de China comenzó la noche del 7 de julio de 1937, con el incidente del puente de Marco Polo. La escaramuza a las afueras de Pekín pronto se convirtió en una batalla a gran escala, en la que participarían 180.000 soldados al servicio del Imperio Japonés y unos 70.000 del bando de la República de China, ahora comandada por el Kuomintang. La ciudad caería la mañana del 8 de agosto del mismo año, un mes y un día más tarde, y la guerra escalaría en uno de los más grandes teatros de la Segunda Guerra Mundial. Uno, por cierto, convenientemente ignorado por la historiografía occidental, que reduce la contienda contra el fascismo japonés al island-hopping1 estadounidense. Ocurre que la más básica comprensión del desarrollo de la gesta de los comunistas chinos requiere de algo de contexto. Y el contexto es, nos tememos, algo complejo, al menos para aquellos camaradas que no estén familiarizados con la historia de China. Es por eso que nos proponemos sintetizar el desarrollo previo al enfrentamiento contra los japoneses, haciendo especial énfasis en el desarrollo de la lucha de clases a lo largo del primer cuarto del siglo XX. Pedimos disculpas de antemano, porque este ejercicio supondrá –muy a nuestro pesar– la simplificación de eventos y fenómenos cuyo análisis revela la riqueza y la importancia de los momentos de cambio histórico.

EL OCASO DEL DRAGÓN

Nuestra historia arranca el 10 de octubre de 1911, momento en que las tropas del Ejército de Beiyang tomaron la ciudad de Wuchang –actual Wuhan– dando inicio a la Revolución de Xinhai. La bandera del Tongmenghui2, sociedad secreta que –rogamos que se nos perdone la simplificación– podemos calificar como el precursor inmediato del Kuomintang –el Partido Nacionalista Chino–, reunía las fuerzas políticas de cuantas clases sociales se oponían al mandato imperial, que rehusaba la modernización de la nación y obturaba el desarrollo del capitalismo en China. Wuchang era la sede del poder imperial y para el 12 de febrero de 1912, Puyi, el niño-emperador, era forzado a abdicar. Del Tongmenghui nos interesan, para la síntesis que queremos realizar, dos fuerzas políticas. Por un lado, el comandante Yuan Shikai, representante político de la alta oficialidad Qing, concentraba el poder militar de los revolucionarios, pues estaba al mando del Ejército de Beiyang, una de las más poderosas unidades de las fuerzas armadas imperiales organizada mediante los métodos occidentales. Por el otro lado, el doctor Sun Yat-sen, fundador del Tongmenghui y del posterior Kuomintang, encarnaba las fuerzas políticas que podemos definir –siendo simplistas– como representantes políticos de la pequeña burguesía progresista y, en esta primera etapa, del campesinado –especialmente de sus capas superiores–. Entre militares y republicanos se erige un muro infranqueable, pero ambas fuerzas lo sortean en aras de abatir a su enemigo común: el Imperio.

Y es que Shikai y las sucesivas camarillas militares que se arremolinan a su alrededor buscan la destrucción del poder imperial con tal de alcanzar el beneficio propio. Es decir, su enfrentamiento contra las tropas imperiales es, las más de las veces, una lucha contra el poder político centralizador, y el objetivo que persiguen no es otro que el de establecer sus propios feudos o, como sería el caso de Shikai, obtener el poder absoluto sobre China. Por lo demás, Shikai, el «emperador de los ochenta días», como los caudillos que se establecieron al norte del país, no transformaron –no consciente o decididamente– la estructura económica del país, manteniendo la estructura semifeudal en sus dominios. El caso de Sun Yat-sen, que se vio obligado a ceder el poder político a Shikai, verdadero músculo militar y gobernante de China manu militari, es diametralmente opuesto. El «doctor» formuló los «Tres Principios del Pueblo» –nacionalismo, democracia y bienestar– que debían servir para industrializar y modernizar el país de forma «armoniosa». Así lo expresa en su Discurso a los miembros del Tongmenghui en el acto de despedida de Naking tras la resignación de Sun Yat-sen a la presidencia de la República de China, del 1 de abril de 1912:

Debemos adoptar políticas nacionales de bienestar con tal que la sociedad no sufra la opresión de ciertas clases económicas, sino que siga su cauce natural e inevitable y alcance un progreso apropiado. El camino a lo que llamamos «una nación rica y prospera» no es más que esto. Estas son las ideas que me gustaría compartir con la gente de nuestro país3.

Sin embargo, y a medida que las contradicciones en el seno del Kuomintang4, fundado en 1919, se agudizaban, las posiciones de Sun Yat-sen fueron escorando cada vez más a la izquierda. Para 1923, el Partido Nacionalista se había afincado en Cantón, controlando buena parte de la porción sudoriental del país –la zona más industrializada–, pero el equilibrio de fuerzas que el gobierno tenía que enfrentar era uno tenso. En primer lugar, los señores de la guerra emplazados en el norte y el oeste y que, de forma más o menos general, basculaban su apoyo a uno u otro gobierno, constituían una traba mayúscula a la centralización del país. La República China existente en vísperas a la invasión japonesa, como se puede apreciar en el siguiente mapa, apenas controlaba la porción más industrializada del territorio total, por más que los señores de la guerra «obedecieran» y cooperaran con el gobierno central con mayor o menor laxitud.

La segunda fuerza con la que el Kuomintang debía medirse eran las potencias imperialistas occidentales, propietarias directas de la mayoría de la industria del país que, podemos decir, dictaban la política económica china mediante los tratados de comercio desiguales, acumulaban diversos territorios continentales –la Hong Kong británica, la Macao portuguesa, etc.– y limitaban las capacidades gubernativas de los nacionalistas. Entre ellas se contaba el Imperio Japonés, que tras la derrota de Alemania durante la Primera Guerra Mundial se había apoderado de sus posesiones en China, adquiriendo así diversas bases de operaciones y nodos logísticos que facilitarían su ulterior invasión. En el tablero imperialista japonés, China no solo se presentaba como un enemigo ideológico a subyugar, sino que se erigía como una pieza de fundamental importancia para la maquinaria capitalista japonesa en frenética expansión. Los territorios fragmentados que ahora esculpían la orilla occidental del Mar del Este prometían al fascismo nipón la mano de obra y los recursos necesarios para seguir alimentando su entramado monopolista. El caso de la Manchuria japonesa es particularmente ilustrativo. Tras tres décadas de inversión en los sectores industrial y minero, de fomento de la inmigración japonesa y de compra de activos ferroviarios, los japoneses iniciaron la invasión tras el Incidente de Mukden5. Para febrero de 1932, Manchuria era un títere japonés, el caudillo Zhang Xueliang –que más tarde sería instrumental en la guerra contra Japón6– había sido depuesto, y Puyi había sido nombrado como Emperador de Manchuria.

La tercera fuerza con la que el Kuomintang debía medirse eran los comunistas, encuadrados en el Partido Comunista de China, fundado en el año 1921 y respaldados por la Komintern. Desde 1923, Mikhail Borodin, enviado soviético, aconsejaba directamente a Sun Yat-sen, que, en tanto que líder de las fuerzas progresistas encuadradas en el Kuomintang –tal y como hemos visto unas líneas más arriba– ahondó en su política de alianza con los comunistas. Es preciso señalar aquí que el PCCh estaba integrado en las estructuras organizativas del Partido Nacionalista, por más que conservara intacta su estructura interna. La Unión Soviética esperaba que la alianza entre comunistas y nacionalistas culminara con la completa hegemonización del Kuomintang por parte de los primeros, único y verdadero agente capaz de llevar la revolución democrático-burguesa hasta sus últimas consecuencias. En palabras de Stalin:

Yo creo que, por su carácter, el futuro Poder revolucionario en China guardará un parecido, en general, con el Poder del que se hablaba en nuestro país en 1905, es decir, será una especie de dictadura democrática del proletariado y del campesinado, si bien con la diferencia de que, primordialmente, será un Poder antiimperialista. Será un Poder transitorio hacia un desarrollo del capitalismo o, más exactamente, hacia un desarrollo socialista de China. Esta es la dirección que deberá seguir la revolución en China. Tres circunstancias facilitan este camino de desarrollo de la revolución: primera: que la revolución en China, como revolución de liberación nacional, estará enfilada contra el imperialismo y sus agentes en China; segunda: que la gran burguesía nacional de China es débil, más débil que la burguesía nacional de la Rusia de 1905, lo que facilita la hegemonía del proletariado, la dirección del campesinado chino por el Partido proletario; tercera: que la revolución en China se desarrollará en circunstancias que permitirán utilizar la experiencia y la ayuda de la revolución victoriosa la Unión Soviética7.

Tras la muerte de Sun Yat-sen en 1925 y con la cada vez mayor adhesión de las masas progresistas al Partido Comunista, se celebró el Segundo Congreso Nacional del Kuomintang, en el que los comunistas obtuvieron la mayoría. Y no es para menos: la decisiva actividad revolucionaria en favor de la revolución democrático-burguesa encuadrada en una guerra civil prolongada en el tiempo había acrecentado el espíritu revolucionario del escaso proletariado y el numeroso campesinado. Pero las tiranteces existentes entre los sectores reaccionarios y progresistas del partido encontraron su resolución en la sorprendente elección de Chiang Kai-shek como miembro del Comité Ejecutivo Central. El futuro Generalísimo de China constituía una suerte de «figura conciliadora» entre ambas tendencias del partido, aunque, en realidad, era un decidido representante de la fracción gran-burguesa encuadrada en su seno. El 20 de marzo del mismo año, Chiang Kai-shek daría sus primeros pasos en la erradicación de los elementos revolucionarios del partido declarando la ley marcial, deteniendo a militantes comunistas y enviados soviéticos –entre ellos Borodin– alegando la existencia de una conspiración cuyo fin era tomar el poder de la organización. En aras de sostener la alianza entre el Kuomintang y el Partido Comunista de China, la Unión Soviética y la Komintern cedieron a las demandas de Chiang Kai-shek –entre las que se contaba la reducción de la presencia soviética del país–. Apartados los enviados soviéticos de la Academia Militar de Whampoa, fábrica de la oficialidad del Ejército del Kuomintang, y cesados los comunistas de los cargos elevados del partido, las condiciones eran ya las propicias para la erradicación de las fuerzas comunistas. Pero estas todavía tenían un último papel que jugar: la Expedición del Norte.

LA RETIRADA

El 9 de julio de 1926, el Ejército Nacional-Revolucionario, las fuerzas armadas del Kuomintang –a las cuales se habían incorporado los comunistas–, inició su campaña contra el Gobierno de Beiyang, que concluiría con la victoria sobre las fuerzas norteñas en enero de 1928. Exterminado el gobierno opositor, habiendo galvanizado el apoyo de buena parte de los señores de la guerra, y temeroso del poder de los comunistas, el Kuomintang pasó a la ofensiva abierta contra los comunistas, cuyo pistoletazo de salida fue la Matanza de Shanghái en abril de 1927. Consideramos que la Resolución acerca de la cuestión china, adoptada por la Internacional Comunista, sintetiza con cierta claridad los errores cometidos:

La insurrección de Cantón, intento heroico del proletariado para organizar el poder de los Soviets en China, ha tenido una inmensa influencia en el desarrollo de la revolución obrera y campesina. Sin embargo, tuvo diversos errores de dirección: insuficiente labor preparatoria entre los obreros y los campesinos, y dentro del ejército enemigo. Insuficiente interés ante los obreros miembros de los sindicatos amarillos. Insuficiente preparación en la organización misma del Partido y de las Juventudes; insuficiente información del Comité Central acerca de los sucesos de Cantón; insuficiente movilización política de las masas –ninguna gran huelga política, ningún Soviet elegido como órgano de la insurrección–. De todo esto son parcialmente responsables los dirigentes inmediatos, políticamente responsables ante la I.C –el camarada N. y otros–. A pesar de estos errores de dirección, la Insurrección de Cantón debe ser considerada como un modelo de heroísmo por parte de los obreros chinos, que pueden aspirar legítimamente al papel histórico de conductores de la gran revolución china.

Lo que sigue a este evento es la escalada de las hostilidades, el inicio de la Guerra Civil China y la retirada al interior del país. Para 1933, el Partido Comunista –en este momento bajo la dirección de Bo Gu y Zhou Enlai– había rechazado las sucesivas ofensivas del Kuomintang en su núcleo de operaciones, la provincia de Jiangxi. Pero el 23 de septiembre de 1934 el Kuomintang inició su Quinta Campaña, desplegando 1 millón de tropas y forzando la retirada de los comunistas. El 16 de octubre, las fuerzas del Partido Comunista iniciarán la Larga Marcha hacia Shanxi, en el norte del país, que concluirá definitivamente el 22 de octubre de 1936. El cierre de la operación supuso también un cambio de dirección en el Partido: la Conferencia de Zunyi de 1935 se saldaría con el cese de Bo Gu y de Oto Braun –adjunto de la Komintern–, que serían reemplazados por Zhou Enlai y Mao Zedong.

Antes de hacer un repaso al tablero, querríamos incidir brevemente en el debate que se tuvo a razón del fracaso de la estrategia militar del Partido Comunista. Mao afirmaba que:

  Pero a partir de enero de 1932, después de que el Partido publicó la resolución sobre la «lucha por la victoria primero en una o varias provincias después de aplastar la tercera campaña de “cerco y aniquilamiento”», resolución que contenía serios errores de principio, los oportunistas de «izquierda» emprendieron la lucha contra los principios correctos, finalmente los echaron por la borda y los reemplazaron por una serie completa de principios que eran lo contrario de los anteriores y que llamaban «nuevos principios» o «principios regulares». De ahí en adelante, los antiguos principios ya no podían ser considerados como regulares, sino que debían ser rechazados corno «guerrillerismo». Reinó durante tres años enteros un ambiente de lucha contra el «guerrillerismo». En la primera etapa de esta lucha predominó el aventurerismo militar, que en la segunda se convirtió en conservatismo militar y finalmente, en la tercera, vino a parar en tendencia a la huida. Sólo en la reunión ampliada del Buró Político del Comité Central del Partido celebrada en enero de 1935 en Tsunyi, provincia de Kuichou, fue cuando se declaró en bancarrota esta línea errónea y se reafirmó la justeza de la antigua línea. ¡Pero, a qué precio!8

Aunque este texto de a entender que la oposición a la guerra de guerrillas fuera una cuestión compartida por la totalidad de los opositores a Mao Zedong durante la Conferencia de Zunyi, encontramos que la Kommintern ratificaba la opinión de Wang Ming, como se aprecia en el siguiente artículo –la traducción es nuestra–:

(…) Otra tarea de gran importancia es el desarrollo de un movimiento de guerrillas masivo –particularmente en Manchuria y el norte de China– y obtener su liderazgo. Debemos jugar un rol más importante en la contienda de las masas campesinas y pequeñoburguesas contra el Kuomintang y, finalmente, fortalecer y desarrollar nuestro partido mediante la incorporación de trabajadores industriales a las posiciones de liderazgo de nuestras organizaciones, entrenando y desarrollando miles de nuevos cuadros, estableciendo organizaciones partidarias fuertes y eficientes en todas aquellas ciudades importantes en las que todavía no existen o cuya influencia es todavía escasa. (…) Aunque estas tareas no sean una novedad aparente, en realidad son una novedad en tanto que deben ser adaptadas a una situación concreta completamente nueva9.

Aquí, por debajo del debate estrictamente militar, está en tela de juicio cuál debe ser la fuerza motriz de la revolución, qué clase social debe protagonizar esta fase de la guerra. Ahondando en la línea propuesta a principios de la década, Mao afirmaba, en 1939, lo que sigue:

    Incuestionablemente, las tareas principales consisten en golpear a estos dos enemigos, o sea, en realizar una revolución nacional para acabar con la opresión extranjera del imperialismo y una revolución democrática para terminar con la opresión interior de los terratenientes feudales; de estas tareas, la primordial es la revolución nacional para derrocar al imperialismo10.

Así, es conveniente que ordenemos, al fin, los elementos fundamentales que emanan de la situación en China. El colapso del Imperio culminó con el alzamiento putschista de las fuerzas opuestas al régimen feudal. Podemos agrupar las fuerzas clasistas en dos grandes grupos: por un lado, la gran burguesía y las secciones modernas del ejército; y por el otro, la pequeña burguesía, el campesinado y el proletariado. La gran burguesía se apoya en los elementos verdaderamente progresistas hasta el fin de los restos políticos –que no económicos– feudales, «traicionando» el ala izquierda del Kuomintang, encabezada por el Partido Comunista, tras acabar con el Gobierno de Beiyang, último gran resquicio político imperial, y someter a la miríada de caudillos dispersos por el país. Pero la gran burguesía realiza también constantes y generosas concesiones a los agentes imperialistas extranjeros exceptuando, claro, al Japón, que persigue la invasión directa. Es de este modo que China se industrializa lenta y erráticamente: bajo el amparo de una gran burguesía cómplice con las fuerzas capitalistas occidentales. Esto frena el desarrollo del capitalismo en el país, es decir, que limita la revolución democrático-burguesa iniciada en 1911. El Partido Comunista, tras el fracaso en 1927, se retira al campo, momento en que se ve obligado a ahondar en su contacto con el campesinado. A diferencia de lo que se suele asumir, ni Mao ni el PCCh rechazan frontalmente –no en la práctica– la guerra convencional o los métodos de lucha propiamente proletarios, sino que, comprendiendo que lo fundamental es concluir la revolución democrático-burguesa –es decir, erigir un gobierno transitorio con el campesinado pobre y el proletariado a la cabeza– encuentra su principal punto de apoyo en el campesinado, perfectamente capacitado para asumir el protagonismo en esta fase. Y la forma de lucha campesina por antonomasia, tal y como afirmábamos en nuestro artículo anterior, es la guerra de guerrillas.

LA GUERRILLA NACIONAL

Tras la batalla de Pekín, los japoneses encadenaron ataques desde el norte del país con las operaciones anfibias. Nankín, capital del Kuomintang, cayó presa de la barbarie japonesa en diciembre de 1937, y a ella le siguieron Xuzhou, en febrero de 1938, y Wuhan, en octubre de 1938. Entre ambas batallas, el ejército republicano desbordó el Río Amarillo, esperando así dificultar y ralentizar el aparentemente imparable avance japonés. La estrategia del Kuomintang era la del desgaste mediante el conflicto convencional y la retirada tras la inevitable derrota táctica. No negaremos que este procedimiento cosechó un cierto éxito, pero a costa del sacrificio de una ingente cantidad de soldados, recursos –China perdió buena parte de su estructura industrial en los primeros meses de una guerra que duraría ocho años– y popularidad. Esta última, la credibilidad del gobierno «legítimo» entre las masas, será casi inexistente hacia el final de la guerra. Iván Kovalev, delegado soviético en la China comunista entre 1948 y 1949, diría lo que sigue:

En cualquier caso, uno debería notar que una porción sustancial de la soldadesca y la oficialidad del Ejército Popular de Liberación son antiguos kuomintangnistas que, voluntariamente o tras su captura, unidades enteras de ellos, desertaron al EPL.

Por ejemplo, el número de kuomintangnistas en algunas unidades de los generales Chen Yi y Liu Bocheng alcanza el 70-80%. Al mismo tiempo, los antiguos kuomintangnistas no son dispersados entre las unidades comandadas por los cuadros probados del EPL, sino que su estructura permanece inalterada desde antes de su captura. Un pequeño número de oficiales políticos obreros han sido asignados a estas antiguas unidades del Kuomintang11.

El informe de Kovalev a Stalin es profundamente crítico con el desarrollo de los acontecimientos, pero este fragmento concreto demuestra, como mínimo, la capacidad de los comunistas chinos para adquirir la hegemonía política en China durante su conflicto contra Japón. ¿De qué modo lo lograron?

En apariencia, la estrategia del PCCh y del Kuomintang no muestran divergencias más allá de la escala. Se podría decir que el Kuomintang, que controlaba gran parte del país, aplicó una guerra de desgaste a gran escala, mientras que el Partido Comunista, falto de recursos, lo haría a una escala menor, sirviéndose de las acciones guerrilleras, y no de la batalla convencional. Este análisis superficial podría llevar a la comparación de los dare-to-die corps12 nacionalistas con las pequeñas unidades de infiltración comunistas; a la equiparación del despliegue escalado de las unidades rojas con las retiradas coordinadas del Ejército Nacional Revolucionario, y así sucesivamente.

Ocurre que este argumento solo se sostiene en las apariencias. Si bien ambos ejércitos desplegaron tácticas de desgaste, el fondo de la cuestión no podría ser más diferente. Dadas las limitaciones que presenta la escritura un artículo de estas características, nos vemos obligados a liquidar el análisis de la estrategia del Kuomintang con injusta celeridad. En esencia, y esto es lo verdaderamente relevante, el Partido Nacionalista exterminó a las masas que todavía le daban apoyo al principio de la contienda. Las eliminó físicamente, enviándolas a la carga contra las tropas japonesas por oleadas, practicando el cretinismo militar del que se acusa infundadamente a la Unión Soviética. Y obliteró también su apoyo. Lo logró gracias a sus titubeantes políticas de preguerra, sí, pero también con su excesiva dependencia de las potencias extranjeras. No hablamos aquí solamente de la materia «económica», dirigida desde Washington, Londres y París; sino de la materia «política» y, más importante todavía, militar. El gobierno de Chiang Kai-shek siguió las directrices de sus consejeros militares al pie de la letra. Primero, con el enviado alemán, Alexander von Falkenhausen, autor ideológico de la guerra de desgaste que le arrebataría la victoria completa al Kuomintang. Tras su marcha en 1937, el Kuomintang se entregaría ahora a las recomendaciones del mando estadounidense, sacrificando la integridad de las operaciones aéreas chinas con tal de favorecer y dar apoyo a los movimientos militares norteamericanos.

Tras la formación del Segundo Frente Unido Chino, el Partido Comunista pasó a cooperar, una vez más, con el Kuomintang. Pero esta vez no lo haría directamente integrado en su estructura, sino que desarrollaría sus actividades de forma independiente desde el Soviet de Shanxi, establecido en 1931 y renombrado «Región Fronteriza de Shaan-Gan-Ning» tras el establecimiento del Segundo Frente Unido. No hablamos aquí solamente de dos Estados diferentes aliados contra un enemigo común, sino de una alianza táctica en la que el despliegue militar es el colofón de las divergencias entre ambos países. Porque el Partido Comunista, durante la invasión de Japón, desarrolla actividades de guerrilla altamente disruptivas contra el Imperio Japonés apoyándose fundamentalmente en el campesinado, pero manteniendo relativamente intacta la masa social sobre la que se apoyaba. Los comunistas chinos dejaron que el peso del impacto de la invasión fuera asumido por el Kuomintang y, mientras tanto, denunciaban –agitativamente y mediante la puesta en práctica de su política– su sometimiento a las potencias extranjeras occidentales, denunciando a los nacionalistas chinos como colaboradores en la subyugación imperial de China. Es preciso recordar la implementación de las Tres Reglas13 promulgadas por Mao, que incrementaron enormemente el apoyo allí donde los soldados rojos marchaban:

2. Las Tres Reglas Cardinales de Disciplina son las siguientes:

      1) Obedecer las órdenes en todas las acciones.

      2) No tomar de las masas ni una sola aguja ni un solo trozo de hilo.

      3) Entregar todas las cosas obtenidas como trofeos.

 3. Las Ocho Advertencias son las siguientes:

      1) Hablar con cortesía.

      2) Pagar con honradez lo que se compre.

      3) Devolver toda cosa solicitada en préstamo.

      4) Indemnizar por todo objeto dañado.

      5) No pegar ni injuriar a la gente.

      6) No estropear los sembrados.

      7) No tomarse libertades con las mujeres.

      8) No maltratar a los prisioneros.

Si bien estas reglas «(…) se practican desde hace muchos años», su incorporación al corpus doctrinal del Ejército Popular constituye una ruptura con el procedimiento de los ejércitos burgueses en liza. Huelga decir que el saqueo, la violación y el maltrato de la población en general fueron empleados extensivamente como arma de guerra por el genocida Imperio Japonés y por el Ejército Chino. Sin embargo, los comunistas comprenden que las masas oprimidas no son un instrumento, sino el sujeto al que deben incorporar entre sus filas.

Así, en el desarrollo de su actividad militar no solo jugaron un papel relevante los «héroes» tales como Yang Jingyu, sino que fue la flexibilidad de sus unidades, integradas en el Ejército Nacional Revolucionario, sí, pero comandadas directamente por el Partido Comunista, la que posibilitó el desarrollo de una guerra de guerrillas extensiva y eficaz. El 8º Ejército de Ruta y el Nuevo 4º Ejército, las dos unidades sobre las que se apoyaba el recientemente renombrado Ejército Popular de Liberación (EPL), permitían, dada la descentralización de sus subdivisiones, el repliegue y despliegue flexible en la orografía irregular del norte del país. El Ejército japonés, acostumbrado y curtido en la guerra regular contra China, Rusia y la Unión Soviética, sufrió enormemente en sus enfrentamientos contra las unidades de guerrilla, siendo incapaz de adaptarse al aguijoneamiento constante de sus unidades de avanzadilla y a la disrupción de su logística, ya de por sí maltrecha a razón de su sobreextensión. La incorporación del campesinado a las filas del EPL fue la condición de posibilidad de su galvanización alrededor de la revolución democrático-burguesa. Hablamos someramente sobre esta cuestión en nuestro artículo anterior y, nos tememos, tampoco podremos ahondar en esta cuestión en el presente texto, pero es preciso recordar que el campesinado es, a razón de sus mismas condiciones de existencia, una clase social disgregada, cuya movilización política se cimenta siempre en su dirección por un poder político externo a ella.

De este modo, mediante el despliegue extensivo de la guerrilla, el PCCh fue capaz de acometer tres objetivos de forma simultánea:

1. Unir al campesinado, clase social mayoritaria en una China todavía semifeudal, bajo la bandera del Partido Comunista.

2. Denunciar al Kuomintang, agente político de la gran burguesía, como un elemento cómplice del capital extranjero y un obstáculo a la modernización del país.

3. Asestar una serie de golpes de gravedad al Imperio japonés, evitando la invasión directa de los segundos del territorio de los primeros.

La guerra de guerrillas y su efecto durante la guerra contra el Japón, camaradas, encuentra sus claves de forma externa al conflicto en sí mismo. Por todos es sabido, sin embargo, el desenlace de este conflicto. Tras la rendición de Japón y con la cesión de Manchuria por parte de los soviéticos, los comunistas chinos gozarían, ya en 1947, de una gran popularidad entre las amplias masas del país, contando, además, con la región más industrializada de China, el suministro armamentístico e industrial soviético, y la experiencia de haber librado una guerra colosal contra un enemigo ampliamente superior.

Las posiciones del PCCh, así como sus acciones tras la guerra, escapan el objetivo y la acotación de este pequeño escrito, aunque prometemos desarrollarlas en el futuro cercano. Por el momento, nos conformaremos con que este artículo os haya servido, camaradas, para esclarecer y ordenar un poco más la concepción que pudierais tener de uno de los periodos más ricos y complejos que nos ha brindado la lucha de clases moderna. Uno que, a la postre, alecciona sobre la multiplicidad de factores que los revolucionarios deben tener en cuenta cuando libran su guerra contra la reacción. La flexibilidad y la capacidad de adaptación no solo son imprescindibles, sino que son la demostración de la buena salud de la organización revolucionaria, de la firmeza de sus principios. Ello debe primar, en verdad, a la más ingeniosa de las tácticas. Preguntadle, si no, a Yang Jingyu.


  1. El Island-hopping, a menudo traducido como «saltos de rana», es el nombre que reciben las operaciones militares estadounidenses del frente del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, consistentes en los asaltos anfibios de las posesiones isleñas japonesas dispersas en múltiples archipiélagos. ↩︎
  2. El Tongmenghui –en chino y literalmente «Liga Unida»– fue una sociedad secreta creada por Sun Yat-sen en 1905 como resultado de la fusión de diversos núcleos revolucionarios chinos opositores al gobierno imperial. ↩︎
  3. Sun Yat-sen. “The Principle of the People’s Livelihood and Social Revolution.” En: Prescriptions for Saving China, Selected Writings of Sun Yat-Sen, 93–99. Stanford, California: Hoover Institution Press, 1994. ↩︎
  4. En chino, y literalmente, «Partido Nacionalista Chino». ↩︎
  5. Ataque de falsa bandera perpetrado por Japón el 18 de septiembre de 1931, por el cual sus tropas dinamitaron una pequeña sección del Ferrocarril del Sur de Manchuria –de propiedad japonesa–. ↩︎
  6. Tras su expulsión de Manchuria, Zhang Xueliang se puso al servicio del Kuomintang, siéndole encomendada la tarea de acabar con las fuerzas comunistas establecidas en la provincia de Shanxi. Tras el estallido de la guerra contra Japón, el antiguo caudillo se reunió con Zhou Enlai, enviado por el PCCh, y acordó contribuir en forzar un pacto entre los comunistas y el Kuomintang. Junto con Yang Hucheng, Xueliang retuvo a Chiang Kai-shek, que acudió al frente abierto contra los comunistas para realizar una inspección, forzando el acuerdo bilateral que culminaría con el Segundo Frente Unido Chino. ↩︎
  7. Stalin, Iosif. “Las Perspectivas de La Revolución En China.” En: Obras Completas VIII:129–34. Moscú: Progreso, 1953. https://www.marxists.org/espanol/stalin/obras/oe15/Stalin%20-%20Obras%2008-15.pdf. ↩︎
  8. Mao Zedong. “Problemas Estratégicos de La Guerra Revolucionaria de China.” En: Obras Escogidas de Mao Tse-Tung, 230–31. Pekín: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1968. https://www.marxists.org/espanol/mao/escritos/PSRW36s.html. ↩︎
  9. Wang Ming. “Comrade Wan-Min (China).” International Press Correspondence. 5 de febrero, 1934. https://www.marxists.org/history/international/comintern/inprecor/1934/v14n07-feb-05-1934-inprecor-op.pdf. ↩︎
  10. Mao Zedong. “La Revolución China y El Partido Comunista de China.” En Obras Escogidas de Mao Tse-Tung II, Primera edición. Vol. II. Pekín: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1976. https://www.marxists.org/espanol/mao/escritos/CRCCP39s.html. ↩︎
  11. Kovalev, Ivan. “Report, Kovalev to Stalin,” 24 de diciembre, 1949. https://digitalarchive.wilsoncenter.org/document/report-kovalev-stalin-0 ↩︎
  12. Los dare-to-die corps –traducción inglesa de 敢死队, literalmente «cuerpos que se atreven a morir– eran tropas de choque del Ejército Nacional Revolucionario encargadas de llevar a cabo ataques suicidas con el fin de desgastar las líneas japonesas. ↩︎
  13. Mao Zedong. “Instrucciones Del Alto Mando Del Ejército Popular de Liberación de China Sobre La Promulgación de Las Tres Reglas Cardinales de La Disciplina y Las Ocho Advertencias.” En Obras Escogidas de Mao Tse-Tung, Segundaed. Pekín: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1976. https://www.marxists.org/espanol/mao/escritos/TMR47s.html. ↩︎