LAS CENIZAS DEL OTOÑO CATALÁN

Kursant
10 de Mayo de 2024


A siete años del Referéndum del 1 de Octubre y a cinco de las protestas post-sentencia, el tablero político institucional ha retornado al punto de partida. El circo parlamentario debería ser de interés para los comunistas en la medida en que refleja las condiciones sociales en las que trabajan, pues el termómetro electoral no solo orienta sobre el sentir de las masas, sino también sobre el grado de descomposición del orden democrático burgués, el estado de sus luchas intestinas y las preferencias de la gran burguesía. Este, sin embargo, no es el tema que hoy nos ocupa. La cuestión que reflotamos en vísperas a las elecciones catalanas del 12 de mayo de 2024 refiere a la forma que la lucha por la autodeterminación de Cataluña tomó durante su etapa «procesista».

Porque, camaradas, es incorrecto señalar que el Procés fue una pugna «entre dos burguesías nacionales». La realidad es que en España existe un único bloque gran-burgués, uno perfectamente cohesionado –bajo los parámetros burgueses, claro– y profundamente interdependiente. Ocurre que, en su competencia interna, la gran burguesía estatal emplea cuantos recursos están a su disposición para prevalecer contra sus rivales internos, y en España, a razón de su proceso de construcción nacional, las burguesías de las naciones oprimidas encuentran un excelente puntal en ellas. Lo que queremos decir es que la burguesía catalana, aunque «nacionalmente» catalana, es, en realidad, una pieza fundamental de la burguesía estatal. Así, lo que realmente ocurrió en Cataluña puede –y debe– ser sintetizado de la siguiente forma: en su consecución por obtener mayores prebendas, la gran-burguesía catalana –de ahora en adelante sin comillas para mayor facilidad– azuzó a las masas, encauzándolas en acciones institucionales y pacíficas bajo la promesa de acometer un fin mayor: la independencia, aprovechando así el irresuelto problema nacional.

Y es que el punto de partida del Procés se encuentra en la fallida intentona de reforma del Estatut del año 2006. Del escrito quedaron anuladas sus dos partes fundantes: el reconocimiento de Cataluña como una nación, por un lado, y las reformas fiscales que debían igualar la nación catalana a la vasca, por el otro. Por esta vía, el gobierno central cesó de forma definitiva el largo recorrido de los representantes políticos de la burguesía catalana por obtener mayores prebendas. Agotada la lucha institucional por la reforma, la burguesía catalana inicia un zigzagueante camino de movilizaciones masivas en aras de amedrentar al Estado. Cada apuesta más maximalista que la anterior, y cada una de ellas con una respuesta más virulenta. Esta liza inflama el espíritu nacional de las masas catalanas, que empiezan a percibir la causa independentista como una oportunidad para mejorar sus condiciones de vida, si bien la propaganda chovinista burguesa, la respuesta virulenta del Estado central, el obstinado pacifismo de las movilizaciones y la interpelación a los organismos supranacionales generan, en los primeros compases, un espíritu ciertamente nacionalista. Es así que llegamos a la convocatoria del Referéndum del 1 de Octubre. Y en su advenimiento son creados los protagonistas de este breve artículo: los Comités de Defensa del Referéndum que, tras la Declaración Unilateral de Independencia, pasarían a ser los Comités de Defensa de la República (CDR).

Los CDR no nacieron espontáneamente. Muy al contrario, el primer CDR fue creado en abril de 2017 en Sant Cugat del Vallès por la Izquierda Independentista –de ahora en adelante, y según sus siglas en catalán, «EI»–, cúmulo de organizaciones políticas de la pequeña burguesía catalana radicalizada. Se trataba, en un primer momento, de un organismo creado ad hoc cuya única finalidad era la distribución y supervisión del trabajo necesario para celebrar el referéndum. Así, el Comité de Defensa del Referéndum nació como un organismo que bien podríamos tildar de «logístico»; un magnífico ejemplo del creacionismo de frentes de masas tan propio de la Izquierda Independentista. La primera iteración fue pronto replicada por su tejido político, apareciendo en junio el CDR del Alt Penedès y en julio el CDR de Nou Barris. Y, para septiembre del mismo año, los CDR se habrán extendido ya por buena parte de los núcleos urbanos catalanes, siendo dispuestos a escala barrial en las grandes urbes. Con el incremento de las tensiones políticas, la llegada de efectivos policiales y la cercanía del día del Referéndum, los CDR empezaron a masificarse. Es en este punto que la Izquierda Independentista empezó a perder el control sobre su propia creación, abandonándola a su suerte. Con la entrada masiva de elementos políticos de toda índole y, más específicamente, de políticos enviados por los grandes partidos burgueses, fuera directamente –como en el caso de Esquerra Republicana– o a través de organizaciones subsidiarias –como hizo Junts con Òmnium Cultural–, los CDR empezaron a transformarse en un punto de discusión y choque entre los sectores sociales que componen el movimiento independentista. El corolario de esta transformación se dio en el mes de noviembre, tras el Referéndum y la Declaración Unilateral de Independencia del 27 de octubre. La dirección política del Procés fue reprimida o se exilió, las funciones de la Generalitat quedaron asumidas por el gobierno central, y los partidos políticos independentistas revelaron el verdadero carácter del «camino a la independencia» en la misma medida en que su escalada escapaba a su control. Es en este momento que los Comités de Defensa del Referéndum pasaron a llamarse Comités de Defensa de la República, y su carácter mutó drásticamente.

El Procés, entendido como la pugna de la gran burguesía catalana por arrebatar mayores prebendas al Estado, murió en noviembre de 2017. Las fuerzas políticas independentistas, una vez sentenciado su fracaso, se replegaron a velocidades dispares. Esquerra y Junts pasaron a confeccionar su nueva plataforma de masas, Tsunami Democràtic, gracias a las lecciones aprendidas tras años de movilizaciones – y en los CDR, claro–. La Izquierda Independentista se fisuró irremediablemente a razón del fracaso de la independencia, y el paso previo a su colapso se manifestaría en la sustitución de la actividad en los CDR por la militancia en los frentes de vivienda. Es en este contexto que el CDR se alza como el último resquicio del Procés. Entre noviembre de 2017 y la primavera de 2018, momento en que se descomponen, los CDR restaron como el único organismo que intentó acometer la independencia de forma genuina. Su estructura descentralizada y atomizada sirvió de paraguas a una multiplicidad de grupos y agentes sociales que, desaparecida la influencia burguesa sobre ellos, ampliaron las demandas más allá del acuerdo mínimo de la independencia. En su juego político, la burguesía había entregado al proletariado catalán una peligrosísima herramienta largo tiempo olvidada en España: la organización de masas. Y el pueblo trabajador, como atestiguan las protestas de 2019, no se desprendería de ella a la ligera. El Procés había adquirido una forma democrática que superó las expectativas burguesas. La defensa del independentismo dio paso a la defensa general del derecho de autodeterminación, y esta, a su vez, era ahora combinada con un ideal espontáneamente progresista.

Entre las masas que participaban en los casi 400 CDR que existían a finales de 2017, la República Catalana que se defendía era una república «verdaderamente democrática», «verdaderamente social», «verdaderamente justa». La reacción estatal –y esto incluye, no lo olvidemos, a la Generalitat– al «descalabro» independentista reforzó el «giro a la izquierda» de una parte sustancial de la base social que había participado del Procés. Hasta aquel momento, el proletariado catalán había estado luchando, aun sin saberlo, por una república burguesa, una que, de haberse materializado, habría sido tan antidemocrática, tan antiproletaria y tan injusta como el Reino de España. Pero también había estado luchando por el derecho que le es intrínseco a cualquier nación: la autodeterminación. En su combate, había sido empleado como peón por la gran burguesía estatal. Reprimido por una fracción, abandonado y reprimido también por la otra, el trabajador catalán sabía que aquello había terminado. Y en ausencia de un partido verdaderamente marxista-leninista, fue incapaz de comprender que había sido víctima del engaño de los capitalistas. Las contradicciones se habían agudizado al compás de la lucha nacional, y el proletariado catalán, como el español, no pudo hacer más que caer presa del seguidismo de su propia burguesía nacional. Así, y aunque los CDR rezumaban vitalidad a finales de 2017, la represión, la descentralización organizativa y la ausencia de un Partido capaz de vertebrar sus actividades trajeron como consecuencia su desaparición efectiva como organismos políticos.

Estos CDR tardíos, netamente «populares» –a falta de una mejor palabra–, contaban con una composición social variada e interclasista. Las demandas y las acciones que llevaban a cabo eran tremendamente dispares entre unos y otros, y la república que estaba a debate no se materializaba en huelgas ni manifestaciones, sino en acciones esporádicas y fundamentalmente agitativas. Lejos de lo que rezaba la propaganda, desprovistos de la ciencia comunista, los CDR eran tan inocuos como lo fueron en su forma original. El decalaje existente entre la «coordinadora» de los CDR, una entidad fantasmal ocupada por los políticos independentistas burgueses, y los organismos que decía representar era abismal. Y, por supuesto, no tenían nada que ver con un sóviet. Hace ya cien años que Lukács definió magníficamente la esencia del consejo obrero:

La tradicional división operativa del movimiento obrero (partido, sindicato, cooperativa) se revela hoy como insuficiente para la lucha revolucionaria del proletariado. Resulta palpable la necesidad de crear órganos capaces de reunir al proletariado entero e incluso más allá de este a todos los explotados de la sociedad capitalista (campesinos, soldados) en masas considerables, para así dirigir su lucha. Estos órganos, los soviets, son, no obstante, esencialmente –incluso en el seno todavía de la sociedad burguesa– órganos del proletariado que se organiza en clase. Con lo que la revolución entra en el orden del día. Porque como dice Marx: «La organización de los elementos revolucionarios como clase presupone la existencia acabada de todas las fuerzas productivas que aún podrían desarrollarse en el seno de la vieja sociedad»1.

Y los CDR no fueron, desde luego, «órganos del proletariado que se organiza en clase», sino, y más bien, frentes de masas amplios que, a razón de la lucha nacional, podrían haberse constituido como núcleos vertebradores de una táctica de masas eficaz. En su lugar, los CDR funcionaron, primero, como correas de transmisión capaces de canalizar la espontaneidad de las masas hacia la política burguesa, pacifista e institucional; luego, como entes moribundos de los que surgieron grupúsculos políticos de dudosa orientación y corto recorrido; y, finalmente, como canales de difusión, simples receptáculos de las convocatorias de la novísima estructura de masas al servicio de la burguesía catalana: Tsunami Democràtic.

Así, camaradas, llegamos al día de hoy. A las puertas de las elecciones autonómicas catalanas, las segundas desde la muerte del Procés, invocamos, una vez más, el revolucionario principio de la abstención. El deber de los comunistas es otro: reconstituir el Partido. Pues un Partido Comunista habría sido capaz de acometer las tareas que, en términos generales, habrían posibilitado el desarrollo de los CDR en organismos verdaderamente revolucionarios. Consideramos que, de forma sintética y preliminar, podríamos resumir estas fallidas tareas en los siguientes tres puntos:

1. Dotar a los CDR de un carácter verdaderamente proletario, de una estructura democrática y centralizada capaz de encauzar la espontaneidad del conflicto nacional en pro de la emancipación de la clase trabajadora.

2. Incrementar las funciones de los CDR, que deberían erigirse como verdaderos nodos de coordinación de las acciones de las amplias masas proletarias.

3. Dirigir las acciones de los CDR en contra de la gran burguesía estatal, separándolas cada vez más de la lucha netamente nacional y encaminándolas hacia la lucha por la Revolución Proletaria, aun defendiendo el ineludible derecho de las naciones a la autodeterminación.

Recordad, camaradas, que todos los candidatos que se presentan en la farsa que se avecina participaron del sacrificio del proletariado catalán. Todos ellos son igualmente responsables de las corredizas, de los ojos vaciados, de los encarcelamientos y de las palizas. Todos ellos participaron de la mascarada procesista, y todos ellos trabajan infatigablemente para que el mundo de mañana siga siendo exactamente igual que el de hoy. Todos ellos, desde la CUP hasta VOX, se encargaron de aniquilar los anhelos progresistas de unas masas proletarias que, en su vacilante espontaneidad, superaron las aspiraciones de los burgueses que pretendían usarlos como carne de cañón.

Trabajad, camaradas, para que cuando el fuego vuelva a arder consuma el orden burgués. No olvidéis, camaradas, las cenizas del otoño catalán, porque ellas son también los restos de nuestro fracaso.


  1. György Lucácks. Lenin, un estudio sobre la coherencia de su pensamiento. UnoEnDos (Madrid). 2023. Disponible en: https://unoendos.net/wp-content/uploads/2023/11/Lukacs-Lenin-Un-estudio-de-la-unidad-de-su-pensamiento.pdf ↩︎