Faraones sindicales
William Z. Foster

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Cuando los camaradas de Ediciones Edithor lanzaron el guante pidiendo ayuda para traducir esta obra no dudamos en recogerlo. No lo hicimos por una vaga voluntad de contribuir a una iniciativa editorial que respetamos enormemente, ni mucho menos en un afán de notoriedad. Aceptamos esta tarea porque reconocimos rápidamente el tino que habían tenido a la hora de seleccionar su siguiente publicación. Y es que el «retorno a Marx» al que hemos asistido en los últimos años, aproximadamente desde la crisis de 2008, ha inundado las librerías de obras sobre marxismo, algo que a priori parecería una buena noticia. Sin embargo, salvo contadas excepciones, la mayoría de éstas presentan un enfoque académico y contemplativo incapaz de responder a las exigencias que hoy enfrenta el movimiento comunista internacional. Esto, evidentemente, cuando no tergiversan con descaro nuestra historia ofreciendo «novísimas» interpretaciones de los logros de nuestra clase, interpretaciones cuya mayor virtud es renegar de lo que nos hizo vencedores, aunque fuera durante un tiempo. Al fin y al cabo, no hay mayor demostración de nuestro estado de derrota que el hecho de que el marxismo se haya convertido en una mercancía más, una que es plenamente digerible por la industria editorial y que a la vez se presenta como un asidero nada desdeñable para que librepensadores «heterodoxos» trepen los escalones que conducen a una cátedra.

El más reciente surgimiento de editoriales con marcado carácter militante en el ámbito hispanohablante –o el renovado interés por ellas, como en el caso de Edithor, con más de 20 años de trayectoria a sus espaldas– parece haber venido a garantizar la independencia que, hoy más que nunca, se impone recuperar. Abundan las obras, antaño inéditas, sobre historia, filosofía, CEP y teoría organizativa netamente revolucionarias; incluso novelas y relatos que nos vinculan íntimamente con los sufrimientos y anhelos de quienes nos precedieron. Y, sin embargo, nosotros echábamos en falta algo. Las más de las veces estas publicaciones son lecturas imprescindibles, sea para familiarizarse con el materialismo dialéctico e histórico, sea para ahondar en el estudio de la CEP o para comprender debates y experiencias fundamentales de nuestra historia. Todas ellas constituyen un bagaje precioso para cualquier comunista. No obstante, también es cierto que en demasiados casos no nos interpelan directamente en nuestras tareas más acuciantes. Su lectura es tan necesaria como susceptible de caer en la pasiva «inquietud intelectual». Es en este punto, a nuestro entender, donde encontramos el factor diferencial de la obra de William Z. Foster. Y es que Faraones sindicales1, como tantos otros folletos del autor, no es ni más ni menos que literatura de combate.

Publicado originalmente en 1927, Faraones Sindicales se inscribe en un intermedio entre tempestades: la gran oleada huelguística de 1919-1921, cuyo punto álgido fue la Gran Huelga del Acero de 1919-1920; y la Gran Depresión de 1929, la primera gran crisis económica capitalista –con perdón de la Depresión de los años 70 del siglo XIX–. Foster detecta en los faraones, líderes sindicales corruptos surgidos de las filas de la aristocracia obrera, el mayor obstáculo político para la independencia de clase del movimiento obrero estadounidense. La suya es una descripción exhaustiva de las lindezas perpetradas por estos agentes de la burguesía a lo largo y ancho del territorio. Su estilo es pedagógico, a veces incluso repetitivo, pero lo es porque se dirige al proletariado raso, al que pretende señalar sus enemigos, los mecanismos que emplean y las vías de superación de tanta impunidad y postración. Su vocabulario es simple, sus referencias concretas y sus frases certeras. En resumen, aúna las características de toda literatura de combate: constatación del conflicto, detección y análisis del enemigo y propuestas tácticas y estratégicas para acabar con él. Sin florituras. Un tribuno obrero educando y dirigiendo a sus camaradas.

Precisamente por el carácter de la obra, nítida literatura para proletarios, es esencial que demos un par de pinceladas sobre el autor. Y es que William Edward Foster –la «Z» fue un agregado posterior– fue uno de aquellos proletarios hijo de inmigrantes que se embarcaron rumbo a los Estados Unidos huyendo de las condiciones de su país de origen. Foster nació en el seno de una familia irlandesa en Taunton, Massachussets, en el año 1881. Su padre, un feniano militante, fue su primera influencia política. A los 10 años se vio obligado a abandonar la escuela para emplearse como fontanero, y durante su adolescencia y juventud trabajó como conductor de tranvías, peón en dos fábricas de fertilizantes, estibador, leñador y marinero. Su atribulada vida lo llevó a recorrer todo el país, a mezclarse con obreros de todas las nacionalidades y a sensibilizarse particularmente con las penalidades de los proletarios afroamericanos con los que compartió buena parte de su infancia en Moyamensing, barrio de Pennsylvania.

Muchas de las anécdotas que Foster desarrolla a lo largo de esta obra son contadas de primera mano, y su conocimiento de las condiciones del proletariado estadounidense es uno sufrido en sus propias carnes. No sorprenderá que antes que comunista, Foster fuera sindicalista, uno especialmente activo e implicado con cualesquiera que fueran las fuerzas más progresistas del momento. Inició sus andaduras políticas en 1901, entrando a militar en el Partido Socialista de los Estados Unidos. Crecientemente crítico con la deriva reformista del partido y de su sindicato, los Trabajadores Industriales del Mundo, Foster pasaría a militar en el Partido Comunista de los Estados Unidos en el año 1921, dos años después de que éste se escindiera del Partido Socialista. Su firme apoyo a la Unión Soviética, su profundo conocimiento del panorama sindical de los Estados Unidos y su inquebrantable lealtad a la causa revolucionaria catapultaron a Foster a la dirección del Partido Comunista en dos ocasiones –entre 1924 y 1934, primero; y entre 1945-1957, después–. Se opuso a Browder y a su intentona de disolución del Partido Comunista en 1944, y dirigió el partido hasta 1957, momento en que abandonó el cargo en favor de Gus Hall. Murió en Moscú en el año 1961.

Esta breve nota biográfica incide en lo que señalábamos: esta obra es fruto de una pluma netamente proletaria, de un obrero consciente que vivió por y para la emancipación de nuestra clase. Constatar este hecho nos abre el camino para justificar la afirmación con la que hemos abierto este prólogo. La de Foster es, ciertamente, literatura de combate a la altura de la más atinada de nuestra tradición. Pero el factor decisivo lo encontramos en su clara vigencia, que descubrimos nada más empezar a leer. Y es que arranca constatando la que para él era una paradoja, una que a nosotros nos interpela frontalmente: en los Estados Unidos de su tiempo coexistían «el sistema industrial más avanzado del mundo, por un lado, y el movimiento obrero más atrasado de cualquier país» (p. 5). Para Foster, imbuido en el optimismo revolucionario de los años 20 del siglo pasado, esto pasaba por ser una anomalía. Sin embargo, lo que entonces parecía una excepción hoy se ha convertido en la norma. A lo largo de los casi 100 años que nos separan de este diagnóstico, el capitalismo ha subsumido todo el globo. Tras un ciclo de revoluciones más o menos exitosas, la burguesía ha conseguido anegar mediante sangre, fuego y traición cualquier alternativa comunista. Los movimientos obreros de los países del centro imperialista y de la periferia más desarrollada se encuentran postrados ante camarillas sindicales corruptas y partidos izquierdistas vendidos al capital. Y todo a cambio de un espejismo de relativa bonanza que la realidad insiste en desmentir de forma cada vez más rápida y evidente. La ilusión de la II Internacional de que la historia rema por nosotros es hoy más absurda que nunca. Solo nos queda ponernos manos a la obra, cometido en el que Foster tiene algo que decir.

Como ya hemos señalado, éste descubre en los faraones sindicales el mayor obstáculo para emancipar al movimiento obrero de la influencia burguesa. Gran parte de su obra consiste en un inventario extensivo de las perversiones, corruptelas y farsas de estas camarillas. Una lectura superficial puede provocar dudas sobre la vigencia de sus descripciones. Al fin y al cabo, los mafiosos y pistoleros no parecen proliferar como antaño. A parte de que esto no es del todo así, y habría sobrados ejemplos de ello, la situación en la que nos encontramos actualmente es si cabe peor. La tríada sindicatos-patronal-Estado conforma a estas alturas una unidad indeslindable que no precisa del soborno sibilino o del clientelismo furtivo, ni mucho menos del pistolerismo sistemático. Su comunidad de intereses es abierta, y sus pactos desacomplejados, todo en aras de conservar la delirante armonía social que nos venden. Los despidos masivos se negocian a plena luz del día con los comités de empresa, y cualquier amago de espontaneidad proletaria que rompe la retórica conciliadora es eliminado a base de porrazos y sermones reformistas. Ya no hace falta, no extensivamente, la presencia de mafiosos a la Gompers, «Umbrella» Mike o «Skinny» Madden, enemigos del proletariado que forman parte del zoológico que describe Foster. Hoy en día, los sindicatos forman parte del Estado, que con sus subvenciones los mantiene a la vez que los compra.

Es en los ocho capítulos que van del II al IX, Foster se emplea en la exposición de este catálogo de perversiones. A día de hoy, cuando hace largo tiempo que el comunismo ha abandonado los centros de trabajo para convertirse en un aspaviento radical propio de intelectuales, estudiantes y activistas, detenerse en su lectura es más provechoso que nunca. Detrás de la maraña de nombres, cifras y fechas, se describen magistral y pedagógicamente los mecanismos de cooptación que la burguesía, hoy como ayer, propala entre el proletariado a través de sus sirvientes sindicales: reivindicaciones de apoliticismo mientras pacta con partidos burgueses de tapadillo, llamados a la conciliación de clases mediante la apelación chovinista a un progreso colectivo de la nación, fomento de ilusiones aspiracionales en base al horizonte de devenir capitalistas, corporativismo y gremialismo, control autocrático y falta de democracia interna en los sindicatos, sueldos exorbitantes, desfalcos y clientelismos entre los estratos superiores de los sindicatos amarillos, etc. Y podríamos seguir. Si consideramos que Foster no nos habla a nosotros, a nuestro tiempo, deberíamos echar una rápida ojeada a nuestro alrededor y preguntarnos si el problema es suyo o nuestro por haber abandonado el frente decisivo.

Sin embargo, Foster no se detiene aquí. En el capítulo I y, sobre todo, en el X, nos ofrece elementos de carácter más «político» si se quiere –aunque toda su obra lo sea–. A lo largo del Prefacio y del primer capítulo elabora el diagnóstico, enumera las dificultades presentes en el movimiento obrero estadounidense y ofrece una breve relación histórica de cómo se llegó al punto en el que arranca la obra. A continuación presenta las 3 –4, dependiendo de cómo se mire– facciones en pugna dentro del movimiento sindical: el ala derecha, la socialista –plegada ya a la primera–, la progresista y el ala izquierda. Tarea analítica simple, de marcado carácter táctico, destinada a señalar a los obreros quienes son sus enemigos, sus potenciales aliados y sus más aguerridos defensores. Ejercicios como éste denotan claramente, como señalábamos, que estamos ante literatura de combate.

Para confirmar esta orientación tenemos el capítulo X. Con su evocador y familiar título, «¿Qué hacer?», Foster pone encima de la mesa las herramientas necesarias para emancipar al movimiento obrero. Insiste en la necesidad de combatir el imperialismo autóctono, remarca el papel de vanguardia del ala izquierda para arrastrar a los titubeantes progresistas, y presta especial atención a los obreros semi y no cualificados, fracción decisiva del proletariado en la tarea de liberarse del influjo burgués. Sus propuestas se concretan en dos niveles, cada uno de los cuales desglosado en tres tareas claras y concisas. Para construir un sindicalismo independiente y netamente proletario: 1) organización de los desorganizados; 2) concentración de las fuerzas sindicales contra las tendencias gremiales y corporativistas; 3) democratización de los sindicatos. Para superar la colaboración de clases: 1) trabajar por construir el Partido Obrero; 2) combatir el sindicalismo amarillo; 3) acabar con la cooperación financiera entre capitalistas y proletarios. Recetas claras, concretas y fáciles de comprender. Diagnóstico, estudio del enemigo y plan de batalla. La estructura es sencilla y hace que los objetivos resulten evidentes. A riesgo de resultar cargantes: literatura de proletarios para proletarios.

Se puede tener ciertos reparos sobre la orientación estratégica que existe tras el planteamiento de Foster. Algunos querrán ver en él una desviación sindicalista, otros señalarán que ante la ausencia de un Partido Comunista sus recetas son irrealizables. Y podríamos estar de acuerdo. Sin embargo, la literatura comunista no se orienta hacia verdades abstractas, y menos aquella que se dirige a enfrentar desafíos coyunturales. En la línea de la táctica netamente leninista de «doblar el palo», los camaradas de Edithor nos recuerdan con esta publicación que igual va siendo hora de volver a trabajar entre las filas de nuestra clase en el solo sitio donde puede construir su verdadero poder.

Ciertamente nos encontramos alrededor del globo en una etapa prepartidaria, una que reclama también otras tareas. Pero sin el contacto, sin la influencia de las masas más aventajadas y combativas de nuestra clase, estas labores están destinadas al fracaso. Sin claudicar ante la conciencia embrutecida, evidentemente, trabajando como vanguardia; pero asumiendo que el camino correcto pasa por volver a estar presentes en el sitio de donde nunca debimos marchar. Volver a trabajar con y para nuestra clase en los centros de trabajo, del tipo que sea, quizás evitaría que determinadas desviaciones tuvieran tanta coba. Centrados exclusivamente en problemáticas derivadas como la vivienda, la emancipación de género, la juvenil o la ecológica, todas ellas de la mayor importancia, nos sumergimos en el oportunismo a rebufo de la izquierda pequeño burguesa. No negamos que todas estas cuestiones sean fundamentales –al contrario–, pero insistimos en que la posibilidad de su verdadera superación pasa por reconstruir el poder obrero ahí donde siempre se ha hallado. Y es que en el fondo sospechamos que es la profunda cooptación burguesa de la que nos habla Foster la que nos ha conducido a claudicar. Es precisamente por esta razón que es importante leerlo, ya que nos presenta herramientas, análisis y tareas para salir de este estado de capitulación y para desenmascarar a aquellos que insistan en permanecer en él. No está de más señalar que, para Foster, el punto de llegada de todo este trabajo era la construcción del Partido Comunista. Si una lectura concienzuda del texto lo indica, su trayectoria vital lo confirma.

No quisiéramos terminar sin agradecer de nuevo a los camaradas de Edithor y su confianza en nosotros para realizar esta modesta traducción. Habrá errores, por supuesto, y seguramente no habremos sido del todo refinados en la recuperación de esta importante obra. No somos traductores, y las numerosas tareas que compartimos todos los comunistas nos impiden trabajar con la minuciosidad que nos gustaría. Pero no renegamos de ello. Estamos convencidos de que otros camaradas se habrían prestado a realizar esta tarea, pero también sospechamos que no se trata del libro más goloso para traducir. Estamos orgullosos de poder hacer esta pequeña contribución, una que además trasciende las estrechas fronteras en las que por desgracia nos vemos –de momento– confinados a trabajar. Mandamos un caluroso saludo internacionalista a todos los camaradas latinoamericanos, y esperamos que la lectura del libro de Foster sea de provecho. De todos nosotros depende.


  1. A razón de la dificultad para traducir satisfactoriamente el título original –«Misleaders of labor», juego de palabras entre «mislead» (engañar) y «leader» (líder)–, hemos optado por emplear el sustituto común en España y Latinoamérica: «Faraones sindicales», tomando como referencia el artículo «Desde yanquilandia: los Faraones sindicales tienen su parte en la explotación capitalista», publicado en el número 31 de L’Espoir –«La esperanza»–, órgano de la CNT en su exilio francés, del 5 de agosto de 1962, disponible aquí: https://www.cervantesvirtual.com/research/num-31-5-aout-1962/1d302757-e266-4517-8783-df48692a7d00.pdf ↩︎