NUEVAS HERRAMIENTAS Y VIEJOS PROBLEMAS
Sobre las perspectivas estratégicas del uso de las redes sociales

19 de Diciembre de 2024


El pasado 14 de noviembre La Vanguardia, periódico insignia de la burguesía unionista catalana, anunció que abandonaba Twitter debido a que esta se había convertido en una «red de desinformación». Lo expeditivo de la decisión generó un revuelo que no tardó en llegar a orillas de la «comunidad» comunista autóctona de esta red social. A lo largo de los siguientes días, las cuentas de «vanguardia» –si se nos permite el juego de palabras– empezaron la mudanza a Bluesky buscando cobertura ante una posible desbandada general. Sin embargo, la degradación palmaria de Twitter hace años que viene fraguándose: desde la compra de esta por Elon Musk y las primeras modificaciones, allá por octubre del 2022, hasta el cenagal infecto en que se ha convertido con razón de las elecciones americanas de noviembre de 2024, el recorrido lineal de putrefacción reaccionaria ha sido de sobras percibido por todo aquel que ha querido atender. Más allá de la proliferación de pornografía, contenidos con violencia explícita, bots y propaganda ultraderechista, el reverso necesario de esta deriva se ha manifestado de formas tan evidentes como desconcertantes en numerosas cuentas de contenido comunista y, en general, progresistas en sentido laxo. Shadowbans, retiradas de seguidores y suspensiones de cuentas han sido y son recurrentes. Uno de los casos más clamorosos ha sido probablemente el de la censura a la cuenta Palestina hoy, que durante algunos días Twitter boicoteaba abiertamente. No obstante, ninguno de estos sucesos parece haber sido suficiente para provocar un replanteamiento general. Ha tenido que venir La Vanguardia a indicarnos el camino.

No elevaremos este seguidismo a tesis cuando se trata tan solo una demostración más de la ausencia de independencia del comunismo, algo perfectamente comprensible ante la inexistencia de una organización mínimamente relevante capaz de garantizarla. Sin embargo, la situación nos ofrece la posibilidad de compartir algunas reflexiones sobre el rol de las redes sociales en la tarea de reconstrucción del Partido Comunista, reflexiones que, a nuestro parecer, se vinculan directamente con análisis estratégicos que aluden al sentido general del despliegue de esta labor. Vaya por delante que la mayoría de ellas, como es evidente, pueden hacerse extensivas al trabajo que nosotros mismos hemos venido desempeñando en los últimos meses.

Hace años, décadas, que la desecha inapelable del movimiento comunista internacional ha convertido el ser comunista más en una forma de identificarse que en una condición asociada a un compromiso militante sinceramente orientado a la transformación revolucionaria de la realidad. En el centro imperialista, la subsunción indiscutible del capital de cuantas esferas sociales quedaban por engullir, la relativa «bonanza» y la rápida fagocitación de cualquier conato contestatario por parte de la maquinaria sindical o movimentista aristobrera y pequeño burguesa no ofrecían ningún fundamento objetivo para el optimismo. Ante esta tesitura, es comprensible, que no justificable, el surgimiento de distintas formas de deserción: la entrega militante voluntarista en sindicatos de clase minoritarios con algún poso de intransigencia, el «encuadramiento» en partidos marginales a la espera de tiempos mejores, la reclusión autoreproductiva en órganos de expresión cada vez más desvinculados de la coyuntura o la apuesta por el asistencialismo en nuevas formas de conflicto derivadas de la pérdida de posiciones en la batalla fundamental de nuestra sociedad, la terca contradicción entre capital y trabajo. Todas ellas, por el componente de renuncia que suponían, exigían alguna vía de escape donde dar salida a tanta radicalidad frustrada.

Esta lectura, aunque reduccionista, consideramos que da cuenta parcialmente del fenómeno «Twitter MCE». Durante largos años, comunistas1 de todas las tendencias existentes se han citado diariamente alrededor de sus pantallas para dirimir cíclicos debates «decisivos» en pos del avance histórico del comunismo, para hacer «agitación» sin destinatario o, simplemente, para desahogarse lanzando exabruptos contra la claustrofóbica normalidad capitalista. Las enconadas discusiones sobre el rol del arte en el socialismo o sobre los desafíos de la economía de transición, por mencionar solo dos, son ejemplos paradigmáticos de la asunción de una derrota. No negaremos, bajo ningún concepto, que se trata de cuestiones que albergan una importancia decisiva en abstracto. El problema es que, ausentes de una dimensión estratégica que las dote de sentido, discurrir sobre ellas se convierte simplemente en una oportunidad para exhibir ego y lecturas. Cuando el movimiento comunista se encuentra disgregado y en su peor momento en más de un siglo, resulta cuanto menos bochornoso entretenerse en polemizar acaloradamente sobre una sociedad socialista que ni está ni se la espera.

En los últimos años, sin embargo, parece que las tornas han cambiado. El comunismo «vuelve a estar de moda» tras la crisis de 2008 y sus posteriores réplicas. Las salidas ensayadas por las nuevas formas de populismo han tenido una década para demostrar su pleitesía al régimen y las izquierdas independentistas periféricas se han decidido finalmente por alguna de las dos opciones que tenían sobre la mesa: la postración o la marginalidad. Esto ha provocado que las remesas de jóvenes universitarios que antaño engrosaban sus filas y fiestas ahora hayan abogado, en parte, por opciones más radicales. Las consecuencias de estas transformaciones, cuyo síntoma más notable ha sido el surgimiento y expansión del MS a lo largo del territorio, han llegado también a Twitter. Lo que antes parecían debates en el aire cobran hoy una dimensión distinta. Realmente parece que en las confrontaciones y debates se dirime la gestación de una nueva alternativa revolucionaria. Y es que no son solo las grandes organizaciones las que tienen algo que decir. De forma paulatina, han ido apareciendo en paralelo destacamentos, grupos de formación y editoriales que, sumergidos en esta tensión optimista, contribuyen a esta sensación de que, vagamente, avanzamos.

No obstante, la situación es tan idílica como tramposa. Y la imposibilidad de superar Twitter y sus dinámicas es una buena muestra de ello. Si bien es cierto que muchas organizaciones y destacamentos podrán alegar que la mayor parte de su trabajo se desarrolla fuera de las redes, nadie se atreverá a negar que, por distintas razones, la actividad en ellas sigue teniendo un rol destacado en sus horizontes estratégicos. El argumento de autoridad de la «calle» es cada vez más común, pero nadie se ha marchado de Twitter para hacer cosas más importantes. A lo largo y ancho de todo el espectro, uno de los pocos consensos que existe es que la red social de Musk es un estercolero inhabitable. Y sin embargo ahí seguimos. Sería fácil afirmar, a grandes rasgos, que fuera de esta comunidad twittera el comunismo sigue sin existir y que recluirse en ella ofrece una ilusión de avance que no se corresponde con las aceleradas tendencias a la fascistización del mundo «real». Pero un análisis de brocha gorda como este no nos permitiría atender a los matices, claves si queremos comprender y superar las nuevas formas de revisionismo que este fenómeno alienta.

Nadie es ajeno a cómo funciona Twitter y a como las modificaciones introducidas por Musk han potenciado su vertiente más polarizante y tendenciosa. Sabemos que se nos recluye en comunidades constituidas alrededor de una temática específica -política, deportes, divulgación científica, videojuegos etc.- y que estos compartimentos más o menos estancos operan como cámaras de eco. Sabemos también que se premian ciertas formas de interacción: las respuestas a comentarios hechos en publicaciones virales potencian la exposición porque, la mayor parte de las veces, se trata de polémicas que fomentan el engagement. Las limitaciones de caracteres -que solo pueden evitarse pagando- incitan al reduccionismo. Este, unido a que se recompensan el conflicto y la chanza, impone abonarse al bait si uno quiere que el número de seguidores suba. Todo ello obviando que el propio algoritmo aumenta la visibilidad de contenidos de ultraderecha y que la moderación está abiertamente sesgada para que el racismo, la xenofobia y la misoginia campen a sus anchas mientras que las publicaciones en favor de la causa palestina son sistemáticamente castigadas. Un buen ejemplo de ello es la censura, inscrita en el código, que durante meses existió alrededor de la publicación de ciertas noticias sobre la guerra en Ucrania. A continuación compartimos una captura que da cuenta de ello2:

Como decíamos, nuestro objetivo es dar cuenta, brevemente, de hasta qué punto estas mecánicas recogidas en el código torpedean el uso más o menos bienintencionado que los comunistas hacen de esta red social. La mayoría de quienes nos reconocemos como revolucionarios convenimos en que ahora mismo el objetivo estratégico fundamental es la reconstrucción del Partido Comunista. Partiendo de esta premisa existen, a nuestro parecer, dos vías de acción principales que justifican el recurso a Twitter para llevar a cabo esta tarea: por un lado, darse a conocer, debatir, informarse y entrar en contacto con otras organizaciones y destacamentos; por otro, hacer agitprop con contenido revolucionario para disputar la hegemonía fascista y/o socialdemócrata, para librar la manida «batalla cultural» como paso necesario para esta reconstitución. Aunque ninguna de las opciones se da de forma pura, en el sentido último de la actividad se juegan matices importantes. A la luz, pues,  de estas dos apuestas, nos proponemos analizar brevemente el sentido y viabilidad de ambas.

La primera vía, por la que nos decantamos nosotros en su momento, es la menos «ambiciosa»: sumergirse en Twitter como forma de encontrarse con otros camaradas, siempre con el objetivo último de que estos contactos trasciendan la mera afinidad ideológica y se concreten en formas de colaboración orgánica cada vez más comprometidas. No obstante, este cauce de acción presenta numerosas dificultades: la comunicación virtual fomenta el repliegue identitario, la desconfianza y las posiciones absolutas. El matiz y el principio de caridad son difíciles en un entorno de por sí hostil en el que la tensión obliga a la intransigencia mediante la huida hacia adelante y el enrocamiento. Al no haber una lectura de la coyuntura compartida y unas líneas estratégicas explícitas, se impone la malinterpretación sistemática como forma de supervivencia. Para más inri, las razones de seguridad, a priori claramente justificadas, se erigen en muchos momentos como una excusa demasiado sólida para no dar ningún paso que pueda amenazar la propia autoconservación. Pareciera que estamos haciendo un alegato a la concordia y al «salto de fe» entusiasta: nada más lejos de la realidad. Las posiciones férreas son imprescindibles en el combate contra el enemigo interno, así como lo es también el contar con medidas de seguridad adecuadas. No obstante, estas solo tienen sentido cuando son medios a disposición de la revolución. Cuando devienen excusas se convierten en síntomas de acomodo y renuncia. Lo que quisiéramos hacer notar es que el medio de contacto las fomenta enormemente. No se trata de dinámicas a las que uno pudiera sustraerse mediante voluntarismo: cada vez tenemos más claro que vienen determinadas por el propio contexto de interacción.

La segunda vía, sin duda más ambiciosa y, a nuestro parecer, también más inocente, es la que aboga por intervenir en esa «batalla cultural» en la que se encuentran enfrascadas las fracciones burguesas. No nos detendremos a desarrollar como la concepción de la hegemonía que subyace a este planteamiento es una derivación idealista de lecturas sesgadas de Gramsci. Lo que nos interesa es centrarnos en cuales son los visos de prosperar que tiene esta apuesta. Para empezar, es evidente que partimos en clarísima desventaja en un entorno como el de Twitter, donde se premian abiertamente los contenidos ultraderechistas y se censuran o capan significativamente los de tinte «izquierdoso». Reconocida esta obviedad, es importante discutir también el planteamiento de fondo. Aunque la moderación fuera «aséptica», cualquier red social mínimamente relevante se rige por lógicas capitalistas. Las redes sociales operan principalmente como espacios de publicidad más o menos encubierta, y los contenidos como mercancías que a la vez consolidan y potencian nichos de valorización concretos. Pretender hacer agitación revolucionaria en este contexto es cuanto menos una quimera, y no es difícil ver los derroteros a los que conduce. Además de los dejes que ya hemos mencionado, se extiende la consigna tautológica, se lanzan categorías y análisis para contrastar la respuesta popular –y en caso de ser tibia, se desechan subrepticiamente y se cambian por otros– y se hacen concesiones ideológicas más o menos conscientes para penetrar en nuevos nichos por cooptar. Es decir, las organizaciones pasan a operar como partidos burgueses a la caza de nuevos votantes: la dimensión cuantitativa se impone como medida del éxito, el eclecticismo y la ambigüedad se convierten en la norma y se populariza el desplazamiento de portería cuando ciertas patinadas amenazan el prestigio de las propias siglas. Esto por no mencionar formas de agitación directamente ridículas a las que no queremos dedicar más espacio del necesario, pero que forman parte de esta tarea «hegemónica»3: la publicación de memes con contenido político o la promoción de carteles y actos con imágenes de Messi o Dua lipa son los ejemplos más lamentables.

No es difícil entrever la concepción de fondo que subyace a estos planteamientos: la convicción, más o menos explícita, de que la plataforma organizativa4 propia es el germen del futuro PC, y que por tanto este se creará a partir de la absorción, negociada o no, de otros destacamentos, aparte de con la incorporación de nueva militancia. Esta prospectiva de proyección lineal, suponemos que con saltos de por medio, determina unas formas de actuación significativamente distintas. El debate pierde su razón de existir y se convierte en un combate en el que el objetivo último solo puede ser acabar con el adversario con todas las tretas posibles. Sea mediante el empleo de sofismas, el linchamiento concertado o doxeos sistemáticos, cualquier actuación está plenamente justificada para defender al futuro Partido. A no ser, claro, que el que esté enfrente se lo vea como suficientemente endeble e influenciable como para fagocitarlo. Entonces las concesiones son numerosas, siempre y cuando el otro respete los rangos y asuma, explícita o implícitamente, su inferioridad. En el fondo, si la percepción es que uno mismo ya constituye el PC en germen, las derivaciones prácticas mencionadas pueden tener su razón de ser. El problema reside en la premisa, no en sus conclusiones.

Dejando de lado las interacciones directas, a nivel general es obligatorio hacer demostraciones de fuerza constantes mediante la espectacularización de cualquier acto y el uso de consignas grandilocuentes, aunque estas exhibiciones no se correspondan con un poder real. Hay que inventar actos para mostrar músculo y generar sensación de omnipresencia. Sin lugar a dudas, Twitter fomenta y premia ampliamente este tipo de apuestas, hasta el punto de que es difícil distinguir la causa de la consecuencia. La pregunta que nos hacemos es hasta qué punto la reproducción clamorosa de las tácticas comunicativas de un partido burgués redunda en beneficio del avance del comunismo, aunque el espejismo de prosperidad que generan sea sin duda goloso.

El efecto verdaderamente preocupante de todo esto no es el autodinamismo exultante de estas organizaciones. El problema real es que, al premiar el medio de interacción este tipo desviaciones, se genera un consenso silencioso de que el espejismo es real, sea por desconocimiento o por miedo. A partir de cierto punto se dejan de pedir explicaciones por ciertos análisis y afirmaciones, y el debate, por muy deficiente que fuera, desaparece también del tablero. Las cámaras de eco cada vez están más vacías y las consignas laxas fluyen inimpedidas. Mediante métodos burgueses, se ha impuesto de facto una hegemonía tan incontestable como inoperativa para hacer la revolución. Se ha hegemonizado solo de puertas para adentro del movimiento comunista, y a través de unos mecanismos que priman de todo menos la vinculación ideológico-estratégica. Cualquier forma de crítica o «disidencia» es castigada, ya no por los propios militantes, sino por satélites de este consenso. Clamar rabiosamente contra esto sería absurdo, como también lo sería no reconocer esta «victoria», aunque sea parcial y tenga los pies de barro.

Ante todo lo expuesto, parece que lo más coherente sería abandonar definitivamente Twitter y apostar por métodos de trabajo más «tradicionales». No obstante, existe un reducto de verdad en las palabras de todos aquellos que reclaman que no podemos abandonarlo porque «hay que dar la batalla en todos los frentes». Bajo nuestro punto de vista, esta afirmación es a todas luces vacua cuando no se cuenta con una fuerza material, social, que avale este brindis al sol. Sin embargo, es igualmente cierto que seguimos considerando que existen muchos comunistas honestos en la red social de Musk con quienes debemos encontrarnos y con los que, al menos de momento, no tenemos otra forma de contactar. Esto es, no nos quedamos en Twitter para librar ninguna batalla contra el fascismo, porque somos plenamente conscientes de que el impacto de esta tarea es cercano a la nulidad. Nos quedamos -o volvemos-, de momento, porque no trabajamos en las condiciones óptimas, sino en las que la historia nos impone, y sería inocente y contrarrevolucionario encerrarnos en un reducto de pureza marginal.

No obstante, el horizonte, a nuestro entender, es claro: debemos trabajar a marchas forzadas para que los debates superen los condicionantes identitarios y abstractos que hoy observan y que Twitter fomenta; debemos reestablecer el compromiso estratégico como única forma de dotar estos debates de sentido. Pese a que la reivindicación de tradiciones, eventos históricos y lecturas concretas son indicios sin duda significativos –bajo ningún concepto estamos llamando a una unidad abstracta puesto que existen, claramente, diferencias programáticas significativas entre los distintos destacamentos y organizaciones que hoy conforman el movimiento comunista español– son esto, indicios, indicios que muchas veces ocultan tanto las diferencias verdaderamente relevantes, como los eventuales consensos que pudieran existir. Hay que invertir el abordaje. Y esto solo puede hacerse si atendemos menos a lo que se dice, se expone y se exhibe, y más a lo que se hace.

Construir estas nuevas vías de debate, estratégicamente comprometedoras, reclama un trabajo mucho más intenso y extenso que publicar asiduamente en Twitter. Reclama realizar análisis de coyuntura solventes y omnicomprensivos orientados a esclarecer en qué coordenadas nos movemos, y no análisis parciales destinados a justificar a posteriori apuestas estratégicas nacidas de la impotencia. Reclama el despliegue de apuestas prácticas que, por su corrección, arrojen conclusiones significativas. Reclama desmantelar el espejismo y empezar a avanzar posiciones, verdaderamente, en la lucha de clases. En definitiva, reclama convertir los posicionamientos y consignas en fuerza proletaria organizada. Y hacerlo hasta tal punto que los debates, ahora ya en otra dimensión, resulten ineludibles a la vez que plenamente coaccionados por el avance o retroceso real del movimiento comunista en las fábricas, mataderos, hoteles, centros logísticos y en cuantos lugares se encuentre nuestra clase.

Twitter no «crea» nuevas desviaciones; a lo sumo ofrece un medio de circulación privilegiado a tergiversaciones contrarrevolucionarias que han existido desde los albores del surgimiento del comunismo como posibilidad histórica. Como es evidente, no entraremos a desgranar las causas subyacentes, puesto que no es el cometido de este breve artículo. Estas líneas son un breve ejercicio de crítica –y sobre todo de autocrítica– a todos los comunistas honestos. Llevamos demasiado tiempo jugando en campo contrario. Esto no es óbice, a modo de mención final, para reconocer a todos aquellos comunistas que, durante los años de anonimato y grisura, han mantenido la llama viva, tanto en Twitter como en otros sitios. A ellos también nos dirigimos para, desde la gratitud, insistir en que, hoy más que nunca, ha dejado de ser suficiente. Por nuestra parte, consideramos que la apuesta es clara: lo importante no es qué haremos con Twitter; lo importante es todo aquello que haremos mientras tanto.


  1. Empleamos aquí el término «comunistas» en su sentido menos riguroso para incluir a todas aquellas personas que se reconocen, consecuentemente o no, como herederas de la tradición marxista. Hacemos esta concesión con fines puramente explicativos. ↩︎
  2. La fuente se puede encontrar en el siguiente enlace: https://github.com/twitter/the-algorithm/commit/3f6974687f0c16923da7e27b2c467abd0a109a1c ↩︎
  3. Aunque estas formas de «agitación» son recurrentes y derivan directamente de los presupuestos ideológicos y estratégicos de estas organizaciones, no queremos tratarlas más de la cuenta para no caer en hombres de paja. Lo bochornoso de estas no debe impedir ver el resto del bosque, que a nuestro entender es lo más relevante. ↩︎
  4. Empleamos este término, un tanto indefinido, para dar cuenta no solo de aquellas organizaciones que se reconocen como tales, sino también para referirnos a aquellas que se conciben como movimiento o demás eufemismos. ↩︎