LEONES CON CORREA

Kursant
17 de mayo de 2024


INTRODUCCIÓN

Camaradas, la reacción se atisba en el horizonte. Hoy, la bestia negra fascista amenaza con su cercanía, se metastatiza ante un comunismo desballestado. La Agrupación Nacional de Le Pen, el Vox de Abascal –y de «el Yunque»– y la Alternativa para Alemania de Weidel son la avanzadilla, la cara más visible, de la profunda transformación de las democracias burguesas, cuyos Estados y gobiernos retornan, ahora, a su faceta netamente represiva. Al borde de una guerra que parece acercarse a ritmo vertiginoso, con una economía hecha trizas, y con un pacto social deflagrado, parece que la burguesía desempolva a su viejo carnicero, el fascismo; su letal instrumento represivo, descubierto por sus más aguerridos ideólogos ante la amenaza del fuego revolucionario.

En los restos del último gran movimiento de masas fagocitado por la burguesía, el feminismo, y alimentándose directamente de la carnaza de su cadáver, crecen también otros agentes que, aunque menos conocidos, son igualmente peligrosos. Las clases desarraigadas y en peligro inminente de desaparecer acuden en cada vez mayor proporción a los nuevos verdugos, cuya juventud política e inexperiencia institucional permiten su mayor radicalidad. Y los comunistas, todavía confundidos, despertando de un largo letargo, son incapaces de comprender con exactitud al enemigo que señalan con toda certeza.

En España, se alza una nueva estirpe de bestia creada a imagen y semejanza del más servil pero agresivo de los perros de caza. Una especie doméstica y rabiosa que acecha, aun atada, entre la oscuridad de nuestro tiempo para lanzarse a la yugular de la revolución cuando sus verdaderos amos lo ordenen. Hablamos, camaradas, del Frente Obrero, actual encarnación del más claro de los fascismos. Pero ocurre, camaradas, que no basta con señalar a los fascistas como tal. Debemos comprender, en primer lugar, qué es el fascismo, de qué clases se nutre pero a cuáles obedece, de qué forma se desarrolla y crece entre el proletariado, qué engaños utiliza, y de qué forma se presenta. Solo así podremos combatirlo con eficacia. Y, en este sentido, estamos «de suerte». Porque el Frente Obrero es, a decir verdad, una organización que permite realizar un análisis del fascismo de asombrosa actualidad.

Este artículo es, pues, nuestra primera –y limitada– aportación al análisis del más aguerrido enemigo de la humanidad trabajadora. Aprovechando el desarrollo y el desempeño del Frente Obrero intentaremos desbrozar el carácter del fascismo en la actualidad. Sin embargo, debemos empezar este recorrido, camaradas, por preguntarnos lo siguiente: ¿qué es el fascismo?

EL ESPEJO INVERTIDO

Han transcurrido casi ochenta años desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Casi ochenta años, dirán algunos, desde la victoria total sobre el fascismo. Derrotado y relegado a ser una pieza de museo, proliferan hoy los escritos y los estudios que aspiran a «caracterizarlo». Embargados por una falsa sensación de seguridad, y abordando la cuestión con el mismo rigor científico con el que se escudriña el cosmos, el «totalitarismo de derechas» es diseccionado «a la científica», es decir, a la formal. La momia es dividida en partes fundantes –nacionalismo, racismo, dirigismo, etc.– y, luego, comparada con el «cadáver modelo» –el fascismo italiano, por lo general–. De este modo, Stanley G. Payne, el «fascistólogo» por antonomasia, llega a afirmar que:

Casi ningún analista riguroso afirma que el régimen de Franco o Salazar fueran jamás plena ni siquiera intrínsicamente fascistas, y algunos niegan que tuvieran en absoluto algo que ver con el fascismo. Sin embargo, parece bastante claro que en el primer decenio del régimen de Franco existía un importante componente de tipo fascista, lo cual indica que el caso español es complicado.1

El sumatorio simple de características desgajadas e independientes entre sí lleva, desde luego, a los delirios de esta envergadura. El fascismo es «desfascistizado» –que no exonerado, no todavía–. El paso lógico siguiente, consciente o inconscientemente realizado, es el de la «relativización». Los fascismos, dice la academia, son muy diferentes entre sí, pero todos ellos son, al final del día, «malos». La crítica moralizante es inyectada en el análisis histórico «objetivo», e infecta hasta el tuétano la producción industrial de los templos del saber. Es así que, por unas u otras razones, y «sabiendo» que el fascismo es, al final del día, «el mal», éste es comparado, asociado bruscamente, al comunismo. De nuevo, veamos qué dice Payne, «el experto»:

El fascismo, sin embargo, se asemejaba al comunismo en su violencia y su autoritarismo, pero resultaba, por el contrario, único en su compleja combinación de características, que no eran claramente ni de izquierdas ni de derechas.2

Así, sutilmente y de un plumazo, se les conjuga. La violencia –en abstracto– es el punto común desde la que se erige el relato del totalitarismo, que recoge y condena por igual a ambos agentes antagónicos a los que, llegados a este punto, tendríamos a bien llamar por sus respectivos nombres: burguesía y proletariado. Gracias a este marco «analítico» –propagandístico, más bien–, la burguesía construye una alteridad fascista a la normalidad capitalista, una que se distingue tajantemente del modelo de dominación democrático-burgués y que, gracias a un elaborado juego de apariencias, logra asemejar al socialismo. Erguido este muro opaco que pretende separar la apariencia de la esencia, la confusión se abre camino por doquier. Y aunque la palabra «fascista» se usa deliberadamente y sin conocimiento de causa, asistimos hoy al imparable avance de una «extrema derecha» que nadie sabe a ciencia cierta qué es o de dónde sale. A nadie se le escapa que el relato histórico del fascismo como una alteridad perversa, como un «mal absoluto», constituye uno de los mitos fundacionales de las democracias occidentales de posguerra. Este se presenta como un exterior constitutivo que, por contraste, contribuye a legitimar la dominación burguesa restaurada bajo un rostro amable. Este ha permitido encubrir bajo toneladas de propaganda, no solo la connivencia por activa y por pasiva de los regímenes supuestamente democráticos con las distintas manifestaciones del fascismo europeo de antaño, si no, sobre todo, las continuidades existentes entre el fascismo «derrotado» y el occidente de posguerra. De sobras conocidos son los cambios de chaqueta, por poner un ejemplo clamoroso, de ciertos altos cargos de la oficialidad nazi e italo-fascista que fueron reclutados al final de la guerra para pasar a engrosar las filas de la operación Gladio otanista. ¿Sus méritos y referencias? El ferviente y despiadado anticomunismo Y es que la continuidad se descubre ahí donde se depura el rasgo fundamental del fascismo: su condición de herramienta de emergencia de la gran burguesía ante la crisis y ante la amenaza que en su seno late, la del comunismo.

EL GRAN CAPITAL

En 1935, Gueorgui Dimitrov, comunista búlgaro, sintetizó de forma accesible y genial el verdadero carácter del fascismo en su breve informe al VII Congreso de la Komintern, titulado «La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional en la lucha por la unidad de la clase obrera contra el fascismo»:

 El fascismo en el poder, camaradas, es, como acertadamente lo ha caracterizado el XIII Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero.

Y agrega:

El fascismo alemán actúa como destacamento de choque de la contrarrevolución internacional, como incendiario principal de la guerra imperialista, como instigador de la cruzada contra la Unión Soviética, la gran Patria de los trabajadores de todo el mundo.

El fascismo no es una forma de Poder Estatal, que esté, como se pretende, «por encima de ambas clases, del proletariado y de la burguesía», como ha afirmado, por ejemplo, Otto Bauer. No es «la pequeñ,a burguesía sublevada que se ha apoderado del aparato del Estado», como declara el socialista inglés Brailsford. No, el fascismo no es un poder situado por encima de las clases, ni el poder de la pequeña burguesía o del lumpenproletariado sobre el capital financiero. El fascismo es el poder del propio capital financiero. Es la organización del ajuste de cuentas terrorista con la clase obrera y el sector revolucionario de los campesinos y de los intelectuales. El fascismo, en política exterior, es el chovinismo en su forma más brutal que cultiva un odio bestial contra los demás pueblos.3

Estos fragmentos de su breve obra, que para nada agota la amplitud del desarrollo teórico del líder comunista sobre el fascismo, bastan para la tarea que nos hemos propuesto aquí. Esta definición sintetiza magníficamente la esencia de la cuestión: el fascismo es la dictadura directa, desatada, del capital monopolista en los tiempos de crisis, que en la primera mitad del pasado siglo fueron vehiculados revolucionariamente, con más o menos eficacia, por el avance del comunismo. El fascismo, en su esencia, supone la supresión de la forma de dominación burguesa por antonomasia: la democracia. Lo que resta es la esencia misma del imperialismo, pero desnuda. El antagonismo de clases se muestra aquí en su máxima expresión. El capital monopolista absorbe la pequeña producción a ritmo vertiginoso y desata las funciones represivas de los organismos estatales. La legalidad burguesa «normal» es suprimida, y en su lugar reina la ley de excepción. La ofensiva de la burguesía emplea todos los medios a su disposición: así como usa los métodos de dominación coloniales sobre su propia población, pero elevados a la octava potencia, reafirma también, con abundantes recursos, el aparato ideológico que lo refrenda y legitima.

Y es en este punto que nos detendremos, el de su proyección ideológica tan hábilmente aprovechada por los ideólogos burgueses. Dimitrov nos decía que el fascismo es el poder de emergencia gran-burgués desatado. Pero es evidente que el gran capital, a pesar de constituir una única clase social, está dividido en una miríada de facciones enfrentadas entre sí en la búsqueda de la constitución de los monopolios. Estas fracciones de una misma clase a menudo poseen idiosincrasias y adscripciones ideológicas dispares, si bien éstas se erigen sobre el mantenimiento del modo de producción imperante. La fracción de la burguesía rusa que abandera Putin es, por ejemplo, de corte ultraconservador y estatista. A la fracción burguesa opositora, ahora desmantelada, que se arremolinaba alrededor de Navalni y su Rusia del Futuro, podríamos tildarla de ultraliberal –«económicamente» hablando–, tecnócrata y algo menos conservadora –si bien marcadamente supremacista rusa–. Y si bien Navalni se presentó como un renovador del aparato estatal ruso, con su furibundo discurso anticorrupción y una retórica occidentalizada acentuada, tal cosa no implica, ni por asomo, que la burguesía que le prestó apoyo no pudiera haber instaurado un poder dictatorial de «transición democrática».

Por si esto fuera poco, la historia nos demuestra que el fascismo en el poder no siempre encuentra sus orígenes en la mentalidad de una fracción gran-burguesa. El gran capital puede adoptar y modelar un movimiento fascista cuyo origen descanse en otro lugar –como veremos a continuación–, adaptando su cuerpo doctrinario a sus necesidades y desechando aquellos elementos que no le son de utilidad. Si retornamos al «caso modelo», el fascismo italiano y su atribulado proceso de constitución, podremos observar que el fascismo aparece primero, en 1914, bajo el nombre de Fasci d’Azione Rivoluzionaria, como un movimiento pequeño-burgués y campesino escindido del Partido Socialista Italiano y de la Unione Sindacale Italiana, sección de la Asociación Internacional de Trabajadores. Solo tras la guerra, en 1919, con una Italia económicamente devastada, en crisis, con un orgullo nacional herido, con un rampante proceso de monopolización protagonizado por el capital de la Entente, un fuerte movimiento revolucionario y una clase terrateniente en descomposición, es adoptado y promocionado extensivamente por el gran capital. Pero el fascismo italiano vivió una pugna interna profundamente malinterpretada, pues en la Italia del escuadrismo coexistían dos fascismos, uno de los cuales es tildado de «antifascista». Y ambos, enraizados en el obrerismo y la fraseología izquierdista, son reflejo de la mentalidad de una clase social en liquidación: el pequeño productor. Hemos mencionado ya a los «Fasci», que en 1919 pasarían a llamarse Fasci Italiani di Combattimento y que, en 1921, se constituirían como el Partido Nacional Fascista. El otro agente al que nos referimos son los Arditi, conformados por excombatientes encuadrados en la unidad de élite que recibía el mismo nombre, intelectuales de extracción pequeñoburguesa y pequeñoburgueses al uso. Al mando de esta organización paramilitar se encontraba el aristócrata Gabrielle d’Annunzio, comandante veterano de la Gran Guerra y precursor de la figura dictatorial que acabaría por replicar Mussolini. Los Arditi instituyeron un Estado independiente en Rijeka, la actual Croacia, al que llamaron Regencia Italiana de Fiume. Alceste de Ambris contribuyó en la redacción de su Constitución, la «Carta de Carnaro», cuyos artículos III y IX son especialmente reveladores. Veamos primero el Artículo III:

La Regencia italiana del Carnaro es un gobierno genuino del pueblo –«res populi» – que tiene por bases el poder del trabajo productivo, y por ordenamiento la más amplia y la más variada forma de autonomía, tal como fueron aplicadas en los cuatro gloriosos siglos de nuestro período comunal.

Nótese la mezcolanza del ideario anarquista de corte utopista –el poder del trabajo productivo es la base de la sociedad y la autonomía es la base de su «ordenamiento»– con las ideas de marcada inspiración republicana «a la romana». La raigambre anarquista de este particular movimiento fascista queda reflejada del todo en su ya mencionado Artículo IX:

El Estado no reconoce la propiedad privada como un derecho absoluto de la persona sobre la cosa, pero la considera como la más útil de las funciones sociales. Ninguna propiedad puede ser reservada a nadie sin restricciones; ni puede ser lícito que un dueño indolente deje su propiedad sin uso o disponga mal de ella, con exclusión de cualquier otro. El trabajo es el único título legítimo de posesión de un medio de producción y de intercambio. Solo el propietario del trabajo es custodio de lo que es de lejos más fructífero y provechoso para el bienestar general.

Se aprecia aquí con claridad la habilidad con la que la pequeña burguesía maneja los conceptos para enmascarar la ideología burguesa. El artículo toma como unidad abstracta la propiedad y el trabajo, siendo que, a ojos de los Arditi, el trabajo que ejerce la pequeña burguesía en su propiedad le otorga la potestad sobre el plustrabajo de los trabajadores. Por el contrario, el gran burgués no tendría derecho a explotarlos como sí hacen ellos. Destaca también la defensa de la posesión individual de los medios de trabajo y de los productos resultantes del trabajo. Ya en la «Crítica al programa de Gotha», Marx advirtió que todas las consignas que apelen a la propiedad individual de la totalidad del fruto del trabajo son antagónicas al socialismo y sirven para ocultar una política pequeñoburguesa. El trabajo solo puede ser libre en tanto que el fruto de este pertenece a toda la sociedad, y no a su exclusivamente a su productor, pues parte del producto reemplaza los medios de producción, otra parte cubre existencias de reserva, otra es entregada a aquellos que no puedan trabajar, etc. La política pequeñoburguesa de contraponer una pequeña burguesía «más digna» o «menos mala» a la gran burguesía en base al trabajo realizado en la propiedad es una propuesta llanamente anticomunista.

Estos dos artículos en su conjunto contienen las bases sobre las que debía erigirse la «utopía pequeño-burguesa», y contienen la formulación elemental sobre la que el Frente Obrero erige buena parte de su programa, como veremos más adelante. Pero, sigamos con los «viejos fascismos». La visión del Estado de D’Annunzio es la del Estado corporativo. La constitución de Fiume dividía sus ramas productivas en nueve grandes corporaciones de membresía obligatoria a las que se agregaba una décima, reservada a los «hombres superiores», categoría empleada para los héroes, generales, músicos y poetas o, lo que es lo mismo, los estatistas y sus voceros. De forma paradójica, el primer fascismo en el poder reconocía al Estado como otra rama de la producción más, solo que ubicada por encima del resto. Estas corporaciones, cárteles estatales en arreglo a las ramas de la producción, no solo preconizaban el sindicalismo vertical, sino que venían a prefigurar la división de la producción en merced de un puñado de monopolios, fórmula que el fascismo alemán llevaría a su máxima expresión. Pero, en septiembre de 1920, D’Annunzio se proclamó dictador de la Regencia. Tras declarar la guerra al Reino de Italia en diciembre del mismo año, las tropas italianas entraron en tromba en la ciudad tras un bombardeo naval, y el Estado fue disuelto de facto –aunque tardaría cuatro años más en ser absorbido por Italia en términos formales. Mussolini se empapó de la fórmula organizativa y el despliegue propagandístico del gobierno de Fiume. Las reconocibles camisas negras son, de hecho, una imitación de los «legionarios» carnarienses. Podemos decir, pues, que el fascismo mussoliniano no es más que la síntesis de sus dos expresiones primigenias. En lo que respecta a los restos del experimento de D’Annunzio, buena parte de los Arditi pasaron a formar parte de los Arditi del Poppolo, organización independiente y ecléctica que aglutinó elementos de diverso signo político –principalmente anarquistas y, como acabamos de ver, fascistas «fiumeses»– que fue disuelta en 1924 como consecuencia de la represión estatal.

El proceso de consolidación y desarrollo del fascismo fue tan rápido como atribulado, y entre 1919 y 1922, momento en que se produce la Marcha sobre Roma, dos tendencias de un mismo movimiento se batieron en duelo, si bien de forma indirecta. Por un lado, el escuadrismo mussoliniano, explícitamente antiproletario, cuya principal actividad consistió en ejercer como agente represivo paraestatal en un momento de efervescencia revolucionaria. Fue esta actividad, sumada al renombre que Mussolini se había granjeado como político durante la guerra, lo que llevó a la aristocracia terrateniente y la gran burguesía italiana a apoyar y financiar el movimiento del futuro Duce. Por otro lado, el fascismo de carácter más anarquizado e irracional que, imbuido en una táctica clásicamente anarquista –generar una sociedad al margen de la sociedad–, sentó las bases del corporativismo estatal, de la forma en que el fascismo modifica y suprime la normalidad legal burguesa. Ambos movimientos tenían en común su marcado anticomunismo, su carácter nacionalista e irracionalista y, más importante todavía, su composición social, bebiendo extensivamente de los pequeños productores –fueran campesinos o pequeñoburgueses–. Y de aquí extraemos una poderosa lección: las clases subalternas, en momentos de crisis, viendo su frágil posición peligrar, tienden a constituir la primera línea de choque del fascismo, nutriéndolo en sus fases embrionarias y agregándole un componente de «masas» con el que, después, procede a replicar las formas organizativas y propagandísticas comunistas. Esta tendencia de lo que hoy la ciencia burguesa denomina «clases medias» se explica también por su misma forma de existencia. Al tratarse de pequeños productores aislados en sus diseminadas parcelas productivas, encontrándose en constante competencia entre sí, dependiendo su estabilidad de una gran burguesía contra la que se resienten y de un proletariado al que deben explotar, éstos tienden a organizarse alrededor de un poder dictatorial absoluto, capaz de concentrar y estructurar unilateralmente la disensión imperante en sus filas.

Ocurre, pero, que para concluir este breve análisis hemos de delinear claramente los dos niveles de abstracción en que nos hemos embrollado. El fascismo es, en lo esencial, «la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero». Esta es, a la vez, su función y la razón de su existencia: la represión descarnada en momentos de crisis. Pero, simultáneamente, el fascismo, entendido como fenómeno ideológico concreto, adquiere una multiplicidad de formas. Hemos visto que el «paradigma fascista» nace primero como un movimiento pequeño-burgués de corte anarquizado que, una vez demostrado como útil, es acunado y sustancialmente modificado por el gran capital. El idealismo irracional futurista de Marinetti, el homoerotismo «a la griega» de algunos ocultistas y cuadros nacionalsocialistas del que Ernst Röhm es paradigma, y el paganismo religioso pronto fueron descartados y sustituidos por un idealismo formal y ecléctico –si bien también irracional–, por una férrea defensa del heterosexualismo, y por el cristianismo protestante, respectivamente. Pero el fascismo puede ser también instaurado «desde arriba». El fascismo japonés se establece en contraposición a un nutrido movimiento obrero utilizando las palancas del Estado, emanando su dominación ideológica de la idiosincrasia de los zaibatsu, grandes aristócratas convertidos en monopolistas durante la modernización del Japón en el siglo XIX. El fascismo español, el franquismo «realmente existente», no es más que la expresión del dominio señorial católico de una España atrasada. Y en ambos casos, el español y el japonés, las expresiones del fascismo «revolucionista» fueron descartadas con gran rapidez. El movimiento sakurakai de Hashimoto fue desmantelado tras el golpe del 21 de octubre de 1931, y el falangismo «clásico» fue disuelto en la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista en abril de 1937, siendo que uno de sus últimos estertores, la huelga de tranvías de Barcelona de 1951, adquirió un carácter «masista».

Bien, camaradas, hemos esclarecido someramente el verdadero carácter del fascismo, aprovechando la exposición del desarrollo de algunas de sus expresiones para esclarecer aquello que pudiera causar confusión. Pronto volveremos a escribir sobre el fascismo en su variante clásica. Así lo exigen nuestros tiempos. Pero ahora toca poner en práctica todo cuanto hemos expuesto hasta ahora en el caso que nos ocupa: el Frente Obrero.

DE LA HOZ AL LEÓN: LA PENDIENTE OPORTUNISTA

Por más que parezca contraintuitivo, la prehistoria del Frente Obrero no es de especial utilidad para comprender el papel que esta formación juega en la actualidad. Un recorrido somero a su breve historia revela un desarrollo organizativo que, no nos engañemos, no presenta, al menos en apariencia, puntos de divergencia con otras organizaciones similarmente superfluas. Podemos decir que el Partido Marxista-Leninista (reconstrucción comunista), organización matriz del Frente Obrero, nace alrededor de 2010 como un grupo de skinheads antifascistas. Así se describen en su página web:

Somos un grupo de colegas, currantes unos, estudiantes otros pero con las ideas bien claras y definidas. Como consideramos que el 90% de la población mundial es estúpida o al menos el capital les ha hecho ser así, hemos decidido crear este blog, para al menos salvar alguna mente de este nuestro querido sistema capitalista. Lógicamente como buenos Marxistas-Leninistas tenemos claros una serie de conceptos, los cuales son la piedra angular de nuestra lucha.4

No es hasta 2014 que el PML(rc) –RC, de ahora en adelante– se inscribe en el registro de partidos, así que tomaremos esta fecha de modo arbitrario para hablar de su constitución como «partido». Los camaradas verán que, de ahora en adelante, daremos muy poca importancia a los principios ideológicos y programáticos de la organización, a menos que mencionarlos sea estrictamente necesario. Agregaremos, además, que es difícil, por no decir imposible, escribir sobre la historia de RC con una cierta profundidad sin recurrir al monográfico que Bitácora Marxista-Leninista publicó por primera vez en 2016. Y lo que sus cerca de novecientas páginas dejan claro es que, si algo caracteriza a RC, es su oportunismo. El partido de Roberto Vaquero empezó sus andadas intentando imitar al Partido Comunista de España (marxista-leninista) de Elena Ódena, nutriendo su línea política formal de plagios de Bitácora Marxista-Leninista, y enviando, en el año 2014, a dos de sus militantes a combatir en el Kurdistán en favor del Partido de Unión Democrática, hecho que les valdría una suspensión temporal bajo la acusación de terrorismo, pues tras la intervención policial en la Operación Valle, la Audiencia Nacional vinculó a los militantes con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán. La participación de dos de sus militantes en el Batallón Internacional de Liberación es uno de sus «hitos fundacionales», uno al que Roberto Vaquero alude vagamente –dando a entender que fue él, personalmente, el que fue a combatir– y que ahora ha sido resignificado como ejemplo del compromiso del Frente Obrero en su lucha contra el islamismo.

Pero lo que nos interesa aquí no son ni RC ni las tropelías de sus militantes, si bien revelan el carácter profundamente anticomunista de la organización, tales como el acoso sexual interno, el machismo rampante entre sus filas, las filias de Roberto Vaquero, su tienda de animales exóticos, el acoso a exmilitantes, el componente sectario y, por supuesto, su ya mencionada línea política formal, un plagio descarado de la de Bitácora Marxista-Leninista. Lo que nos interesa es el nacimiento del Frente Obrero. Porque es en esta burda intentona por encontrar un lugar «distinguido» en el comunismo estatal que el partido de Vaquero da con su herramienta perfecta para «acercarse a los obreros». Si el PML (rc) intentaba impostar al PCE (m-l), quedaba imitar el órgano con el que el último pretendió aglutinar a las masas en las postrimerías de la dictadura franquista: el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP).

En el planteamiento de su reiteración del FRAP, RC tomó las tesis que lo caracterizaron especialmente a partir de 1976, aquellas que ponían mayor énfasis en el republicanismo con el fin de galvanizar a las masas en contra del rey Juan Carlos I, nombrado sucesor como cabeza del Estado por Franco en 1969. El «patriotismo revolucionario» y el republicanismo general, así como la repetición, punto por punto, del análisis coyuntural del PCE (m-l), brindaban a RC los medios para realizar una rebaja programática que reposaba sobre las «tareas pendientes para acabar de democratizar España», para rechazar la revolución armada so pretexto de «realizar una revolución por fases» –algo a lo que el PCE (m-l) acabaría renunciando– y para practicar el creacionismo de frentes de masas en lugar de combatir políticamente en aquellos ya existentes. Así fue como Vaquero y su pléyade repitieron conscientemente los errores que habían supuesto el fin del PCE (m-l), solo que ahora con una intencionalidad muy distinta. Y esta imitación del FRAP, como los camaradas podrán imaginar, es el origen del Frente Obrero o, como era conocido inicialmente, Comité pro-Frente Obrero, cuya fundación se remonta al año 2018, tal y como los camaradas podrán apreciar aquí. De su creación, la revista «De acero», publicación del PML(rc), afirma, en su número XV, que:

El trabajo desarrollado y la justeza de nuestro programa hicieron que centenares de personas se afiliaran al Frente Obrero. Se montaron juntas por todo el territorio español, el proyecto fue un éxito sin precedentes. Oficialmente iniciamos la andadura con la publicación de los puntos programáticos en octubre de 2018, se daba inició al Comité pro-Frente Obrero. El 14 de octubre de 2018 se realizó la I Conferencia Político-Organizativa del Frente, en la que se eligió la Junta Nacional y al Secretario General, Carlos Gómez. Actualmente seguimos en el proceso de construcción, trabajando incansablemente para acumular fuerzas y poder realizar el salto político constituyéndonos como Frente Obrero. El Frente Obrero ha sido noticia incluso en los medios de comunicación del sistema por su lucha contra el posmodernismo, su labor por la república y la lucha obrera. El Frente Obrero ha significado la irrupción de las fuerzas obreras una vez más en la escena política. Estamos recuperando el espacio de la izquierda combativa y revolucionaria, obrera y transformadora, luchando incansablemente contra todos los que oprimen a nuestra clase, incluidos la izquierda caviar, progre, snob y posmoderna que en realidad solo defiende sus propios intereses oportunistas. El Frente Obrero es una fuerza de futuro y de esperanza, representa a las fuerzas del progreso y de la transformación, es heredero de toda la lucha obrera y revolucionaria que se ha desarrollado en España5.

Así, al igual que ocurrió con el FRAP, el Frente Obrero terminó siendo un aglutinador de todas las organizaciones satélites de su matriz, RC, y no un «frente de frentes». Pero, a diferencia del PCE (m-l), el PML(rc) carecía –y carece– de unos principios políticos sólidos, de un programa político fruto del análisis certero de la realidad, y de una masa militante compuesta por cuadros políticos curtidos en la militancia legal e ilegal. Es decir, si el PCE (m-l) trató de rectificar, aunque tardíamente, su despliegue práctico, RC ahondó en él. Es en este punto que debemos señalar lo ya evidente: RC nunca ha sido una organización comunista, por más que se presentara así desde un primer momento. El PML (rc) fue, desde un primer momento, un grupúsculo compuesto por un puñado de jóvenes –muchos de ellos provenientes de familias burguesas o aristócratas obreras– que, de forma más o menos deshonesta, pretendían realizar alguna suerte de «cambio social». Las sucesivas fugas masivas de militancia –tal vez la más numerosa ocurrió en 2019– desangraron a la organización del acervo revolucionario que logró aglutinar en base a su falsa propaganda, y el mismo oportunismo que llevó a Vaquero y su camarilla a declararse marxista-leninistas en aras de encontrar su lugar bajo el sol fue el que operó, ahora completamente desatado, en el proceso de fascistización que estamos a punto de definir.

El Frente Obrero se constituyó tal y como lo conocemos hoy en marzo de 2019. Para aquel momento, hacía tiempo que el PML (rc) ya vertía todos sus esfuerzos políticos en su «frente de masas». Se estableció una división tajante entre las actividades del partido y las del frente, si bien éstas se celebraran en sucesión directa y los asistentes fueran exactamente los mismos. Esta división tajante entre actividad de partido y de frente, entre evocación vacía del folclore revolucionario y asistencialismo –como veremos a continuación– es la sublimación de la mentalidad imperante hoy entre las filas del comunismo: las amplias masas, atrasadas ideológicamente, requieren un discurso rebajado, estupidificado, para encuadrarse en las organizaciones frentistas. Este papel, el de ir «a ellas» para alumbrarlas mediante la práctica es tarea de los comunistas, generalmente jóvenes y de una extracción social concreta. El trabajo en los centros productivos es sustituido por la militancia en la esfera del consumo –vivienda, recogida y reparto de alimentos, etc.–, que se erigen en alteridad, cuando no contraposición directa, a la práctica laboral.

Este modelo encontró su forma más consecuente en el despliegue organizativo del Frente Obrero, que aprovechando el folclore republicano sustituyó sus consignas nominalmente revolucionarias por otras nítidamente asistencialistas. Así, el sufijo «patriota revolucionario» le fue agregado a palabras tales como «sindicalismo», «recogida de alimentos» o «sindicalismo de vivienda». Pero la forma en que se denomina algo no cambia la cosa en sí, y el asistencialismo frenteobrerista, entrelazado con el oportunismo característico de la organización, no era concebido siquiera de forma «honesta». En contraposición a la miríada de organizaciones que piensan, equivocada pero honestamente, que a más comida repartida y más desahucios frenados más se eleva la conciencia de clase, el Frente Obrero siempre concibió su frentismo como un instrumento populista y propagandístico. La deshonesta honestidad, la flexibilidad política de una organización sin principios erigida alrededor de una camarilla y el constante despliegue del asistencialismo constituyen la génesis del viraje del Frente Obrero al fascismo abierto.

Porque el asistencialismo populista no solo es la forma política mediante la que la pequeña burguesía y la aristocracia se acercan a las masas, sino que es ineficaz entre el proletariado, que se adormece bajo la tutela de aquellos que luchan por él, que hablan en su nombre, y que, mientras le ofrecen pan, le arrebatan la capacidad de luchar. Pero el asistencialismo es eficaz, mucho, para estimular a la pequeña burguesía, ávida de sentirse útil políticamente. El asistencialismo es casi tan eficaz como lo son los escraches a los actos políticos institucionales, que el proletariado tiende a ignorar pero que la pequeña burguesía consume con entusiasmo. Y a la rebaja programática, la práctica política propia de la pequeña burguesía y la composición de clase de los «cuadros» del Frente Obrero debemos agregarle la contribución del pequeño comercio al Banco Obrero Solidario de Alimentos, la facilidad de la aristocracia obrera para adherirse al discurso sindical obrerista del Frente Obrero en Lucha y la laxitud ante el reaccionarismo propio del proletario embrutecido. El crecimiento cuantitativo en base a estas clases sociales sigue a las ligazones organizativas y, en consonancia, la línea se modifica. El republicanismo abstracto da lugar a la defensa de la nación española, y la defensa del derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas es desechada tan pronto como el Frente Obrero es incapaz de hincar el diente en el Procés. El envío de dos brigadistas a Rojava, que en 2016 era presentado como una gesta contra el fascismo del Estado Islámico, es presentado, ahora, como una lucha encarnizada en defensa de la cristiandad cultural. La denuncia del imperialismo estadounidense, hábilmente entremezclada con los análisis realizados por el PCE (m-l) hace cincuenta años, son ahora la justificación por la que se presenta la cacareada lucha por la soberanía nacional, secuestrada en los despachos del Pentágono. Y las tesis feministas presentadas como marxistas, fruto de la misoginia de la organización, una vez conchabadas con el feminismo institucional más reaccionario, sirven como arma arrojadiza contra el proletariado trans, contra el «dogma queer», contra «el sistema». El Frente Obrero es aplaudido por su incorrección política, el interés en la organización crece, y el PML (rc) resta como un órgano vestigial.

Así inicia su recorrido el Frente Obrero fascista: en evidente alianza con la pequeña burguesía y la aristocracia obrera en crisis. Y las bases sobre las que se asienta su programa son las mismas que articulan el orden burgués. La Revolución Francesa inició la contienda contra el viejo mundo, el del derecho por la sangre, el del siervo y el señor. En su lugar, los revolucionarios proclamaron «¡Libertad, igualdad, fraternidad!». Agotado el contenido revolucionario de la burguesía y desplegada ésta como clase parasitaria, la Francia de Vichy retorció los principios sobre los que su clase se impuso. En su lugar, el capital monopolista francés, el mismo que entregó a su proletariado al fascismo alemán, tomó como lema «Trabajo, familia, patria». Estos son los principios que el fascismo defiende, los pilares sobre los que erige la civilización burguesa. El Mariscal Pétain hasta tuvo la decencia de disponerlos por orden. Trabajo asalariado, familia y nación. Estos son los principios que el fascismo, en todas sus versiones, defiende descaradamente. Y estos son, camaradas, los principios que defiende el Frente Obrero.

UN FASCISMO PARA EL SIGLO XXI

Llegamos, al fin, al Frente Obrero tal y como existe a día de hoy. Aunque muchos de sus militantes lo sigan negando, el PML (rc) ha quedado ya atrás, del mismo modo que la parafernalia comunista ha sido abandonada en favor de la estética «incorrecta» de tonos blanquinegros en la misma medida en que la bandera tricolor se funde, desde la convocatoria alternativa en las protestas de Ferraz, con la rojigualda. Pero todo ello no es más que la expresión formal de un cambio mucho más profundo. Desgranaremos esta cuestión apoyándonos principalmente en su programa, que contiene ya, en su edición previa al IIº Congreso, todos los puntos programáticos que hacen del Frente una organización fascista. Observarán los camaradas que en el desarrollo que estamos a punto de iniciar se repetirán dos constantes: la presentación de las contradicciones inmanentes del capital como problemas «exógenos» e importados maniqueamente, por un lado; y el uso hábil de la mentira y de las apariencias, intencionado o no, por el otro. Incidiremos de forma reiterada, casi machacona, en ambas cuestiones, pues las formas ideológicas que el fascismo despliega no solo han tenido una importancia catastrófica en su propalación entre las masas, sino que vienen a demostrar el carácter verdadero del movimiento. Al fin y al cabo, una dictadura de emergencia presupone, de forma evidente, una «emergencia». Y en la fase monopolista madura, los mismos principios que cimentan el capital se tambalean con fuerza, en primera instancia, por la agudización de las contradicciones del capital.

Al presentar estos problemas como una externalidad corrosiva, el fascismo arremolina el poder político suficiente para enfrentarse a un conjunto de «amenazas» que, una vez neutralizadas, serían incapaces de alterar el orden de las cosas. La notable ausencia del enemigo acérrimo del capitalismo, el Partido Comunista, no impide que las formas políticas que emanan de sus contradicciones no sean señaladas como enemigos de gran importancia. Así, el Frente Obrero no solo es incapaz de enfrentarse al agente que encarna la contradicción fundante del capital, la contradicción existente entre capital y trabajo, entre trabajador y burgués, sino que es capaz de impostar esta posición mediante una treta hábil. Al contraponerse al social-liberalismo que neutraliza, encuadra e incorpora las luchas parciales en el andamiaje estatal, el Frente Obrero conjura, de un golpe, todos los elementos de la crisis como un solo ser. Mediante la retórica y el embuste, los de Vaquero hablan del «trabajador» en su faceta embrutecida, contraponiéndolo a las expresiones políticas de los sectores minoritarios del proletariado. La cosa, dicen, consiste en que el trabajador trabaje dignamente, y no en que los «politicuchos» que han «traicionado al pueblo» centren sus agendas en «hormonar críos». Primero, nos preguntamos de qué forma los representantes políticos de la burguesía han podido traicionar a la clase contra la que actúan. Y, segundo, aquí, en este discurso, encontramos la verdadera raíz de su programa, de su objetivo. Porque los medios que pretenden emplear para resolver la miríada de «problemas» que destruyen el verdadero carácter de la patria son, a todas luces, aquellos propios del fascismo. Lo que proponen, en pocas palabras, es el incremento de la represión y la agencia del Estado en alianza estrecha con las capas «patrióticas» –chovinistas, más bien– de la sociedad, tomando como modelo al ídolo del fascismo de nuevo cuño: Bukele. Así, el Frente Obrero se define del siguiente modo:

El Frente Obrero es un movimiento patriota y revolucionario, que lucha por y para los trabajadores, por y para España. No somos reformistas, nuestro objetivo es la transformación de la sociedad, no parchear lo que tenemos. España necesita cambios drásticos, y nosotros vamos a promoverlos.6

Indaguemos ahora, camaradas, en un análisis general –y breve– de su posicionamiento. Ya hemos visto que el Frente inicia su proceso de fascistización en base a la aplicación de métodos de lucha política pequeñoburgueses y mediante su vinculación orgánica con esta clase social. Lo que empezó con la incorporación del pequeño comercio a las actividades del Banco Obrero Solidario de Alimentos ha terminado por llevar a Roberto Vaquero a realizar vídeos en defensa de la tumba de un falangista. Su colusión con las capas más reaccionarias de la pequeña burguesía y la aristocracia obrera en crisis se ha ido profundizando a lo largo de los últimos años. Pero lo que en ningún caso podemos hacer es «tomar la parte por el todo». Las expresiones de la fascistización del Frente Obrero no son consecuencia, sino causa del fenómeno. En el anterior apartado afirmábamos que el frente y su organización matriz, RC, posaron durante largos años como organizaciones comunistas cuando, en realidad, nunca se dio una asimilación de los principios básicos de la ideología revolucionaria por ninguno de sus miembros restantes. Intentaremos ilustrar lo que acabamos de afirmar con un puñado de ejemplos, todos ellos extraídos de su programa. Arrancaremos con el décimo punto de este, que dice así:

Además, estos últimos años el feminismo “clásico” ha desvariado hasta el punto de negarla existencia material de la propia. El feminismo queer, no sabe definir qué es ser una mujer, porque ha dejado de ser algo biológico, para ser algo sentido, asignado… Y esto ha provocado que las propias mujeres se vean apartadas por ejemplo de algunas categorías deportivas. Sus líderes son varones biológicos con vestido y peluca y algunas mujeres han sido expulsadas de su propio movimiento.7

Camaradas, detengámonos a desgranar este caso de rigurosa actualidad para ver «qué ocurre realmente». Para ello debemos, en primera instancia, esclarecer la base sobre la que reposa la mal llamada «cuestión de género».

El capitalismo, a medida que reemplaza el modo de producción feudal, subsume la institución de la familia bajo una nueva forma: la familia nuclear monógama capitalista. Esta, a su vez, es el resultado del desarrollo histórico de las sociedades clasistas, y podríamos trazar su verdadero origen en el neolítico, con el surgimiento del plusproducto a razón del nacimiento de la agricultura y la consiguiente aparición de la división sexual del trabajo. El capitalismo como modo de producción abstracto subsume a la familia, pero tiende a destruirla. Al reemplazar las relaciones de dominación directas, personales –un siervo particular le rinde pleitesía a un señor particular–, por otras impersonales –el capitalista encarna el capital, y el proletario encarna el trabajo abstracto–, podríamos decir que «al capital», en su sentido abstracto, le es irrelevante que el explotador o el explotado tengan una u otra genitalidad. Este principio, contrarrestado por los movimientos políticos existentes en un orden de concreción mayor, crea las condiciones materiales para que los seres humanos se igualen entre sí en calidad de explotados y explotadores y, por lo tanto, para que existan en primer lugar las luchas políticas que se vertebran alrededor de la disolución de la división social en «géneros» y en «sexos». Esto está acompañado por la introducción masiva de la mujer en el mercado laboral, cosa que, compaginada con su igualación formal a ojos del derecho burgués, disuelve el encorsetamiento firme de los humanos en base a su sexo. Aunque este desarrollo se dé de forma desigual en las naciones del globo, la conclusión más elemental es que tiende a barrer con la familia monogámica capitalista y, con ella, con la división sexual del trabajo. Es en este contexto que el proletariado trans, igualado al resto en tanto que personas leídas como «funcionales» –es decir, con capacidad de ser explotadas bajo la forma del trabajo asalariado– encuentran, por primera vez en la historia, un recoveco en el que existir y hacerse valer políticamente. Esto no significa, ni mucho menos, que haya cesado su persecución en la amplia mayoría del globo, que no sean víctimas de la discriminación o que no sean, en términos generales, una porción del proletariado especialmente vulnerable ante la reacción. Lo que esto significa es que las personas trans pueden existir como consecuencia directa de las contradicciones inmanentes del modo de producción capitalista, como consecuencia de la disolución de la familia. Y he aquí la verdadera base sobre la que se cimenta la inflamación de la reacción: la defensa de la familia, unidad mínima de la sociedad y entidad de codependencia, que ahora se encuentra en crisis.

Esta contradicción «intrínseca» al capital barre, como acabamos de ver, con una de las mismas bases sobre las que se cimenta. Es un problema «interno», y no «externo» al desarrollo inmanente del capitalismo en unas condiciones dadas. Aquí confluyen, en consonancia con esta tendencia, innumerables corrientes políticas de signo reaccionario, desde luego. Pero la posición verdaderamente progresista aquí descansa, primero, en la defensa del proletariado trans, que solo ahora puede batallar por su igualación al resto de individuos de la sociedad y, segundo, en el aprovechamiento de esta disolución «automática» de la familia. El comunismo es enemigo de la familia, de la división sexual del trabajo, de la división de la sociedad en géneros. La reacción, en cambio, defiende aguerridamente la familia. La discriminación y la agresión a las personas trans, así como el odio irracional al feminismo, movimiento burgués que siquiera pone en jaque las mismas bases de la posición de la mujer en la sociedad, se da en tanto que reacción a la descomposición de la familia, del orden establecido. El rechazo irracional y visceral a una mujer trans se puede explicar, desde luego, «psicológicamente», pero el «decalaje», la «disonancia» existente en la mente del reaccionario emana de la disociación de la imagen preconcebida de «mujer» construida históricamente alrededor de su función como paridera. 

Esclarecida someramente la base del problema, veamos qué dice el Frente Obrero en su programa sobre esta cuestión:

Desde hace unos años hemos podido ver cómo la ideología nefasta del posmodernismo se ha incrustado en el poder, se ha convertido en lo hegemónico y se ha impuesto en todos los órdenes. El feminismo es uno de sus máximos exponentes. Para nosotros todo movimiento o ideología que apueste por la segregación de sexos, por el interclasismo, por la división de la clase trabajadora, por el enfrentamiento entre hombres y mujeres y por la discriminación de cualquier tipo, es en esencia algo reaccionario.

Pero más allá del feminismo radical o más “clásico”, el nuevo feminismo dominante ha retorcido aún más la situación. Se ha vuelto contra la propia mujer, hasta el punto de negar su existencia material. Ahora para el feminismo, ser mujer ya no es algo biológico, sino que es algo asignado, por lo que el sexo pasaría a ser sentido, primando la idea a la materia.

El materialismo vulgar se muestra, una vez más, al servicio de la reacción. Pero, dejando a un lado las tergiversaciones fruto de su superficial lectura de las obras marxistas, los camaradas podrán observar hasta qué punto el planteamiento del Frente Obrero se ajusta con el fenómeno que hemos descrito unas líneas más arriba. Sigamos con otro ejemplo más aprovechando el fragmento que acabamos de citar. Fijaos, camaradas, en cómo el Frente tacha el feminismo de «interclasista», característica de connotaciones negativas. En su segundo, «Los trabajadores primero», dicen:

El capitalismo no se puede reformar, es un sistema basado en la explotación de la gran mayoría de la población al servicio de unos pocos. Es por eso que todos los partidos del sistema siempre acaban defendiendo al gran capital.

Necesitamos un nuevo movimiento en defensa de los trabajadores, combativo y, por supuesto, patriota. Los ricos son los únicos que no tienen patria, su patria es el dinero, y mientras reciban su parte no pondrán pega alguna a las agendas que nos imponen desde afuera y que poco a poco destruyen nuestro país. Sin soberanía, no tenemos un futuro por el que luchar.

Inmediatamente después y en el mismo apartado se lanzan a la defensa del «autónomo», término jurídico que incorpora tanto proletarios como gran-burgueses. Así es como el Frente Obrero «camufla» su política interclasista, hablando de «trabajadores» pero defendiendo a los pequeñoburgueses:

Eliminación de la cuota para los autónomos que no llegan al SMI e implementación de una bonificación total por baja. Cuotas más reducidas para los autónomos. Garantizar la jubilación a los autónomos.8

Y esto, claro está, sin tomar en cuenta la multiplicidad de declaraciones que Vaquero, Turia o Sanz han podido hacer a lo largo de estos años, entre las que encontraremos una cantidad ingente de referencias y afirmaciones de este tipo. Esta incongruencia, que puede ser intencionada o no, entronca perfectamente con la concepción fascista, de origen anarquista, del «trabajo productivo». En cualquiera de los casos, la medición del trabajo que realiza el Frente Obrero reposa sobre su aparente necesidad inmediata, sobre su contribución a la construcción de la «nación», de su fortalecimiento. Aquí encontramos, de nuevo, un problema exógeno a la producción en sí misma. Mientras que la desesperación del pequeño-burgués se deduce de su constante liquidación por la tendencia del capital de agravar las contradicciones de clase, el Frente plantea el problema como una «cuestión de impuestos», recogiendo así el ideario típicamente pequeñoburgués que, por supuesto, omite que una porción sustancial de estos «impuestos» se deducen del salario que deben pagar a sus asalariados, del que una parte nada desdeñable va directamente al Estado antes de que éstos lo perciban siquiera. Dicho de otro modo, el relativo «bienestar» del proletariado patrio choca diametralmente con los intereses de la pequeña burguesía, que necesita explotarlo de la forma más descarnada posible si es que quiere seguir siendo competitiva. Todo este problema de la «productividad», que el Frente Obrero vincula con la industrialización, acaba por conducir a la «pérdida de la soberanía» y la «degeneración posmoderna», siendo que:

Los mismos que dicen defendernos desmantelan la industria y venden nuestra soberanía; nos arrebatan derechos a cada día que pasa. Llevamos más de 10 años sin una huelga general, pero lo importante para ellos es la opresión imaginaria de minorías o el lenguaje inclusivo. Resulta que los trabajadores españoles somos unos opresores, que debemos hacernos a un lado para que se cumpla la agenda del “progreso” promovida por oligarquías multimillonarias a nivel mundial. Se ríen de nosotros9.

Vaquero y su séquito afirman que España está «desindustrializada», cuando una formulación más adecuada sería afirmar que, en realidad, España está «terciarizada» –y usamos este discutible término a falta de otro mejor–. Lo que encontramos es que en 2008 se cierra un proceso que venía dándose desde los años 80 del pasado siglo: la pujanza de España como país imperialista moderno y su consiguiente reconversión industrial. La industria pesada se mantiene en suelo nacional, y es nutrida con gran cantidad de fondos y trabajadores. Recordemos que, según el SEPE, en España, en el año 2022, 6.811 empresas industriales, el 4% del total, empleaban a la friolera de 1.391.797 asalariados, un 61,38% del total de trabajadores de la industria. Estas dos cifras son solo la superficie del entramado industrial español. Un examen más concreto revela que España, en el año 2020, producía 11 millones de toneladas de acero anuales en 22 plantas; 2,27 millones de vehículos, 16.035 millones de metros cuadrados de cerámica y 7,6 millones de toneladas de carne. Estos son solo algunos ejemplos del poderío industrial español que, por otro lado, ha externalizado parte de su producción a países del norte de África y, muy especialmente, en Marruecos. En 2021, según el informe «Marruecos, nuestro socio comercial más destacado en el norte de África» elaborado por la Confederación Española de Organizaciones Empresariales –CEOE–, 669 empresas españolas poseían al menos el 10% de capital de un número indeterminado de empresas marroquíes, y 524 empresas del país eran filiales de empresas españolas. Pero el caso más extraordinario es el de Inditex que, tras el «boom» económico del sudeste asiático y su consiguiente aumento de los costes salariales e incremento de las presiones gubernamentales, reubicó su producción en el norte de África. Inditex subcontrata a casi 200 empresas marroquíes que, a su vez, emplean a 90.000 proletarios en condiciones infrahumanas.

La plétora de cifras que hemos puesto a vuestra disposición no solo revela, tal y como decíamos, que España es un país plenamente industrializado, sino que también hemos realizado un tímido anticipo de hasta qué punto constituye una potencia imperialista –por más que secundaria en la arena internacional–. La relación entre ausencia de industria y pérdida de la soberanía nacional que establece el Frente Obrero traería como consecuencia la dependencia de productos extranjeros. Romperemos la regla que nos hemos marcado al inicio de la sección para enlazar, en lugar de un artículo del programa del Frente, un tuit de Roberto Vaquero que, consideramos, es especialmente útil para ilustrar el trampantojo al que nos referimos:

Deberíamos dejar de importar esta basura. Matan nuestra industria y a cambio se dedican a meter en el país alimentos regados con aguas fecales. Es una vergüenza.10

La supuesta ausencia de industria, de productividad, supone la pérdida del poder político y trae consigo la necesidad de depender de terceros países. En este caso se trata de Marruecos, país fetiche para el frenteobrerismo y origen de todos los males. En la segunda sección decíamos, cuando hablábamos de la concepción anarquizada del sentido de la productividad de los primeros fascismos, que ella constituía una defensa del pequeño productor. Porque la productividad de las profesiones en la era del capital, camaradas, no se mide en sus cualidades en tanto que valores de uso, en tanto que bienes, sino en tanto que mercancías. Una actividad económica será productiva si es capaz de generar plusvalía. Así, que los grandes capitales encuentren más lucrativa la terciarización, la exportación de capitales, la externalización de la producción a terceros países o el turismo de sol y playa no guarda relación alguna con que tales decisiones vengan impuestas externamente, sino que su promoción y desarrollo radica en que tales son las formas mediante las que la burguesía obtiene mayores ganancias. Sin embargo, la cantinela de la «pérdida de la soberanía nacional» es la excusa perfecta para la vertebración de un proyecto interclasista que, llegados a este punto, no es más que la degeneración del ya de por sí reformista planteamiento de la «revolución por etapas» que el Frente proclamaba en su nacimiento. Para hacer la revolución, dicen, primero hay que «descolonizar España» del capital yanki, de la injerencia externa con la que adormecen y alteran la cultura y el sustrato cultural de la «civilización española», de raigambre católica. El «dogma queer» habría sido creado en las salas de contrainteligencia del Pentágono, el independentismo estaría financiado por Rusia, y la llegada masiva de inmigrantes consistiría en una estrategia de Marruecos bendecida y financiada, por supuesto, por las grandes élites financieras. El Frente Obrero encuentra en estos tres puntales un sustrato incomparablemente fértil desde el que lanzar sus tres «contraofensivas a la degeneración». Si el capital barre las bases sobre las que se asientan los géneros, ellos dicen: «¡familia!». Si la lucha por la emancipación nacional de las naciones oprimidas por España aflige la Sagrada Unión mientras la gran burguesía patria sacrifica al proletariado nacional y extranacional, ellos dicen: «¡Patria!». Si la pequeña burguesía es incapaz de explotar como antes, ellos dicen: «¡Trabajo!». Y para los que no obedezcan, «¡más policía!».

Este breve examen, creemos, es suficiente, al menos para dictar sentencia. El Frente Obrero constituye un movimiento fascista embrionario. Lo afirmamos no solo por la apariencia que adquieren sus posicionamientos, sino porque, como acabamos de ver, su esencia no es otra que la de la defensa de los pilares fundamentales sobre los que se vertebra el orden burgués. Lo afirmamos, también, por los métodos que dicen estar dispuestos a emplear, por las categorías que despliegan para justificarlos y por una tercera cuestión en la que no hemos incidido en el documento porque, además de ser bien conocida, es, llegados a este punto, innecesaria para demostrar su verdadero carácter. Nos referimos, por supuesto, a sus más que amistosos contactos con policías y militares, a su cercanía a la plétora de sacerdotes reaccionarios que ahora propalan su veneno por redes sociales, a su sistemática integración de militantes fascistas o reaccionarios, principalmente provenientes de VOX, a sus filas. Lo decimos también por su participación en medios falangistas, tales como EDATV, y porque se disputan el espacio político con ellos, abrazando tesis tales como «la españolidad étnica» en contraposición a la «comunidad del destino» en aras de demostrarse más radicales. Es irrelevante que sus proclamas sean inoperativas en el actual momento, es indistinto que muchas de ellas sean fruto del más lateral y disociado de los análisis. Porque en un país cuyo campo presenta la siguiente tasa de mecanización y organicidad del capital:

El Frente Obrero propone, en el duodécimo apartado de su programa, lo que sigue:

La falta de inversión en el campo trae consigo la falta de construcción y reparación de infraestructuras esenciales, la ausencia de servicios y la falta de empleo. Todo esto lleva inevitablemente al éxodo de mano de obra del campo a las ciudades, donde el desmantelamiento paralelo de la industria, el desempleo y la falta de experiencia en otros sectores les lanza hacia trabajos precarios o hacia sectores como la hostelería y el turismo, como mano de obra barata.

(…)

Esta «ausencia de inversión» se traduciría, según el tercer punto del programa, en lo que sigue:

Es necesario que España abandone la Unión Europea, se reindustrialice, se tecnifique y modernice la producción en el campo.

Pero, ¿acaso es relevante que su programa esté cimentado en el aire? No, camaradas. A los agricultores, término difuso para referirse a los pequeño-burgueses agrícolas que, en febrero de 2024, protagonizaron las «tractoradas» –el nombre lo dice todo–, tal cosa les es indistinta. Lo que les importa, lo que ven, es una fuerza política de su mismo signo político, una que se está abriendo camino entre su homólogo urbano. Perciben en el Frente Obrero su instrumento político real, el que recoge el verdadero sentido de sus demandas y el que, por el momento, se presenta como honesto guardián de su causa, que podemos resumir como: «¡dejadnos explotar más y mejor!» «¡Protegednos de los productos extranjeros, pero dejadnos practicar el más descarnado de los libres comercios!». La demostración de la falsedad de sus tesis es útil para el esclarecimiento propio y para el proletariado. Pero no lo es, bajo ningún concepto, para arrebatarle al Frente el apoyo de la clase que, en su desesperada intentona por salvarse, acelera su propia destrucción.

UNA BREVE CONCLUSIÓN

El Frente Obrero se constituye, pues, mediante la galvanización de la pequeña burguesía y la aristocracia obrera radicalizadas alrededor de un proyecto político fascista en contraposición con el social-liberalismo imperante. Es un movimiento naciente, sí, pero ya demuestra más éxito electoral y mediático que la suma de la totalidad de partidos comunistas que existen en el Estado. No obstante, tal y como ocurría con el fascismo mussoliniano y el fascismo de D’Annunzio, sería un error garrafal equiparar el Frente Obrero a otras formaciones igualmente fascistas que existen en el Estado. Especialmente si nos referimos a su más directo competidor, uno que se gesta en el momento en que se redactan estas líneas: Núcleo Nacional. Porque, camaradas, el Frente Obrero no replica la práctica del fascismo clásico, una apoyada en el escuadrismo extraparlamentario. Esta práctica depende, en primer lugar, de una espontaneidad de las masas cuasi-inexistente en la España de nuestros días, y, en segundo lugar, de un Estado democrático-burgués insuficientemente desarrollado, incapaz de transformarse, sin presión o ayuda extraestatal, en un Estado fascista. El Frente, siguiendo la estela del más avanzado revisionismo y adaptando su metodología política parlamentaria al fascismo, es sabedor de que la era del escuadrismo fascista ha terminado. En su lugar, opta por realizar, en contraposición a Núcleo Nacional, una actividad netamente parlamentaria y estatal. Si la gran burguesía descarta, llegado el momento, su preciada democracia burguesa, no necesitará de fasci ni de SturmAbteilung, no en la medida en que el capital italiano y alemán los necesitaron el pasado siglo. La gran burguesía es, llegados a este punto, más que capaz de transformar e incrementar su potencial represivo. Pero, para ello, necesitará también cambiar sus representantes políticos. El Frente Obrero y VOX se presentan, así, como dos agentes políticos útiles que ambicionan y se postulan como ocupantes de esta posición. Pero de esto, camaradas, hablaremos en un futuro artículo.

El oportunismo derechista de Reconstrucción Comunista, única práctica que llevó a cabo consecuentemente, es el origen de su viraje fascista. Ese «mientras tanto» con el que tantos comunistas se llenan la boca conduce al más burdo reaccionarismo. Si el comunismo no mueve a las grandes masas, pensó Vaquero, hay que rebajar el discurso, rebajar la ideología comunista y, finalmente, abandonarla por completo con tal de «seguir con las masas». No sabemos cuál será el momento decisivo en el que el Frente Obrero se declare abiertamente anticomunista. Tal vez sea con el fin de Roberto como líder, o quizás con su fusión con otras organizaciones fascistas en la hora decisiva. Lo que debemos recordar siempre, camaradas, es que el oportunismo conduce a la trinchera contraria. Siempre.


  1. El fascismo. Pág. 149. Por Stanley G. Payne. 1980. Alianza Editorial, 2009. ↩︎
  2. El concepto de fascismo. Reseña de Stanley G. Payne de las obras sobre el fascismo de Paul Gottfried y David D Roberts.
    Revista de Libros. 2017. ↩︎
  3. Gueorgui Dimitrov. La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional en la lucha por la unidad de la clase obrera contra el fascismo. 1935. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/dimitrov/1935.htm ↩︎
  4. RSA Madrid, «Quiénes somos», mayo de 2010. https://rsamadrid.wordpress.com/%C2%BFque-somos/ ↩︎
  5. Roberto Vaquero. «Esbozo de nuestra historia. A modo de introducción». De Acero nº XV. 25 de febrero de 2020. En: https://reconstruccioncomunista.es/wp-content/uploads/2020/02/De-Acero-X-Aniversario-PMLRC-1.pdf ↩︎
  6. Programa del Frente Obrero. Disponible en: https://frenteobrero.es/wp-content/uploads/2024/04/Programa.pdf ↩︎
  7. Íbid. ↩︎
  8. Íbid. ↩︎
  9. Íbid. ↩︎
  10. Disponible en: https://twitter.com/RobertoVaquero_/status/1765701114261893303 ↩︎