EL DÍA DE LA RAZA
11 de octubre de 2024

La fiesta nacional de los Estados Unidos es el día 4 de julio, y conmemora el día en que el Congreso Continental adoptó la Declaración de Independencia. En Francia, la burguesía nacional decidió apropiarse del 14 de julio, el aniversario del Asalto a la Bastilla, la inmortal gesta de unas masas parisinas que, sin saberlo, precipitaron la llegada del mundo moderno. En China, la fiesta nacional es el 1 de octubre, aniversario de la proclamación de la República Popular China, el cénit de una revolución traicionada. ¿Qué día ha escogido la burguesía española para celebrar su fiesta nacional? No es el 2 de mayo, momento fundante de la nación, en el que las masas se alzaron contra el invasor francés. Desde luego que no es el 14 de abril, el día en que se proclamó la Segunda República, gobierno burgués hoy rechazado en punto por el bien de la «unidad nacional». No, desde 1987 el día en que España celebra su fiesta nacional es el 12 de octubre: el Día de la Raza. ¿Qué gran gesta conmemora esta fecha? El nacimiento del colonialismo, el pillaje de las Américas y las tropelías de los encomenderos. El sufrimiento de las clases oprimidas colonizadas, y la miseria de las clases oprimidas «patrias». La inflación por la llegada del oro, la esclavitud, la explotación, las guerras en Flandes y el orgullo herido de un imperio torticero.

No es esto motivo de lamentación, sino de celebración. No existe a día de hoy ni una sola fuerza política que reclame consecuentemente las causas de los explotados. De los bagaudas, del Motín del Pan de Córdoba y de los comuneros, la Academia verdaderamente nacional, verdaderamente Patria, no quiere ni oír el nombre. Los héroes del pueblo solo pueden aparecer, claro, como héroes nacionales. Pero, por suerte para nosotros, en este país el «pueblo» siempre ha tenido la sana costumbre de alzarse para derribar a su gobierno, y no para ensalzarlo. No existe en España un 1848, y los mismos que en 1812 reclamaban el retorno del rey poco tardaron en aborrecerlo tanto o más que al cuirasser.

¿Qué tenemos hoy, camaradas? Por un lado, la tibieza ideológica del social-liberalismo, capaz de ceder hasta los calzoncillos con tal de ocupar un ministerio ficticio. Por el otro, la negra reacción, tan casposa, tan de sol y sombra y de burdel. Y así las cosas, España es hoy una broma de mal gusto, la heredera de un fascismo que murió solamente porque constreñía las ganancias de sus amos, la ruina de un imperio tan casual como deplorable, el resto de dos centurias que se han saldado con el absoluto triunfo de la negra reacción. Larra, hace ya dos siglos, describió muy bien este lodazal:

En este triste país, si a un zapatero se le antoja hacer una botella y le sale mal, después ya no le dejan hacer zapatos.

Pero esto, camaradas, no es «cuestión de carácter», como reza la fábula del alacrán. No odiamos España por ser españoles, porque no somos tal cosa. Somos comunistas. Tampoco odiamos España, no toda ella. Al fin y al cabo, «en cada nación moderna hay dos naciones…», y la nación que nos interesa, aquella del «Lazarillo» y del «Romancero» de Lorca; aquella que fue obligada a morir en las Américas y el Rif; aquella que mataba toreros cuando faltaba el pan y que alimentaba la tenebrosa imaginación de un Goya derrotado, es una en verdad digna de nuestra admiración. Una nación sempiternamente traicionada por sus amos, que ni siquiera pudieron ofrecerle un país con un sistema de explotación tan moderno como el de sus vecinos. El proletariado de España tiene en su haber una de las mayores gestas de la Historia: la de resistir contra el fascismo patrio a lo largo de tres años de guerra sin cuartel.

Ni Larra, ni Riego, ni los comuneros, ni los bagaudas eran proletarios. Es más, la mayoría de ellos siquiera eran ciudadanos de una nación que todavía no existía, por más que con el sudor de su frente y la sangre de sus venas irguieran sus cimientos. Debemos ser cuidadosos, camaradas, con la exaltación nacional, con el elogio a los héroes de la tierra. La reacción avanza imparable, y la Historia advierte sobre el peligro nacionalista. Pero seríamos necios si no supiéramos ver la discontinuidad que presentan cuarenta años de fascismo. Seríamos estúpidos si no supiéramos ver qué grandes hombres y mujeres nos precedieron, cuán grandes fueron sus esfuerzos por liberar este terruño. No podemos permanecer ciegos ante los héroes que intentaron cruzar el Ebro, ante los mártires pisoteados por los cascos de la Benemérita, ante los valientes que bombardearon el Liceo, ante los ilusos que declararon la República que la burguesía les negó, ante los mineros que resistieron el embate de la aviación, la marina y los bombarderos; ni ante aquellos que trabajaron enmudecidos por el graznido del águila. No podemos ignorar a los luchadores por la libertad de todos los pueblos de España, a los hermanos de las naciones oprimidas por el Reino –y la República– y de las colonias esclavizadas por el Imperio. No podemos olvidar a los miles de muertos de hambre en la «pertinaz sequía», como tampoco a aquellos que habiendo perdido la guerra en su tierra se enfrascaron en otra más, entregando sus vidas para avivar al Ejército Rojo, verdadero redentor de la humanidad.

La nuestra es una nación que todavía hoy sufre los desmanes de sus amos, y una que está plagada de patriotas fieles solo a la nación realmente existente: la burguesa. Pero, como dijo el camarada José Díaz:

¿Qué habéis hecho del suelo de España, que por su clima podría ser un vergel? ¿Es que no os dais cuenta del hambre que hay en España, de que nuestra raza famélica está pereciendo, de que las madres, exhaustas por el hambre, dan a sus hijos una leche que no es nutritiva, que no tiene la cantidad necesaria de alimento para que el crío sea hoy un niño robusto y mañana un hombre fuerte? ¿Es que no sabéis, mercaderes del patriotismo, que los trabajadores no comemos? ¿Es que no sabéis que mientras vosotros celebráis grandes orgías en dorados salones, entre plata y oro, chocando las copas del champagne, preparando la guerra y la miseria del gran pueblo, nosotros pagamos vuestros festines, nosotros estamos sufriendo hambre y miseria? ¿No lo sabéis? ¡Pues bien, eso se va a acabar! Toda España, la España del trabajo, a pesar de la represión, a pesar del terror, alza un solo grito: ¡Basta ya de miseria y de hambre!

Los proletarios no tienen nada que celebrar en esta fiesta de los criminales. El día de su «raza», la proletaria, está todavía por llegar. Ese día conmemorará el triunfo final sobre los explotadores, sobre los parásitos y sobre las alimañas. Ese día pondrá fin a la relación veleidosa del Trabajo con esta tierra. Bajo la Bandera Carmesí, el proletario español, el catalán, el vasco y hasta el marroquí harán de este un nuevo país. Se acabará la España del señorito, y en su lugar nacerá la República del Trabajo. Una República que no será nacional, que no será burguesa, sino que será la Patria para todos los trabajadores del mundo. Y ese día, al fin, los nombres de cuantos luchadores hemos mencionado, las vidas de cuantos, por una u otra razón, han regado este suelo con su sangre en su batalla por liberar la humanidad, cobrarán sentido al fin. Ese día, España dejará de ser una cárcel de naciones y cesará en su empresa imperial. Ese día, España dejará de ser España. Y el día, aquél por el que el trabajador sentirá verdadero orgullo, está todavía lejos. Pero llegará. Porque así es la «raza del trabajo», que no entiende de lenguas ni fronteras. Porque nunca medraron los bueyes en los páramos de España.